El artículo muestra, a través de diversos mapas, la distribución geográfica de la COVID-19 y analiza los factores ambientales que han podido contribuir a su expansión.
La palabra ciencia nunca había estado tan presente en los medios de comunicación como durante la pandemia de COVID-19 y, si durante los próximos meses sigue siendo así, es muy probable que algo quede incluso cuando desaparezca el coronavirus.
Durante el siglo XX hemos casi duplicado la esperanza de vida, de unos 45 años a 80 y pico y, por eso, hemos tenido que enfrentarnos a las dolencias de la vejez, los problemas cardiovasculares y metabólicos, las dolencias neurodegenerativas y de demencia senil y, también, el cáncer. No nos morimos ahora igual que hace un siglo.
¿Puede un organismo extraterrestre producir una pandemia catastrófica en nuestro planeta? Tales preguntas surgen cada vez que planteamos traer a la Tierra muestras de otros mundos del Sistema Solar, y más todavía en un contexto como el de la actual COVID-19.
Una epidemia como la que desgraciadamente hemos vivido puede hacer que salgan los peores miedos. El cine y la literatura han sabido emplear este miedo para construir guiones donde una epidemia es el centro de la historia o bien la excusa de fondo.
Quizás el cambio climático no nos afectará de forma tan repentina como una epidemia, pero cuando pase esta emergencia sería un buen momento para revisar la estrategia de comunicación para evitar la que nos caerá más adelante.
Quienes nos dedicamos a la creación y difusión de conocimiento debemos hacer uso inteligente de su carácter contingente y provisional, para promover la idea de que lo que pueden parecer debilidades son, en realidad, los rasgos que permiten el progreso del conocimiento científico y su carácter disruptivo.
Adoptar una mirada evolutiva ayuda a explicar por qué hombres y mujeres reaccionan de forma distinta frente a determinadas enfermedades infecciosas y a entender (y combatir) las estrategias de los virus en su incesante carrera evolutiva por infectarnos y propagarse entre nosotros.
A pesar de todos los logros alcanzados en tan corto plazo de tiempo, es necesario subrayar que la obtención de un fármaco capaz de inhibir alguna de las proteasas del SARS-CoV-2, o de cualquier otro agente patógeno, es un proceso largo y complejo que requiere de la participación de diferentes ramas de la ciencia.
Cada periodo histórico ha tenido su verdugo epidémico, y casi siempre han sido los cambios ecológicos entre las comunidades humanas y el entorno los que han provocado cambios en la patogenicidad y en las enfermedades epidémicas.
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