Damas

Jacinta Lluch Valero

Uno de los pocos lugares del mundo donde se encuentra expuesto arte ibérico es el Museo de Arqueología de Madrid. Me atraen la grafía, las piezas de cerámica y, claro, las esculturas de las grandes damas: la Dama de Elche (de un rostro de belleza casi perfecta) y la Dama de Baza, menos conocida, pero bien conservada. Estas esculturas son urnas funerarias. En lo referente a la Dama de Baza, la apertura posterior contenía restos humanos –huesos calcinados– a partir de los cuales se ha averiguado que pertenecían a una mujer de entre veinte a treinta años. La mujer de la escultura está profusamente adornada, lo que demuestra que tenía un estatus económico y social alto. La cámara funeraria, excavada en la roca, contenía también el ajuar mortuorio, con cuatro panoplias completas de guerrero, es decir, toda la indumentaria y armas propias de los guerreros de la época. Lo que me llama la atención es que la visión de la historia oficial (que figura en la página web del Museo de Arqueología) considera que esta mujer recibió estas armas como un ofrecimiento o tributo, que se le habría rendido en su muerte. También se hipotetiza que podía ser la antepasada de un gran linaje guerrero (a pesar de que no parece consistente que ella pudiera tener hijos que fueran grandes guerreros, si murió entre los veinte y treinta años). Me sorprende que en ningún caso se plantee que ella fuese la guerrera o tuviera un alto estatus militar. Si hubiera sido un hombre, no se habría dudado de que las armas le perteneciesen. Parece que las palabras mujer y guerrera no casan. En cambio, se asume que, como mujer, habría tenido descendencia.

Aun así, sabemos que había mujeres guerreras en la Antigüedad. Las mujeres escitas montaban a caballo e iban a la guerra, como los hombres. Encontramos tumbas de hace miles de años, desde Turquía hasta Mongolia, en que las mujeres eran enterradas con sus armas. No eran tributos ni ofrecimientos, porque los restos óseos muestran señales anatómicas evidentes de largas cabalgatas, heridas traumáticas de guerra y deformaciones de manos y brazos derivadas del uso del arco. Pero la historia, escrita y explicada por hombres, ha escondido esta realidad, que chocaba con las ideas culturales y sociales preponderantes. Incluso, actualmente, en el caso de una tumba de una guerrera vikinga de ahora hace un milenio, enterrada con abundantes armas y dos caballos, costó mucho cambiar la idea predominante que asumía que era la tumba de un gran guerrero. Aun así, la estructura de la pelvis y de la mandíbula indicaban que eran restos de una mujer. Se necesitó el análisis genético de los restos para demostrar que se trataba de una mujer guerrera y enterrar la polémica definitivamente.

Hace poco leí un artículo de Joan Santanach en Sonorama Magazine sobre relatos en la literatura catalana antigua de mujeres guerreras implicadas en hechos históricos. Los narradores lo cuentan como grandes hitos, acciones casi inverosímiles. En este caso, las mujeres no eran militares ni conocían el arte de la guerra; guerreaban porque tenían que defender lo suyo, su familia, su territorio. Lejos de mí hacer un panegírico de la guerra. Las guerras no son deseables nunca. Demasiadas muertes inútiles para repartirse el poder entre unos pocos. No reclamo que las mujeres sean guerreras: lo que reclamo es que no sea sorprendente que las mujeres puedan tener armas y blandirlas. Reclamo que dejemos de pensar que nuestra participación a la historia ha sido solo cuidar de una casa y tener hijos, porque ese es un patrón cultural y social que hoy en día se repite en otros ámbitos de la sociedad. Las mujeres siempre hemos podido hacer todo lo que nos hayamos propuesto: también podemos ser empresarias, científicas, artistas o astronautas. Damas, mujeres, no nos dejemos encasillar.

© Mètode 2022 - 113. Vida social - Volumen 2

Profesora titular de Genética de la Universidad de Barce­lona (España), con una amplia trayectoria científica y académica en genética. Dirige un grupo que investiga las bases genéticas de dolencias hereditarias minoritarias, en particular, la ceguera. Es miembro del Instituto de Biomedicina (IBUB), adscrito al CIBERER, y de varias comisiones de bioética. Es cofundadora de la empresa DBGen, dedicada al diagnóstico genético. Ha escrito dos libros divulgativos y tiene una columna semanal de divulgación científica en www.elnacional.cat.