Si queremos preservar ecosistemas funcionales para el futuro y continuar disfrutando de sus servicios, también hay que proteger la diversidad filogenética y la funcional. Pero para hacerlo no basta con delimitar espacios protegidos.
Los enemigos naturales están entre los principales impulsores de las dinámicas de biodiversidad pero, a veces, producen graves pérdidas en la mayoría de las cuales los humanos están involucrados.
Los índices tradicionales de diversidad (principalmente riqueza, abundancia y equitatividad de especies) han sido altamente reveladores para el seguimiento de procesos en comunidades y ecosistemas en ecología moderna.
La península de los Balcanes es el área más diversa de Europa en cuanto a plantas vasculares: entre 7.000 y 8.000 especies catalogadas. Los habitantes de esta región comparten una herencia en cuanto a usos de los recursos naturales y hablan lenguas similares.
Entre las miles de especies de insectos con que convivimos las hay que nos preocupan en especial. Y, en general, cuando a los humanos nos preocupa una especie animal quiere decir que sacamos provecho económico de ella o bien que amenaza nuestros intereses. Algo lógico, por otro lado.
La ciudad es un logro histórico y social de la civilización y del progreso, pero aquello que puede considerarse como señal de progreso evolutivo y cultural ha supuesto un progresivo divorcio del hombre con la natura.