Una fotografía de Lamarck

Las mentes brillantes muestran una peculiar tendencia a dejarse arrastrar por creativos arrebatos de atrevimiento y osadía. Esa mente que camina al filo del abismo del conocimiento puede aupar a quien la posee al cuadro de honor de la cultura o, cuando el tiro sale mal, rematarlo con sus imprudentes ideas bajo la alfombra del olvido. Sospecho que la mayoría de preclaras figuras de la ciencia ha meado fuera de tiesto más de una vez, cosa comprensible y que no debemos juzgar con dureza. No sería justo condenar a Pitágoras por su teoría de la metempsicosis, y rechazar por ello el resto de su obra; o considerar a Galeno un médico insensato e irreflexivo por sus memorables errores anatómicos; o rechazar los inventos de Edison por su derrota de la corriente continua frente a la alterna como método de transmisión de la electricidad. Tuvieron sus patinazos, pero los recordamos por sus logros.

Con Jean-Baptiste de Lamarck pasa lo contrario: de su variada y, por momentos, revolucionaria obra, la enseñanza popular transmite tan solo su fallido intento de elaborar una teoría coherente del proceso evolutivo. Al revelar la película de su obra, resulta que nos hemos quedado con el negativo. Este desaguisado tiene pocos visos de solucionarse –ni siquiera con la ayuda de la moderna epigenética–, ya que para ello habría que leerlo sin prejuicios en vez de quedarnos con la caricatura de un grupo de jirafas –animal que, por cierto, cita únicamente en un pequeño párrafo de su extensa Filosofía zoológica y en un breve apéndice de Investigaciones sobre la organización de los cuerpos vivos.

«La mayoría de preclaras figuras de la ciencia ha meado fuera de tiesto más de una vez, cosa comprensible y que no debemos juzgar con dureza»

Escribió sobre botánica, geología, física, meteorología… y, desde luego, biología. En su Flore française introdujo el método dicotómico, que facilita la identificación. Fue uno de los grandes sistematizadores del mundo animal, especializándose en los invertebrados –uno de los muchos grupos taxonómicos creados por él–. Su estudio de la clasificación animal, al enfrentarse al tremendo trabajo de poner orden en el grupo de los invertebrados, le mostró que el concepto de especie es abstracto y arbitrario –algo que también le pasaría a Darwin al sumergirse en la clasificación de los cirrípedos–. Su plan para tratar de comprender el mundo natural partía de una concepción materialista, con base en las propiedades físicas y químicas de los compuestos orgánicos. Lamarck rechazó de manera contundente cualquier explicación mística de los procesos que observamos en la naturaleza, una auténtica temeridad a principios del siglo XIX, con la que Darwin lidió de manera más comedida.

Sus reflexiones sobre el funcionamiento del sistema nervioso, que han pasado desapercibidas, son en muchos casos sorprendentemente avanzadas. Para Lamarck la mente es una consecuencia de la organización física del encéfalo y de su actividad, en concreto de la corteza cerebral, por lo que rechaza un alma inmortal. Identifica el movimiento de los animales como la razón que justifica la existencia de sistema nervioso. A partir del conocimiento de la época sobre electricidad y el llamado galvanismo, acepta la idea de que el sistema nervioso debe de funcionar –debido a la velocidad con que lo hace– con algo «análogo al fluido eléctrico»; separa la mente de la mente autoconsciente, y los actos reflejos –«irritabilidad»– de actos voluntarios mediados por la percepción consciente –«sentimiento»–; rechaza la frenología de Gall, consecuencia de «un abuso demasiado vulgar de la imaginación»; considera los sueños como una activación desordenada y confusa de la memoria; y, tomando parte en una disputa actual, rechaza la existencia del libre albedrío.

Estos y otros destellos de genio se ahogaron en una obra densa y en la que muchos de los mecanismos que propone son elucubraciones sin base científica. En la crítica que hace a Gall, comenta Lamarck que «los excesos y abusos estropean muy a menudo lo bueno que ha sabido producir». La paja en el ojo ajeno.

© Mètode 2021 - 109. El secuestro de la voluntad - Volumen 2 (2021)
Neurofisiólogo y comunicador científico. Departamento de Medicina de la Universidad de la Coruña.