Eponimia

El Teorema de Tal

Triangle isòsceles

«Me he encontrado con Isósceles. Tiene una gran idea para un nuevo triángulo». Uno de los personajes que Woody Allen imagina en su versión de la Apología de Sócrates dice esta frase y nos hace gracia porque sabemos que el triángulo isósceles no fue ningún invento de un griego antiguo, y que el nombre hace referencia a la característica que lo define: tener dos lados de la misma longitud.

Es cierto que Isósceles no existió, a diferencia de Pitágoras, Tales y Arquímedes. Pero sus teoremas y principios no recibieron los nombres por los que los conocemos hasta muchos años después de su tiempo. El principio de Arquímedes, por ejemplo, no recibió este nombre hasta 1697.

La eponimia es la práctica de dar nombres de personas a cosas. En tiempos antiguos era rara, y estaba principalmente limitada a los nombres de ciudades o vías para honrar reyes y emperadores: Alejandría, Constantinopla, la Vía Augusta… Con el nombre de América se relaja el criterio y empiezan a aparecer nombres de lugares dedicados a sus descubridores.

¿Y en ciencia? Hemos estudiado las leyes de Mendel y el número de Avogadro, y utilizamos unidades de medida que se llaman como Newton, Pascal y Watt. ¿Cuándo empiezan a aparecer en la literatura científica los nombres de las personas que han hecho la ciencia? ¿Qué importancia tiene eso?

David Wootton lo explica a su espléndido libro La invención de la ciencia, y lo vincula a la aparición de la ciencia tal como la conocemos hoy en día. De forma análoga a los descubrimientos geográficos, a final del siglo xvi aparece el concepto de descubrimiento científico y, relacionado con este, el concepto de prioridad. Hasta el tiempo de Brahe y Galileo no se habían visto nunca debates de prioridad, y la discusión entre Newton y Leibniz por el descubrimiento del cálculo infinitesimal habría sido incomprensible para un griego antiguo o un monje medieval. Entre el tiempo de Brahe y el de Newton aparecen muchos conceptos que ahora consideramos centrales de la ciencia, como el dato o el experimento. Estos tienen que ver con la epistemología. En cambio, la eponimia es una práctica sociológica, no filosófica. 

Actualmente el fundamento de la carrera científica es la prioridad que da derecho a vincular el propio nombre con un resultado. Publicar en segundo lugar no tiene precio (o sea, no vale nada) y los libros de ciencia necesitan un índice onomástico para navegar por el montón de conceptos que tienen nombre de persona. De paso hemos empezado a homenajear a gente dando su nombre a todo tipo de seres. Junto a nombres como Anomphalus jaggerius (Mick Jagger), Aegomorphus wojtylai (Juan Pablo II), Albunea groeningi (Matt Groening) o Aleiodes shakirae (Shakira), incluso las buganvillas del conde de Bougainville parecen poco exóticas. 

Referencias

Allen, W. (1999). Efectes secundaris. Barcelona: Columna.

Wootton, D. (2017). La invención de la ciencia. Barcelona: Editorial Crítica.

© Mètode 2018 - 99. Interconectados - Otoño 2018
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Biólogo y escritor (Barcelona).