Polímata

polímata

Ilustración: Anna Sanchis.

El 29 de abril de 1962, el presidente John F. Kennedy reunió a 49 premios Nobel en un gran banquete en su residencia. Dijo a los asistentes: «Creo que esta es la ocasión en que se ha reunido más talento y conocimiento en la Casa Blanca, exceptuando, quizá, los días en que Thomas Jefferson cenaba solo.» La exageración retórica era una forma de reconocer los vastos saberes de aquel tercer presidente de los Estados Unidos, capaz de redactar la primera constitución moderna, componer música, disertar sobre paleontología, dirigir excavaciones arqueológicas, proyectar edificios (entre ellos la Universidad de Virginia), teorizar sobre agronomía, perfeccionar el pantógrafo o inventar la silla giratoria. Sí, Jefferson era un polímata.

Polímata es un término que viene del griego πολυμαθής (‘polimathós’), que quiere decir «el que sabe muchas cosas». Un polímata es un erudito de amplio espectro, una persona que sabe de todo y en profundidad. Responde al ideal renacentista del Homo universalis. Ramon Llull, Leonardo da Vinci o Isaac Newton se ajustaban a este patrón. Thomas Jefferson también, naturalmente. Eran seres de inteligencia vigorosa, conocimientos dilatados y curiosidad ilimitada. Seres progresivamente difíciles de encontrar a medida que, de la Revolución Industrial hasta ahora, el depósito de conocimientos se ha ido desbordando.

Hoy en día existe el mismo porcentaje de personas con madera de polímata que mil años atrás, evidentemente, de la misma forma que ha permanecido invariable el porcentaje de necios (que es muy alto, por cierto). Por el contrario, actualmente nadie puede alcanzar la totalidad de los conocimientos disponibles, ni mucho menos. No es ningún problema. Sí que lo es que la aspiración polimática sea vista con menosprecio o incluso con animadversión. Y no únicamente la polimatía, sino también el enciclopedismo, que sería su versión asequible a todo el mundo. En efecto, saber de todo está mal visto. Solo la especialización despierta respeto. Mal, porque la especialización no es el objetivo de la ciencia, sino la limitación de los científicos: en esta sociedad tan fragmentadamente especializada, ójala abundasen los polímatas.

«La generación-internet y la generación-biblioteca (que son todas las anteriores, de hecho) tienen más que un conflicto generacional. Protagonizan una ruptura cultural»

La observación de la realidad, la propia experiencia manufacturadora y el conocimiento compilado en los libros alimentaban al polímata renacentista. Hoy en día puede también recurrir al ingente repositorio de internet. Sin embargo, en la práctica, internet no incrementa instrumentalmente la polimatía. Más bien la desincentiva. En efecto, la generación-internet y la generación-biblioteca (que son todas las anteriores, de hecho) tienen más que un conflicto generacional. Protagonizan una ruptura cultural, me parece. La famosa «nube», por ejemplo, no es un espacio deslocalizado de información compartible, sino una vaporosamente compartida información desubicada en el espacio, que es muy diferente. La autoría queda difuminada y por eso los usuarios se apropian acríticamente y sin remordimientos. Y como no hay información firmada, no hay responsables de la información. Eso trastoca radicalmente los criterios que han presidido el mundo cultural del Renacimiento hasta el presente. Ahora todos podemos ser procesadores de datos no contrastados y anónimos, es decir, polímatas espurios faltos de erudición. El cut and paste es una práctica generalizada entre los universitarios jóvenes, incluso se hacen tesis doctorales por este sistema, retóricamente camufladas de compilación de experimentaciones.

El caso es que los polímatas verdaderos continúan pareciendo fascinantes y necesarios. Tienen nombre y cara. Y criterio. Saben saber. Por eso son sabios. «Se puede comunicar el conocimiento, pero no la sabiduría», decía Hermann Hesse. Me temo que avanza la sociedad del conocimiento difuso y recula la de la sabiduría polimática.

© Mètode 2014 - 82. Encuentros - Verano 2014
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.