Coralidad

Ilustración: Anna Sanchis

Edvard Grieg, máximo exponente del nacionalismo musical noruego, era adicto a las sonatas de Beethoven. Lo acompañaban siempre en su refugio de Troldhaugen. Nunca se separaba de ellas mientras, sentado al piano, componía y componía. Él y las sonatas eran todo uno. Se sentaba encima para llegar al teclado: solo medía 1,52 de altura… Se ve que las partituras encuadernadas tenían el grosor exacto. Gran músico, Beethoven.

No sabemos los usos de la obra que editamos. De pequeño, me inicié en la literatura de viajes con una obra titulada La gran cuchara de asta, del aventurero estadounidense Eugene Wright. A saber quién era. Menos sabía él quién sería yo, claro. Recurrentemente, encuentro personas que evocan algún libro o artículo míos que, se ve, les impactaron mucho. Las razones de su confesado entusiasmo casi siempre me desconciertan. En versión laica, escenifican la parábola del sembrador: ¿dónde van las semillas que esparcimos al azar? Algún escrito mío debe calzar muebles, como las sonatas de Beethoven sobrealzaban la silla de Grieg. Son usos muy oportunos.

Suscitan humildad, además. Un soneto acertado inmortaliza al poeta, pero no se sabe de ningún herrero recordado por sus forjados. Sobrevaloramos la cultura editada. Si has publicado, las enciclopedias te mencionan. Joan Fuster se interesó de golpe por la ecología al recibir Natura, ús o abús? (1976). La amable condescendencia socarrona con la que acogía mis alegatos verbales mudó en admirado respeto cuando los publiqué. Antes, cuando los editores filtraban tanto y tanto, podía entenderse la consideración por la letra impresa, pero hoy no es ninguna garantía. Aun así, continúa impresionando. E infatuando. Los autores no somos tan importantes como eso. O no más que tantas otras personas que hacen cosas notables sin firmarlas. Los médicos que te salvan la piel o los cirujanos que te cosen heridas, o el mecánico que acierta la avería. La mayoría no firma el trabajo que hace. Hay innumerables obras anónimas portentosas. Y considerables chapuzas firmadas. Un gran desequilibrio.

El mundo es una obra coral de autor desconocido. No reconocido, cuando menos. Campos, carreteras, poblaciones, objetos incontables, servicios de todo tipo… El arte o el saber, además de admirables, son rastreables. Nada que decir. ¿Pero dónde está la trazabilidad del resto? Firmar es una costumbre moderna. No sabemos quién pintó Altamira, quién construyó las catedrales o quiénes inventaron la rueda. ¿A quién debemos la agricultura? Ignoramos quién enarboló la primera vela, quién inventó la brújula, quién levantó el primer arco o la primera bóveda. ¿Quién escribió las homilías de Organyà? ¿Y los libros de la Biblia…? Alguien tendría que descubrir la fermentación alcohólica o la forma de hacer pan. Por no hablar del fuego. Entre todos lo hemos hecho todo, pero solo sabemos el nombre de unos cuantos hacedores. Ahora que firmamos y cobramos derechos de autor (de cosas menores, mirándolo bien), tendríamos que sentir agradecimiento y respeto por tantos predecesores que han construido el mundo anónimamente.

«Hay innumerables obras anónimas portentosas. Y considerables chapuzas firmadas. Un gran desequilibrio»

Hoy prolifera la firma estúpida. Millones de identificables autores prescindibles abarrotan la red. Lo importante no es firmar, sino hacer bien cosas relevantes. La revolución fotovoltaica, por ejemplo. El físico francés Alexandre Becquerel descubrió el efecto fotovoltaico en 1839; lo sabemos porque publicó sus investigaciones. También sabemos que el norteamericano Charles Fritts construyó en 1883 una primera célula solar, de oro y selenio. En 1954 llegó la primera célula fotovoltaica de rendimiento aceptable, de silicio, construida en los Laboratorios Bell por un equipo que ya no recordamos. Tampoco sabemos qué técnicos mejoran constantemente las placas fotovoltaicas fabricadas al por mayor desde hace unos años. La revolución fotovoltaica es una tarea colectiva y anónima, en la línea de tantas otras grandes consecuciones de la humanidad. Lo tendríamos que agradecer. Y, sobre todo, hacernos cómplices humildes y eficientes: necesitamos coralmente las renovables más que Grieg las sonatas de Beethoven.

© Mètode 2021 - 111. Transhumanismo - Volumen 4 (2021)
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Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.