Teoría

Ilustración: Anna Sanchis.

Josep Pla, una de las plumas catalanas más brillantes del siglo XX, aseguraba en un artículo publicado en 1945 que la aviación comercial era «uno de los negocios más catastróficos que han existido», mientras se lamentaba de «las burradas que tenemos que leer explicándonos los benéficos resultados de la aviación para acercar los pueblos y suprimir distancias y fronteras». Más tarde, en 1965, se ve que porfiaba a favor de la energía atómica y proponía que la primera central nuclear catalana fuera construida en Pals: cuesta imaginar un sitio más inadecuado, en el corazón de la Costa Brava. El criterio tecnocientífico del gran prosista era manifiestamente mejorable…

«Tengo la teoría de que eso es así o asá», se oye decir a menudo. En el lenguaje común, teoría equivale a opinión. Todo el mundo tiene teorías. Pla tenía su teoría sobre la aviación civil. De hecho, opinaba sin teorizar. La mayoría de las opiniones que oyes yendo por el mundo parten de teorías equivocadas. El problema de los que dicen tener teorías sobre las cosas es que no suelen tener ninguna teoría sobre nada. Expresan opiniones basadas en emociones o deseos, no en conocimientos teorizados. Ha sido así desde los tiempos más remotos y aún lo es. Las redes sociales en Internet, posibles gracias a los avances tecnocientíficos, han potenciado, paradójicamente, toda esta cohorte de opinadores faltos de teoría.

La teoría científica es una invención moderna. Muchas personas, incluso algunas que pasan por cultas, expresan reservas o rechazo sobre hechos sólidamente teorizados por la ciencia, simplemente porque incomodan sus opiniones sin fundamento. La teoría de la evolución, que concierne a todo el mundo por razones obvias, es una de las más objetadas. «Solo es una teoría», oyes decir. Se confunde teoría con hipótesis, incluso con conjetura. El equívoco lleva a contraponer teoría y práctica. O a dar al término «teórico» un alcance semántico próximo a «irreal». «En teoría se puede hacer, pero a la hora de la verdad…».

«En el lenguaje común, teoría equivale a opinión. Todo el mundo tiene teorías. Pero la mayoría de las opiniones que oyes por el mundo parten de teorías equivocadas»

Cuando hablamos de la teoría de la evolución, de la teoría de la tectónica de placas y la deriva continental o de la teoría de la relatividad, nos referimos a corpus de conocimiento verificado, a hipótesis que han sido empírica o deductivamente contrastadas del derecho y del revés. Menospreciar la teoría de la evolución blandiendo relatos bíblicos de carácter literario es una debilidad epistemológica colosal. Cuesta creer que algunas escuelas pretendidamente filosóficas o teológicas incurran en este esperpento. A veces pienso que fue un error utilizar el término «teoría» para designar la teorización científica. Induce a error, sobre todo a los que se pirran por equivocarse.

Para los matemáticos, una teoría es un conjunto de proposiciones relacionadas de manera lógica. Para la ciencia en general, una teoría es un modelo de la realidad que explica, relaciona y predice de forma comprobable mediante experimentación u observación. Si no se pueden verificar los hechos previstos por la teoría, o si aparecen otros nuevos que la teoría no preveía, hay que modificar los postulados o las proposiciones de la teoría; y, si eso resulta inviable, abandonarla. La solidez de la teoría científica reside en este rigor procesal, que al fin y al cabo es el rigor del propio método científico: no admite revelaciones o apriorismos, solo hipótesis o conjeturas que se desestiman si no se pueden ver demostradas.

Hay científicos tramposos, está claro. Pero la ciencia no hace trampas. Es la reacción honesta contra las trampas de toda la vida, de hecho. Cuando opina sobre la aviación –después de habérsela inventado, por cierto…– parte de los hechos, no de los prejuicios. Y es que, como decía el matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead, «no hay nada más práctico que una buena teoría».

© Mètode 2013 - 76. Mujeres y ciencia - Invierno 2012/13
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Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.