La relación de glaciares groenlandeses que desembocan en la bahía de Baffin parece no tener fin ni cuenta: Humboldt, Bowdoin, Pitugfik, Nansen, Rinks, Jokobshavn, Sermeq y un largo etcétera. Todos se encuentran por encima del círculo polar ártico, a hiperbóreas latitudes comprendidas entre los 66 y los 80º N. Vienen a ser los hilachos en los que se va deshaciendo el inlandsis groenlandés, una inmensa masa de hielo continental de unos 3 millones de km3, acumulados a partir de la última glaciación, de unos 110.000 años acá. Es un volumen descomunal, marea solo de pensarlo.
Entre abril y septiembre, la bahía de Baffin, un brazo de mar que comunica el Atlántico con el Ártico a través del estrecho de Nares, es un cafarnaúm de bloques de hielo desprendidos de los glaciares, los llamados icebergs (es decir, “montañas de hielo”). Arrastrados por las corrientes, estos icebergs van hacia el sur, primero al mar de Labrador y después al Atlántico. Verlos desde las costas de Labrador y Terranova se ha convertido en una atracción turística. En efecto, es espectacular contemplar estas grandes masas de agua dulce helada navegando majestuosamente hacia el océano.
«¿Tenemos que invertir esfuerzos en proteger de los icebergs las plataformas petrolíferas o orientar las inversiones en retirarlas todas?»
Los icebergs se desprenden de todos los glaciares árticos y antárticos, pero los más famosos, con diferencia, son los que escupe la bahía de Baffin porque son los más numerosos y, sobre todo, porque van a parar al Atlántico norte, a una de las zonas de tráfico marítimo más importantes del mundo. Los icebergs tardan en fundirse, de forma que se llegan a encontrar a latitud 40º N e incluso más al sur, en plena ruta marítima entre Europa y Norteamérica. A causa de la densidad del hielo, nueve décimas partes de los icebergs se encuentran sumergidas, lo que explica que tarden tanto en fundirse del todo y también que sean tan peligrosos. El accidente más conocido, sin duda, fue el trágico naufragio del Titanic, en 1912, a latitud 41°43′ N (¡la misma que Barcelona!).
Justamente a causa de este naufragio, la Primera Conferencia Internacional para la Seguridad de la Vida Humana en el Mar (Londres, 1914) creó un servicio internacional de vigilancia de icebergs. Le fue encomendada la gestión a los Estados Unidos, que constituyó la actualmente llamada Coast Guards International Ice Patrol. Con recursos navales, aéreos y satelitales, este organismo controla los icebergs atlánticos uno por uno y hasta desvía su rumbo en determinados casos. A los barcos les basta con conocer la posición exacta de los icebergs para evitarlos, pero las plataformas petroleras, al ser fijas, agradecen la desviación de los icebergs. Sin embargo, ¿tiene que estar al servicio de estas plataformas extractoras una instancia pública?
La creciente demanda de gas y petróleo, unida al progresivo agotamiento de los yacimientos continentales, ha llevado a la expansión de las plataformas offshore. Existen más de 1.300 en todo el mundo. En el área canadiense de los icebergs, hay poco más de media docena, pero bastan para suscitar la reflexión: ¿externalizarán este coste de vigilancia, tal como las otras plataformas externalizan los costes de degradación ambiental? En todo caso, los icebergs de Baffin son cada vez más numerosos (más de 200 km3 anuales de hielo errático) porque el cambio climático, provocado justamente por la quema al por mayor de combustibles fósiles, acelera la destrucción del inmenso inlandsis groenlandés. El ritmo de fusión es ahora siete u ocho veces superior al de generación de nuevo hielo invernal; si se fundiera del todo, el nivel marino subiría unos 20 m.
Habría que preguntarse si tenemos que invertir esfuerzos en proteger de los icebergs las plataformas offshore de Labrador y Terranova o si tendríamos que orientar las inversiones a ir retirándolas todas y de todas partes mientras vamos desarrollando la captación de energía de fuentes renovables. Bien cierto: lo que naufragará con tantos nuevos icebergs y con tanta fusión de hielos continentales no serán barcos, sino nuestra manera de estar en el mundo. Quizás deberíamos pensarlo…