© Carles Santana |
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En el valle de Lavansa y otros lugares del Alto Urgel la figura de la trementinaire continúa muy presente en la memoria colectiva. Como ocurre con muchos otros oficios, las trementinaires son producto de un momento y de unas condiciones económicas, pero también de un modelo de relación con el medio y del papel social que la mujer ejercía como un puente entre la casa y el bosque. A finales del siglo xix las condiciones económicas y la demografía de algunas partes del extremo sur de los Pirineos impulsaron a muchas mujeres a crear un oficio a partir del conocimiento heredado de sus madres y abuelas. Mujeres que habían utilizado habitualmente remedios para los males, resfriados, picaduras de insectos y de víbora, etc., en el estricto ámbito doméstico, cogieron el pañuelo de fardo, lo llenaron con todas las hierbas y productos naturales que pudiesen ser vendidos y se fueron de masía en masía hasta llegar a las puertas de Barcelona, Gerona o Reus, pasando por toda la plana de Lérida. Un ejemplo de transferencia de conocimientos sobre el medio forestal que tardaría mucho en ser igualado por medios más modernos. El producto estrella era sin duda el que da nombre al oficio: la trementina, un producto extraído de la resina purificada del abeto o del pino rojo que «sacaba los males de dentro hacia fuera». Golpes, torceduras, úlceras y grandes infecciones eran tratados con parches de trementina sobre un retal de tela o de papel de estraza. Este remedio había tenido siempre un alto valor económico, a principios del siglo xx una onza (33 g) de trementina valía 80 pesetas. Pero el oficio iba mucho más allá del bote de trementina: plantas aromáticas y medicinales y setas puestas a secar en los desvanes de las casas completaban un catálogo de curaciones que se vendía en las masías. No hablamos solo de la venta de productos sin elaborar, las trementinaires transportaban un montón de ungüentos y aceites. Dice la memoria colectiva que las trementinaires tenían una ruta marcada, una verdadera cartera de clientes fijos que esperaban su visita año tras año. Pocas veces se adentraban en el corazón de las grandes ciudades ni vendían sus productos en puestos de mercado, si bien hay algún testimonio de trementinaires en el mercado de Sant Ponç de Barcelona. La tradición oral no solo dio las claves del oficio sino que ha hecho llegar su memoria hasta nuestros días, ya que poco hay escrito sobre estas mujeres que «iban por el mundo», tal como dicen aún hoy en el valle de Lavansa. No hay memoria de salidas de trementinaires anterior a 1875. Lo que sí que se sabe es cuándo se hizo la última salida de una mujer a vender remedios «por el mundo». Fue Sofia de Ossera, acompañada –en un caso excepcional– por su marido, Gorratorta, en 1982. Nunca más la sabiduría secular sobre los remedios para todo tipo de males volvió a salir a vender los productos salidos de un pañuelo fardero. Evidentemente los tiempos han cambiado y en la era de la venta por Internet tendría poco sentido una mujer que recorre a pie el camino entre un pueblo del Alto Urgel y Barcelona. Actualmente en su aldea hay un servicio de wi-fi que la conectan con el mundo sin senderos. La medicina moderna ha sustituido antiguas fórmulas. Quizá las trementinaires no tienen sitio en la sociedad actual, pero sí su memoria. Afortunadamente las últimas trementinaires no hace tanto que dejaron de circular por los caminos y aún quedan testimonios como el de Emília Llorens, que llegó a acompañar a su abuela Maria Mayoral en alguna salida. Hoy en día el conocimiento tradicional de los recursos naturales es una herramienta de interpretación del medio que no puede ser menospreciada. La figura histórica de las trementinaires reúne cultura, tradición y una interesante mirada sobre el medio natural. Así lo han entendido en todo el valle por donde baja el río Lavansa y así lo presentan. Este valle del Alto Urgel está demasiado lejos de los Pirineos axiales, el bosque aquí no es de caducifolios ni la imagen de sus montañas lleva años incrustada en nuestro imaginario colectivo. Barcelona queda lejos en el quehacer diario. Aquí la ganadería sobrevive como puede y la agricultura va poco más allá del autoconsumo. Mientras que en otros lugares hay que hacer planes de uso público para procurar que la frecuentación no eche a perder los recursos naturales, aquí la lucha es contra el despoblamiento. Y en esta lucha hay que poner a trabajar el ingenio. La figura de las trementinaires ha dado lugar a un museo en Tuixent donde se explica la historia de estas mujeres que iban por el mundo. Y a una fiesta anual que tiene como virtud servir de atractivo cuando menos a un turismo de consumo interno, a escala de Cataluña. Se alaba a las mujeres de la venta ambulante de remedios, se exponen los productos que da este valle y, por qué no, se llenan alojamientos de turismo rural y restaurantes. Así las trementinaires que levantaron la economía doméstica desde finales del siglo xix ahora colaboran con la economía de todo el valle. Todo recurso es insuficiente si hablamos de luchar contra el principal problema de conservación de estas tierras. Sin uso ganadero, los prados se reforestan de manera espontánea con la doble pérdida de un tipo de hábitat y de un magnífico cortafuegos gestionado. Los antiguos campos de trumfos (patates o creïlles para la mayoría del dominio lingüístico catalán) corren una suerte semejante sin el payés-gestor. Toda piedra hace pared y todos los recursos son pocos para mantener un paisaje. En rincones como este las iniciativas públicas y privadas trabajan por conseguir los recursos para mantener caminos, restaurar cabañas de pastor, hacer un nuevo mirador o potenciar un turismo de nieve alejado de las pistas de esquí alpino, con recorridos de esquí nórdico que transcurren por pistas forestales y que son propiedad municipal. Vale aprovechar las figuras de protección como reclamo, el parque natural del Cadí está al lado, la red de espacios del PEIN apenas roza este territorio y la red Natura 2000 es justificación suficiente para acogerse a alguna subvención que contribuya a mantener el paisaje que necesita un lugar con una recién alcanzada vocación turística. Vale la tienda de quesos artesanos, el alojamiento rural sin ninguna renuncia a la comodidad y el negocio de hierbas aromáticas. En este caso la gestión de los recursos naturales pasa por construir un nuevo modelo en el que el turismo tiene que convertirse en la nueva fuente de ingresos para fijar población en el territorio. Y para que esta fuente mane son necesarios atractivos como los contenidos alrededor de un tiempo en el que las personas vivían conectadas a las hierbas, las setas y la trementina. Si queréis, con una visión un poco romántica y excesivamente idílica, de unos tiempos duros de una economía de subsistencia. En cualquier caso, hoy la trementinaire se queda en casa. BIBLIOGRAFÍA Carles Santana i García.Biólogo (Solsona, Lérida). |
© Mètode 2011 - 68. Después de la crisis - Número 68. Invierno 2010/11