En la alameda
un manantial recita
su canto entre las hierbas.
Y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
ignorado y humilde,
el paisaje contempla.
(Federico García Lorca, Los encuentros
de un caracol aventurero, 1918)
En el diccionario de la RAE podemos encontrar acepciones bastante singulares que, además de definir este animal, nos aproximan a la relación cotidiana y próxima que tenemos con los caracoles y aportan aspectos diferentes. Así, encontramos:
Caracol: nombre masculino.
Caracoles: canto popular andaluz, de carácter ligero y festivo, caracterizado por la repetición de la palabra caracoles como estribillo.
¡Caracoles!: Interjección coloquial que denota cabreo, molestia, extrañeza o admiración.
Los caracoles, singulares y pacíficos animales, pertenecen al grupo de los invertebrados y, dentro de estos, al de los moluscos gasterópodos (invertebrados con caparazón). Se diferencian de los moluscos cefalópodos en que estos no tienen un caparazón externo, como por ejemplo los calamares y las sepias, pero tampoco hay que confundirlos con los crustáceos como las gambas y otros similares. A pesar de su tamaño y, como dice el poema de García Lorca, «ignorados y humildes», son animales fascinantes cuando estiran la carne del interior del caparazón y alargan las antenas con esos puntitos negros que nadie reconoce como los ojos.
Después de un chaparrón solemos encontrar los caracoles encaramados en las hojas. «Caracol, col, col, saca los cuernos al sol» es lo que se canta con ingenuidad en la infancia para conseguir ver cómo estiran los apéndices. Es esta, para nosotros, una de las imágenes mágicas que guardamos de la infancia, época en la que hemos jugado con ellos, los hemos hecho competir en rapidez, cosa casi imposible pues si tienen la maestría necesaria para deslizarse en un rastro luminoso carecen de sentido de la orientación… Después, es la cocina la que marca otra etapa en nuestra relación con los caracoles. Recordamos los asfódelos cargados de caracoles y las cestas de los recogedores tras la lluvia. Caracoles negros o moros, blancos y cristianos. O pasear por el Mercado Central de Valencia, donde se pueden ver las redes llenas de caracoles con hojas de romero para purgarlos y que sepan mejor…
La actividad de esta ocasión ha sido preparada para disfrutar y acercarnos a la naturaleza mediante la creación de un recinto que permite observar estos animales: una mansión que será temporal pero a la que dotarás de un ambiente copiando lo mejor posible el paisaje donde viven. Al cabo de un tiempo, hay que actuar correctamente y devolver los caracoles al medio donde los hemos encontrado.
Materiales y utensilios
—Un frasco de vidrio grande
—Una gasa. Si pones papel, cuando lo humedezcas habrá que cambiarlo porque se romperá.
—Una goma grande
—Un poco de tierra
—Unas hojas frescas que hay que ir reponiendo (les encantan las de naranjo)
—Un poco de lechuga
—Un vaporizador
—Unos caracoles que encuentres en el jardín o el campo
Procedimiento
Llenamos con tierra un poco húmeda el frasco de vidrio grande y añadimos hojas y pequeñas plantas para hacer el recinto más acogedor. Si ponemos hojas de naranjo, los caracoles se las comerán con avidez. A continuación, introducimos los caracoles y ponemos en la abertura una gasa de las que se utilizan para curar heridas y la sujetamos con una goma elástica ancha. Con el vaporizador, con agua mineral o de ósmosis, vaporizamos la gasa para refrescar el interior y mantener la humedad idónea para los caracoles.
A través del vidrio, podremos ver los caracoles y observar sus desplazamientos: ¡son más rápidos de lo que parece! Eso sí, tenemos que limpiar el frasco de vidrio cada vez que pongamos nuevas hojas. Aunque estos humildes animalitos son bastante limpios y es fácil cuidarlos, los tendremos como mucho un par de semanas para disfrutar de su presencia y observar sus costumbres y hábitos antes de devolverlos a su medio.
El Gabinete de Didáctica del Jardín Botánico de la Universitat de València está compuesto por Mª José Carrau, Pepa Rey y Olga Ibàñez.
© Mètode 88, Invierno 2015/16.