La ciencia, ¿como herramienta o como protagonista?

ilustración ciencia como herramienta o como protagonista

Ilustración: Moisés Mahiques

Siento que estoy dando un giro sutil pero profundo en mi enfoque hacia la divulgación científica. Y después de más de quince años dedicado a esto, creo que tiene su enjundia. No, no me haré youtuber. De hecho, no es cuestión de formato, de si utilizar las redes de una manera u otra, ser más conciso o menos, o si tratar temas más pop o más densos. Se trata del papel que tiene la información científica en mis historias o programas divulgativos o periodísticos. Me explico.

Como contaré en un libro que saldrá publicado en mayo, todo empezó un domingo por la mañana en el programa A vivir de la Cadena SER, del que soy colaborador regular. Cuando abrimos los micros a preguntas del público, llamó un padre que nos dijo: «Hola, llamo porque llevo mucho tiempo escuchando que las células madre son muy prometedoras para enfermedades como la diabetes. Yo tengo un hijo adolescente con diabetes tipo 1. Ya sé que la ciencia avanza lento, pero a él le queda mucha vida por delante, y quizás algún día sí se podrá beneficiar. Mi pregunta es: ¿en qué estado están las investigaciones, y cuánto creéis que falta para que beneficien a alguien como mi hijo?».

Vaya. De repente, sentí vergüenza al darme cuenta de que los divulgadores enamorados de la ciencia parece como si alcanzáramos el éxtasis intelectual con el funcionamiento de las herramientas CRISPR, las curiosidades de la física, las interioridades de la ciencia o lo que publica Science o Nature, y tendemos a despachar una pregunta así con una respuesta del estilo «No se sabe, porque la ciencia efectivamente avanza lento y no se debe dar falsas expectativas». Mal. Esta pregunta tan clara de un padre preocupado debe ser el motivo de un reportaje, aunque su planteamiento incomode a los investigadores y no permita dar una respuesta exacta. Preguntas como esa son las que tiene la sociedad, los ciudadanos, y a veces nosotros no las contemplamos lo suficiente porque asumimos que nuestra misión fundamental como divulgadores es transmitir lo que hacen los científicos. Lo que vi ese día es que en realidad estamos (o por lo menos yo en ese momento) más cerca de los científicos y de sus ideas que de la gente y sus problemas.

«Asumimos que nuestra misión fundamental como divulgadores es transmitir lo que hacen los científicos. Estamos más cerca de ellos que de la gente y sus problemas»

Es obvio que debemos continuar rastreando laboratorios para descubrir las sorpresas que la ciencia nos ofrece. Como «ladrón de cerebros», esta ha sido mi seña de identidad: el meterme lo más adentro posible del meollo científico para sacar a la luz debates o conocimientos nuevos. Larga vida a la ciencia impulsada por la curiosidad, desde luego, y a esta labor de comunicar a los ciudadanos los descubrimientos científicos de manera simple y amena. Pero no podemos (o no puedo) hacer solamente eso. Si queremos que la ciencia tenga un papel social relevante de verdad, debemos plantear el camino inverso y responder con ciencia a las preguntas y problemas de las personas y la sociedad. Debemos tratar a la ciencia como herramienta, no como protagonista.

Algunos pensaréis que estoy descubriendo la sopa de ajo. Puede ser. O quizás no sé expresar lo profunda que creo está siendo esta modulación de mi trabajo como divulgador. Pero es que no me refiero a responder chorraditas o preguntas de bar. Estoy hablando –y no solo hablando, pues decidí que este fuera el foco de la tercera temporada de El cazador de cerebros– de partir siempre de una duda o problema social y utilizar la ciencia para responderla. En realidad, es algo parecido al planteamiento de los compañeros de #CienciaenelParlamento, que, de hecho, nos apoyaron en algunos capítulos.

No fue fácil, por varios motivos. Quizás el más importante es que la ciencia no siempre tiene respuestas claras. El capítulo de «educación basada en evidencias» fue un dolor porque más allá de decir que algunas estrategias educativas no están avaladas científicamente (lo cual no implica que no funcionen), la sensación final es que el empirismo científico daba una información todavía poco relevante. En el capítulo de plásticos, por ejemplo, la ciencia resultaba fabulosa para hacer un buen diagnóstico del problema, informar de qué plásticos son más peligrosos y cuáles menos, qué ríos abocan más plásticos a escala mundial, si los microplásticos se acumulan en los organismos marinos o no… Pero a la hora de plantear soluciones, los científicos a quienes preguntábamos iban perdidos, porque esa no es la pregunta que se plantean. Ellos controlan muy bien los laboratorios y los datos de sus máquinas, y acotan las preguntas para que se puedan responder experimentalmente, pero cuando algo gana en complejidad se sienten superados y evitan especular. Mal por ellos también.

«Si queremos que la ciencia tenga un papel social relevante, debemos responder con ciencia a las preguntas y problemas de las personas»

La otra cosa difícil fue que, al quitar conscientemente protagonismo a la ciencia y dárselo al problema a solucionar, me di cuenta de que detalles como si CRISPR funciona de una manera u otra, o si cierto estudio fue hecho con determinada metodología, pasan a ser irrelevantes. Obviamente los debemos tener en cuenta para saber si son datos sólidos o no, pero no vamos a marear a la gente con minucias o interioridades de la ciencia. Porque de la misma manera que se puede conducir sin saber cómo funciona un motor, no es necesario en absoluto explicar cómo funciona la edición genética o se reprograman células madre. Al que te arregla la lavadora no le preguntas por las llaves que utiliza, a no ser que seas un friki. El protagonista de mis historias, y el punto de partida que me motiva a escribirlas, ya no es Shin’ya Yamanaka, sino el hijo con diabetes del padre que nos llamó. Y en otro orden de cosas, la existencia de un ensayo clínico en marcha con humanos pasa a ser infinitamente más relevante que un paper con un nuevo método de diferenciar células, por elevado factor de impacto que tenga. Me importa el impacto social, no académico. Y yendo todavía más lejos, algunas preguntas del estilo «cómo ser más feliz» o «cómo luchar contra el sexismo», que efectivamente son menos científicas en el sentido metodológico, quizás pasan por delante de los últimos descubrimientos en neurociencia o astrofísica.

Con todo esto, ya no sé si divulgo ciencia o cumplo otra misión. Sé que, por mucho que a mí como apasionado de la ciencia me interesen mucho las implicaciones del descubrimiento de ondas gravitacionales, no es a esto a lo que dedicaré un capítulo de El cazador de cerebros. Es una sensación extraña… como si tras tantos años de admiración incondicional, ahora me estuviera separando un poco de los científicos. No sé si este cambio de enfoque es bueno o malo, temporal o definitivo, más abrupto o menos. Pero es lo que quiero explorar ahora.

© Mètode 2020 - 104. Las plantas del futuro - Volumen 1 (2020)

Escritor y divulgador científico, Madrid. Presentador de El cazador de cerebros (La 2).