Enric cuida un rebaño de ovejas en el pequeño pueblo de la Torre de Tamúrcia, en la zona de la Noguera Pallaresa que queda en el Pallars Jussà. Ya hace años que las ovejas están estabuladas, pero aún recuerda cuando hacían la trashumancia hasta las verdes laderas del Valle de Arán. «Era otra época», nos dice. «Entonces el ganado pacía y los animales que morían quedaban allá, en el campo. Los buitres los limpiaban rápidamente. Quizá sí, que en algunos casos morían porque se utilizaba veneno para matar alimañas que no interesaban. Y seguramente cuando dejamos de utilizar animales en el campo se quedaron sin una parte de la comida; las mulas y los burros que morían se tiraban y los buitres daban cuenta de ellos. Entre eso y las granjas… hubo una época en que no había tanto buitre. Sin embargo, ahora sí que los hay. Y bastantes.» Mientras nos explica todo esto un par de alas gigantescas nos sobrevuela.
El ojo avezado de Enric no se equivoca. La mecanización de los trabajos agrarios y el hecho de que se estabulase el ganado se unieron a otras causas como el uso de los venenos o la proliferación de líneas eléctricas. Todo ello causó una crisis en la población de buitres en nuestro país a lo largo de los años sesenta y setenta. Más tarde, la prohibición del uso de venenos y el aumento de la cabaña ganadera produjo un incremento de la población. Según el censo estatal de buitres comunes, entre el año 1989 y el 1999 se pasó de 8.064 parejas reproductoras a 22.455. Ya nos lo decía Enric, que ahora sí que había buitres.
En la espectacular subida de la población reproductora que se experimentó en los años noventa se constató que el número de parejas reproductoras se hizo más grande allá donde ya había una buena densidad de esta especie, por lo que no se debe pensar en asociar ningún proceso de regulación de la población en función de la densidad. Es decir, los grandes núcleos reproductores no hicieron de centros de dispersión de individuos que después se reprodujesen en otros sitios. De hecho, la distribución de la especie cambió muy poco a partir de este proceso de aumento de los contingentes. El hecho es que el 85% de la población de buitres de la Península se sitúa en las zonas de macizos calcáreos, donde encuentran el hábitat de cría adecuado. La disponibilidad de comida y la existencia de lugares apropiados para anidar son las principales limitaciones para la población de los buitres. Tanto que habría que pensar si en este aumento no interfirieron con otras especies con las que comparten hábitat de cría, como el quebrantahuesos.
«En el rompecabezas de la conservación de la diversidad biológica en europa, los humanos tenemos un papel relevante como parte integrante de muchos sistemas naturales»
A pesar de esta subida espectacular de los reproductores y a pesar de que en la Península Ibérica se concentra más del 80% de la población europea de esta especie, aún nos quedan muchas lagunas en el conocimiento que tenemos de ellos. Más allá de la distribución y de algunos patrones muy generales de la biología de estas aves quedan muchas incógnitas sobre esta especie que ahora apenas sí empezamos a plantearnos. ¿Qué movimientos siguen los buitres ibéricos? ¿Cuál es la tasa de intercambio entre colonias? ¿Y la de supervivencia? Sí que es cierto que empezamos a tener respuestas, pero aún no sabemos bastante. Y eso puede ser grave si consideramos que los factores que afectan a la especie están cambiando.
Desaparecidos los animales de labor y reducida la ganadería extensiva, los muladares donde se vertían los animales muertos en las granjas constituían la principal fuente de alimentación de estos animales. Las medidas legales destinadas a frenar la expansión de enfermedades como la encefalopatía espongiforme bovina, la peste porcina o la brucelosis implican la prohibición de abandonar los restos de los animales en el campo. Mal panorama para los necrófagos. Los buitres famélicos han protagonizado algunas portadas de diarios, acusados de atacar vacas en pleno parto, o de comerse terneros acabados de nacer. Como consecuencia de éste y seguramente de otros hechos ha habido un cierto resurgimiento del veneno. Además, en muchos puntos elevados se han instalado campos de aerogeneradores, y los buitres, recordémoslo, planean, lo que les hace coincidir bastante a menudo en los lugares donde se han emplazado los molinos. Como consecuencia son centenares los individuos que mueren cada año después de colisionar contra las aspas de estos aparatos.
Sin embargo, hay quien sabe ver las oportunidades allá donde se presentan. La comarca del Pallars Jussà tiene la mayor densidad de buitres de toda Cataluña. Y también la menor densidad humana. En esta comarca, municipios como Tremp tienen numerosos núcleos diseminados por todo su término, cada vez con menos habitantes y con una población más envejecida. Demasiado bajo para el turismo de nieve –esto no es el Valle de Arán–, demasiado montañoso –tampoco es la plana de Lérida–, en la Cataluña interior y con problemas de comunicaciones. Sin embargo, en un mundo donde empiezan a ser reconocidos los valores de un medio bien conservado, el potencial para el turismo de naturaleza de estos parajes es muy grande.
Aquí los buitres (y por extensión todos los necrófagos) son el eje que vertebra un producto turístico que trata de combinar desarrollo rural con la conservación de la naturaleza. Bajo la marca «el Valle de los Buitres» se han ofrecido al público instalaciones de interpretación del medio como el casal de los Buitres, precisamente en Torre de Tamúrcia; se han marcado rutas de senderismo y se han instalado cámaras que se pueden seguir por Internet y con control remoto desde el casal. Todo eso alrededor de un muladar donde se les suministra comida procedente de las granjas próximas. Desde este muladar se realizan trabajos de seguimiento como el marcaje con anillas de colores que ya nos comienzan a hablar de adónde van y de dónde vienen los buitres que comen en Torre de Tamúrcia, desde poblaciones relativamente próximas, en Aragón, hasta Cádiz y Ciudad Real. Como ven, la conservación de esta especie no puede gestionarse únicamente de manera local.
Las poblaciones de buitres, hoy más que nunca, dependen de un cierto grado de población humana del territorio. En el rompecabezas de la conservación de la diversidad biológica en Europa, los humanos tenemos un papel relevante no sólo como gestores, sino como parte integrante de muchos sistemas naturales. En este sentido, los proyectos de conservación de especies y ecosistemas están obligados a contar con la población humana como un eslabón más de la cadena.
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