Los otros ejemplos de Lamarck

Al contrario de lo que ocurre con la literatura, leemos poco a los clásicos de la ciencia; el tiempo es limitado y la ciencia avanza que es una barbaridad. De lo que han hecho los antiguos ya nos enteramos por el destilado que se nos ofrece en las introducciones de los libros de texto y en las enciclopedias digitales. Sin embargo, al tomar ese atajo, nos perdemos un mundo de ideas lleno de suculentos matices, una pérdida que, muy a menudo, limita y esclerotiza los horizontes del pensamiento.

Entre los olvidados de la ciencia está Jean-Baptiste Lamarck, cuyos logros científicos más allá de su fallida propuesta evolucionista ya traté en esta sección. El caballero de Lamarck, que murió pobre, ciego y olvidado, ha sido relegado a un cuento de jirafas que se repite de forma compulsiva cada vez que alguien trata de explicar sus ideas sobre el proceso evolutivo. En su obra Filosofía zoológica, Lamarck cita brevemente el ejemplo del cuello de esos animales como uno más dentro de una larga serie de casos en los que trata de convencer al lector de la evidencia de su principio zoológico, según el cual la organización de los animales sufre modificaciones «producidas por la influencia de las circunstancias de habitación y por la de las costumbres contraídas». Por alguna extraña circunstancia de constricción histórica, leemos siempre ese mismo ejemplo, cuando en realidad Jean-Baptiste se cuidó de aportar una variada gama de historias zoológicas. Variada y, en ocasiones, a los ojos del conocimiento actual, delirante.

Merece la pena conocer los otros ejemplos que va soltando Lamarck a lo largo de su obra magna para explicar la estructura de los animales a partir de sus «costumbres». Hay explicaciones realmente maravillosas e imaginativas para dar cuenta de las plumas de las aves, el cuerpo sin cartílagos ni huesos de los pulpos, la estructura radiada de los erizos de mar, la forma de los peces planos como el rodaballo, el extraño andar a saltos de los canguros, o incluso el estómago de las personas bebedoras. Como ideas para quienes escriben libros de texto, aquí van algunos ejemplos concretos: la forma alargada y sin patas de las serpientes es, según Lamarck, consecuencia de su «costumbre de arrastrarse por el suelo» y de sus «esfuerzos repetidos para alargarse y así poder pasar por espacios estrechos»; el gran tamaño de herbívoros como elefantes y rinocerontes se debe a su «costumbre de ingerir todos los días ingentes volúmenes de materias alimentarias» y de «hacer movimientos mediocres», de manera que su cuerpo «se ha solidificado considerablemente, se ha vuelto pesado y masivo». Estos mismos animales, debido a su torpeza, «no pueden pelearse más que a golpes de cabeza», lo cual explica el origen de los cuernos y otras estructuras similares, ya que «en sus accesos de cólera, su sentimiento interior dirige con más fuerza los fluidos hacia esa parte de su cabeza y ahí se forma una secreción de materia córnea que da lugar a protuberancias sólidas». Por su parte, «el ave de ribera, al que no le gusta nadar, está continuamente expuesta a hundirse en el cieno», de manera que «hace muchos esfuerzos para extenderse y alargar sus pies, habiendo obtenido poco a poco largas patas desnudas». Además, «estas mismas aves, cuando quieren pescar sin mojarse el cuerpo, están obligadas a hacer continuos esfuerzos para alargar el cuello», de manera que este «se ha alargado considerablemente». Como el de las jirafas, pero por otro motivo.

Eso sí, el propio Lamarck advierte al comienzo de su obra que «para evitar cualquier error de la imaginación, consultemos siempre los actos mismos de la naturaleza». Años después fue Charles Darwin quien, sobre hombros de gigantes como nuestro imaginativo caballero, hizo las consultas más sagaces. 

© Mètode 2023 - 119. #Storytelling - Volumen 4 (2023)
Neurofisiólogo y comunicador científico. Departamento de Medicina de la Universidad de la Coruña.