Una de las películas recientes más exitosas ha sido No mires arriba. La trama plantea una situación en la que un cometa se aproxima a la Tierra en trayectoria de colisión. Los científicos tratan de avisar a la gente, pero se topan con los intereses de los políticos y empresarios, la falta de seriedad de la prensa y la volubilidad de la opinión pública. Al final (espóiler), el cometa arrasa la Tierra.
Una curiosidad es que la historia de la película admite muchas lecturas. Mucha gente se ha sentido identificada partiendo de posiciones radicalmente opuestas. Una persona con sentido común podría pensar que el cometa es una metáfora de la pandemia y que la trama es una crítica a todos los grupos conspiranoicos y antivacunas que nos han estado diciendo que «no miremos arriba» cuando el virus campaba por todas partes. La gente partidaria de las conspiraciones, sin embargo, cuando ve el film se identifica con los científicos y asume que los políticos y los empresarios son los que están impidiendo que se difunda la presunta verdad (que no es tal, en su caso).
En la última escena del film, una nave llega a otro planeta donde supuestamente se establecerá la nueva humanidad, formada principalmente por la élite de la humanidad antigua, que es la responsable de no haber hecho nada. Pero… ¿se puede formar una nueva humanidad en otro planeta con las premisas que se ven en la película? La respuesta es que no. Establecer una colonia es muy complicado. Tienes que ser capaz de llevar a un grupo de gente con todos los recursos para ser autosuficientes a un entorno completamente nuevo y ser capaz de mantenerse en el tiempo. La historia nos da muchos ejemplos de intentos de colonización fallidos. El primer intento de formar una colonia en la actual ciudad de Buenos Aires fue un fracaso porque los colonos no encontraban recursos y las relaciones con los nativos de la zona no eran muy buenas. Así, buscaron otro lugar y río arriba fundaron la ciudad de Asunción en el Paraguay, donde los guaraníes eran bastante más amistosos. En el norte las cosas no fueron mucho mejor. La primera colonia en Roanoke, la actual Virginia, desapareció, y todavía hoy es un misterio cuál fue el destino de los primeros colonos. La primera que triunfó, la del Mayflower en Plymouth, fue un desastre organizativo, puesto que llegaron al destino justo a principios de invierno, la peor época: no podían sembrar ni recoger. Sobrevivieron gracias a la ayuda de los nativos, lo que se recuerda con el Día de Acción de Gracias.
A pesar de la complicación, podríamos establecer una serie de criterios mínimos para evitar el fracaso. El primero sería el de la diversidad. Cada persona de la expedición debe ser capaz de saber hacer muchas cosas para cubrir las primeras necesidades de la colonia: saber cultivar la tierra, cazar o pescar, construir casas, potabilizar el agua, atender a los enfermos… También hace falta diversidad genética. Si quieres colonizar un planeta y fundar una nueva civilización no puedes llevar a parientes, puesto que tendrías mucha consanguinidad. Y aquí tenemos otra limitación: la edad. Necesitas un recambio generacional. La gente que vaya a colonizar tiene que ser muy joven y estar en capacidad de reproducirse para garantizar que la población se mantenga y crezca; por tanto, tendría que establecerse una limitación de veinticinco o treinta años para los colonos. Por eso sorprende que, en No mires arriba, las personas que llegan al nuevo planeta sean empresarios, políticos y periodistas y que la media de edad sea muy alta (Meryl Streep tiene setenta y dos años). Una colonia con gente sin las capacidades necesarias para conseguir alimento y vivienda, y sin capacidad de reproducirse, solo puede aspirar a ver cómo los colonos van muriéndose de viejos y el más joven se encarga de enterrarlos. Por lo tanto, no vale la pena que miréis hacia arriba: los que se escapan tampoco sobreviven.