Cuando el que escribe esto estudiaba física, no se conocía ningún planeta fuera del sistema solar. Aunque era un clamor entre la comunidad científica que debían estar ahí fuera, y los primeros discos de polvo precursores de los planetas se habían encontrado ya en fecha tan temprana como 1984, también eran abundantes los trabajos científicos que defendían (con buenos argumentos) que nuestro sistema solar era algo único y que si no se encontraban planetas alrededor de otras estrellas era sencillamente porque no existían.
El tiempo dio la razón a los primeros con el descubrimiento durante la década de los noventa de los primeros planetas extrasolares; solo hacía falta dar con la técnica adecuada (y tener paciencia). ¡Hoy la cifra de exoplanetas encontrados supera ya los 5.000! Una extraordinaria revolución que fue premiada en 2019 con el Nobel de Física. El estudio de los exoplanetas nos ha permitido saber que el sistema solar es solo un caso entre una casuística muy variada de familias planetarias. Hemos encontrado sistemas similares al nuestro, y otros que en nada se le parecen, con planetas gigantes como Júpiter orbitando su estrella más cerca que Mercurio del Sol, planetas rocosos mucho más masivos que nuestra Tierra, o sistemas planetarios compuestos aparentemente por un único planeta.
A pesar de lo mucho que sabemos ya de los exoplanetas, hay una pieza fundamental que falta: no se ha encontrado ningún satélite natural alrededor de estos remotos mundos. De nuevo el clamor es que están ahí, solo que la sensibilidad de nuestros instrumentos no es lo bastante alta (a fin de cuentas son objetos mucho menores que los planetas) o no se ha descubierto la técnica adecuada para encontrarlos. Aunque como un eco del pasado, algunos se preguntan si hay algo especial en nuestro sistema solar y simplemente no hay «exolunas».
Todo parece indicar que, de nuevo, los primeros tendrán razón, pero de momento lo cierto es que ningún satélite natural extrasolar se ha encontrado. Aunque no será por abundancia: en el sistema solar hay unas 150 lunas, dieciséis con un diámetro superior a 1.000 km. Algunas de ellas tan interesantes como Titán en Saturno, con una atmósfera más densa que la de la Tierra, y mares y ríos de metano, o Europa en Júpiter, con un océano subterráneo el doble de grande que los mares terrestres.
Los satélites de los gigantes gaseosos son así mundos por derecho propio en los cuales podría haber aparecido la vida. Hay varios exoplanetas gaseosos dentro de la zona de habitabilidad de su estrella, es decir a una distancia de esta con temperaturas que permiten la existencia de agua líquida. Sobre tales gigantes de gas no sería posible la existencia de mares, pero sí en sus lunas rocosas, como ocurría con la Pandora de la película Avatar. Probablemente las exolunas serán más abundantes que los exoplanetas: algunos científicos sugieren que quizá las haya incluso tan grandes como la Tierra, y otros postulan que tal vez la mayor parte de mundos habitados de la galaxia sean exolunas. Ahora solo hace falta encontrarlas.
De momento hay algunos candidatos no confirmados, siendo los dos más intrigantes Kepler-1708b y Kepler-1625b, ambos con unas presuntas lunas de descomunal tamaño, similar al de Neptuno; pero la evidencia no es concluyente y seguimientos posteriores de estos planetas no han encontrado señales de tales satélites. Con todo, la carrera por ser los primeros en detectar una exoluna está en su punto álgido y tal vez el descubrimiento esté a la vuelta de la esquina. Quizás en el lapso entre que escribo estas líneas y usted las lee, se haya confirmado el hallazgo de alguna.
¿Quién será la primera persona en «llegar a la exoluna»?