Astronomía y poesía


North celestial planisphere por Thomas Hood. Dibujado por Agustin Ryther London, 1950.

    Joan Maragall, en el Elogi de la paraula viva, escribió: “Recordo una nit, a l’altra banda del Pirineu, que sortí de la fosca una nena que cantava amb veu de fada. Vaig demanar-li que em digués quelcom en la seva llengua pròpia i ella, tota admirada, signà el cel estrellat i féu només així: ‘Lis esteles…’.”¹ Y Maragall encuentra, en esta denotación directa y pura de las profundidades cósmicas, una de las fuentes de la poesía. Y, efectivamente, las estrellas han tenido una presencia permanente en las raíces de la inspiración poética y han sido siempre un estímulo constante en la pregunta de los humanos sobre su propia finitud y en la búsqueda de un sentido.

Pero no hablamos aquí de la contemplación pura de las estrellas, sino de la indagación, más precisa y profunda, de la astronomía. No nos referimos, pues, a las estrellas como interpelación directa al sentimiento, sino pasadas por el filtro del cálculo, de la medida, del escrutinio escrupuloso de la comparación observacional con las predicciones teóricas. No pretendemos, tampoco, hacer un análisis detallado de la presencia de la astronomía en la poesía, sino sólo apuntar algunas de las perspectivas desde las cuales la poesía contempla la astronomía. Y, por esto, me referiré a tres temas: la figura del astrónomo, el espacio del observatorio, el espacio celeste. En una publicación reciente (Ciència, fe, poesia, Quaderns de la Fundació Joan Maragall, Editorial Claret, 2002) me he referido a algunas relaciones entre visiones científicas de la naturaleza y la celebración religiosa del mundo en el Génesis, Dante, Milton y Teilhard de Chardin, donde he comentado la importancia de la presencia cosmológica en la Divina comedia y en El Paraíso perdido, dos poemas en cuya concepción la visión científica de la cosmología de su momento –la cosmología ptolemaica en el Paraíso de Dante, o una cosmología de transición entre la ptolemaica y la copernicana en el poema de Milton– representa un papel importante en la estructuración y los contenidos de las mencionadas obras literarias.

La figura del astrónomo

Quizás nos tendría que causar una cierta decepción que el astrónomo más grande que ha habido entre los poetas, el persa Omar Jayyam, no dedicase ni un verso a la astronomía, sino que hubiera buscado en el vino y en el amor sus fuentes de inspiración sobre la vida, con bastante desconfianza hacia los sabios. ¿A qué se debió el silencio de Jayyam sobre la ciencia? No tenemos bastantes conocimientos para hablar de ello. Resulta más alentador, para quien se interesa por las relaciones entre astronomía y poesía, recordar que la primera edición de los Principia Mathematica de Newton se abría con una oda en latín de Halley –el astrónomo que dio nombre al célebre cometa y que financió la edición de los Principia– en honor del gran científico y del nuevo sistema astronomicomatemático que establecía su obra. Estos dos casos apuntan bastante claramente los dos polos extremos que encontramos en la expresión poética de la valoración del astrónomo: la admiración y la desconfianza.

    Empezaré por la admiración, que ha sido expresada tan a menudo en el caso de Newton, a cuya memoria han sido escritos numerosos poemas. En esta línea admirativa, reproduzco, como ilustración, un poema mío sobre el observatorio de Greenwich²:

Evocació de Greenwich

Alive, but in another way…
Sidney Keyes

Astrònoms de Greenwich, per al rei i la reina
vosaltres sols éreu ocells del jardí,
amb ulls més oberts i més foc i fal·lera
que no cap ocell, de comprendre la nit.
No sé si hi pensaven: potser algun capvespre
miraven la llum que en alguna finestra
de l’observatori trencava tenebres
i deien: “què deuen estar descobrint?”.
I no ho comprenien. Seguien la festa
del viure dels reis, oblidant de seguit.
quedàveu vosaltres, els ulls, i l’esquerpa
desperta avidesa dels càlculs: la nit.

David Jou, Mirall de vellut negre, 1981

El poema subraya la dedicación del astrónomo a una sabiduría difícil de comprender para mentes superficiales o poco acostumbradas al rigor. Es interesante pasar, acto seguido, a una visión completamente encontrada: la del astrónomo como personaje pedante, abstruso y orgulloso. Newton no se escapó de ninguna manera de esta clase de valoraciones: Blake se refirió a él con hostilidad y desdén, con prevención por el carácter racionalista a ultranza con que presentaba el universo, vaciándolo, según el poeta, de la cordialidad, la emoción y la magia que le son más propias. Otros poetas, como Walt Whitman en el conocido poema transcrito a continuación, expresan esta desazón y hostilidad ante los astrónomos:

When I heard the Learn’d Astronomer³

When I heard the learn’d astronomer;
When the proofs, the figures, were ranged in columns
before me;
When I was shown the charts and the diagrams,
to add, divide, and measure them;
When I, sitting, heard the astronomer, where he lectured
with much applause in the lecture-room,
How soon, unaccountable, I became tired and sick,
Till rising and gliding out, I wander’d off by myself,
In the mystical moist night-air, and from time to time,
Look’d up in perfect silence at the stars.

Walt Whitman, Leaves of grass

La valoración del cálculo es muy diferente en ambos poemas: en el primero, es visto como una fuente de placer (los placeres de la precisión, del rigor, del recogimiento, de la comunión con el cosmos), mientras que en el segundo es visto como un lenguaje hermético y pedante, completamente estéril para transmitir cualquier clase de emoción. Para poder valorar con una cierta ecuanimidad estas dos interpretaciones, haría falta reflexionar sobre los conocimiento científicos de los poetas, a menudo tan pobres, que les hacen sentirse extraños ante la mayoría de reflexiones mínimamente cuantitativas, lo que los lleva en muchas ocasiones a una reacción de hostilidad hacia lo desconocido. Cuando este recelo no existe, la visión poética de la ciencia puede ser bastante más entusiasta o, como mínimo, más tranquila y ponderada.

Otro ejemplo de valoración negativa del astrónomo lo encontramos en el siguiente poema de Hans Magnus Enzensberger, que describe a Tycho Brahe con aspereza, atribuyéndole frialdad, ambición desmesurada, indiferencia hacia los humanos… Y evoca, también, el observatorio de Uranienborg, el último gran observatorio de la época anterior al telescopio, como un lugar equívoco, a la vez brillante y opresivo. La crítica al astrónomo y el recelo al observatorio surgen, aquí, no tanto de una antítesis entre razón y emoción, sino desde una vertiente más bien sociológica, en que se ve al astrónomo como una persona refugiada en la observación del cosmos, por pura ambición personal, y completamente despreocupada con respecto a los problemas que viven las personas de su alrededor.

T.B. (1546-1601)

Se oculta tras ojos fríos y arrogantes; bajo el mondo cráneo,
este pálido tejido, sensible, un magma eléctrico. […]

[…] Desazón, fastidio,
lujo de precisión: sus criados cargan a través de Europa
un cuadrante, doce metros de diámetro, todo roble y metal.
Se frota la nariz, mutilada en singular duelo a raíz
de altas cuestiones matemáticas: un áureo artificio.
Fronta su carne rojiza en una gañana: once bastardos.
No hay tiempo para amar. Sí para el botín abstracto: saber
a toda costa. Por San Martín, en 1752, más rutilante que
Venus
centellea de súbito (no daba crédito a mis ojos)

BCas, la estrella tichoniana. Una supernova. Capricho
del cosmos. También, pues, las esferas celestiales
sufren cambios
. Santones europeos descifran el maleficio:
bodas de sangre, negra muerte, harmagedon. Pero él mide
cronométricamente, calcula sus márgenes de error: De Stella
Nova.

Una quimera carísima y nueva: radioespéculos cáveas
plasmáticas.

Big Science, nueva isla de la Buenaventura:
Venus a Oresund,
las rocas blancas de Hven, una Citerea para la Ciencia.
Antojos: cúpulas bizantinas, torres cilíndricas, astrolabios,
fastuosa relojería, imprentas, artilugios alegóricos.
Sólo la gran esfera armilar ya cuesta cinco mil rigsdaler.
[…]

El sótano palaciego de Uranienborg es una jaula inmensa.
En veinte años, el Egghead graba 777 signos en su esfera
de metal bruñido: cada cruz, un astro fijo y, cada astro,
un vasallo ultrajado. Delirios de grandeza, hastío. Riñas
con el monarca. El divo abandona Dinamarca. Una caravana:
enano, sirvientes, alforjas y asistentes. Tablas planetarias,

y ante todo , los instrumentos. Se hicieron desmontables,
pues un astrónomo debe ser cosmopolita; la ignorancia
impide a los soberanos apreciar su valía.

Otro figurón acoge al figurón: Rodolfo de Praga.
Un río de oro, un río de huéspedes, una casa de locos
repleta de aduladores, curanderos, alquimistas.

Con el nuevo siglo llega a Praga un plebeyo; ocupa absorto
el puesto más bajo en la mesa. Un grosero, este Kepler.
Sin dinero ni sextantes, ataca a su amo cual perro rabioso,
ofende y roba. Aquél, ávido de pompa hasta el último
suspiro,

oro y carne, sucumbe en el delirio; éste, oscuro y metódico,
descifra los datos, alumbra inmejorables ecuaciones

y extingue por los siglos la luz del muerto. […]

Hans Magnus Enzensberger,
Mausoleo (37 baladas de la historia del progreso), 1975.

Desde el punto de vista científico, vemos alusiones a los instrumentos, al descubrimiento de la supernova ticoniana, a la difícil tarea de Kepler de sistematizar los datos que Brahe había ido consiguiendo pero que en gran parte mantenía ocultos. Pero sobre todo vemos el entorno sociológico de lujo, despreocupación y voracidad.

El espacio del observatorio

El espacio del observatorio llama la atención de los poetas: como los templos, es un espacio abierto al infinito, diseñado en función de unos elementos celestes que resultan esenciales para sus funciones. A la vez, está lleno de aparatos de precisión, que amplían el poder de la observación y del cálculo y que ensanchan, pues, el ámbito del mundo y las capacidades de la sensibilidad. En algunas ocasiones, la atención del poeta se centra en estos aparatos, vistos ellos mismos como un espacio atractivo, por sus formas sorprendentes o por la estética de su realización.

    En el poema anterior hemos encontrado una breve descripción del observatorio de Brahe, en Uranienborg: un lugar misterioso pero que era visto con la prevención característica de los prejuicios sociales de Enzensberger. Julio Cortázar, en la Prosa del observatorio, habla del observatorio de Jaipur, en Delhi, construido por el sultán Singh antes de los telescopios. En lugar del contexto social, Cortázar se abre a la fascinación del observatorio como lugar de comunicación con el infinito del cielo nocturno:

Las máquinas de mármol, un helado erotismo en la noche de Jaipur, coagulación de luz en el recinto que guardan los hombres de Jai Singh, mercurio de rampas y hélices, grumos de luna entre tensores y placas de bronce; pero el hombre ahí, el inversor, el que da vuelta a las suertes, el volatinero de la realidad: contra lo petrificado de una matemática ancestral, contra los husos de la altura destilando sus hebras para una inteligencia cómplice, telaraña de telarañas, un sultán herido de diferencia yergue su voluntad enamorada, desafía un cielo que una vez más propone las cartas transmisibles, entabla una lenta, interminable cópula con un cielo que exige obediencia y orden y que él violará noche tras noche en cada lecho de piedra, el frío vuelto brasa, la postura canónica desdeñada por caricias que desnudan de otra manera los ritmos de la luz en el mármol, que ciñen esas formas donde se deposita el tiempo de los astros y las alzan a sexo, a pezón y a murmullo. Erotismo de Jai Singh al término de una raza y una historia, rampas de los observatorios donde las vastas curvas de senos y de muslos ceden sus derroteros de delicia a una mirada que posee por transgresión y reto y que salta a lo innominable desde sus catapultas de tembloroso silencio mineral…

Jai Singh asciende los peldaños de mármol y hace frente al huracán de los astros; algo más fuerte que sus lanceros y más sutil que sus eunucos lo urge en lo hondo de la noche a interrogar el cielo como quien sume la cara en un hormiguero de metódica rabia: maldito si le importa la respuesta. Jai Singh quiere ser eso que pregunta, Jai Singh sabe que la sed que se sacia con agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo el agua dejará de tener sed.

Julio Cortázar, Prosa del observatorio, 1972

El espacio del cielo

La observación y la comprensión del espacio celeste es el objetivo esencial de la astronomía. El siglo XX ha aportado a ella muchísimas novedades: aparatos de más precisión que nunca, telescopios más grandes y más potentes, satélites de observación, exploraciones que rebasan los límites de la luz visible y se adentran en las radioondas, en los rayos X, en los rayos gama, y que nos descubren visiones inéditas del universo: la radiación de microondas remanente de la gran explosión primordial, explosiones de supernovas muy lejanas, púlsares, cuasares, estrellas de neutrones, inmensos agujeros negros en el centro de galaxias… A la vez, la física moderna ha dado respuesta a algunas de las cuestiones más enigmáticas de los cometas: el origen de su fuego, un fuego nuclear basado en la fusión del hidrógeno para dar helio, o en la fusión del helio para dar carbono, o en la fusión sucesiva de elementos cada vez más pesados para dar núcleos todavía más pesados, hasta llegar al hierro, a partir del cual los núcleos han sido formados en grandes explosiones muy alejadas del equilibrio: la materia encuentra en las estrellas su genealogía y su historia. Por primera vez tenemos una teoría astrofísica detallada, que ha permitido clasificar y comprender la evolución de los astros, desde su nacimiento hasta sus diversas formas de acabar, sea en las grandes explosiones de las supernovas, sea en los invisibles agujeros negros.

    La poesía también ha reflejado las nuevas visiones abiertas por estos logros. Destacaré aquí tres elementos de la visión del espacio del cielo: las naves espaciales nos permiten tener una nueva visión del sistema solar; la visión del universo se ha dilatado inmensamente y tenemos un nuevo modelo cosmológico; los modelos astrofísicos permiten contemplar la formación de las estrellas en simulaciones por ordenador. Veamos algunas repercusiones en la poesía.

a) Los cohetes lanzados a los planetas y satélites
    Uno de los elementos característicos de la técnica de nuestro tiempo, con un gran impacto social con respecto a las aplicaciones en comunicaciones, ha sido la astronáutica, que ha permitido hacer llegar humanos a la Luna, sondas a Marte, a Venus y a otros planetas. La carrera del espacio fue una de las actividades más emblemáticas de los años 1960 y en la actualidad, aun cuando ya no presente aquellos elementos de novedad que la hacían tan atractiva, algunos de sus proyectos, como por ejemplo una posible colonización de Marte, continúan teniendo una capacidad considerable de fascinación. Como consecuencia de todas estas actividades, la visión que tienen de los planetas nuestros contemporáneos contiene elementos que nunca había tenido antes. Como ejemplo de sus repercusiones en poesía, reproduciré un poema del libro Òrbita, de Esther Martínez Pastor, dedicado a los planetas y satélites del sistema Solar. El poema parece una anticipación de lo que vio la sonda Sojourner, o Mars Pathfinder, que el verano de 1997 estuvo enviando imágenes de Marte.

Mart4

He descobert un cel color taronja
que m’és irrespirable i que em fascina.
I m’endinso en la tènue atmosfera
fins a ancorar en la ignota superfície
d’un món que, malgrat tot, no em sembla estrany.
Paisatge vigorós, roig i desèrtic,
esquitxat per les roques multiformes
sorgides de mil cràters adormits.
Paisatge vigorós,
sacsejat pel furor de les tempestes
d’una sorrenca virior d’onades
que enterren penyes i tenyeixen cels
amb el vermell encès del seu coratge.
I tanco els ulls, suspesa en el neguit.
No hi tornaré mai més- fujo perduda
darrere el meu desfici de claror,
sota el llòbrec teulat de la negror.

Esther Martínez Pastor, Òrbita, 1996

En lugar del planeta Marte imaginado como un lugar habitado, el poema nos describe un planeta bastante más de acuerdo con lo que actualmente sabemos de él: un sitio inhóspito, como uno de los desiertos terráqueos, y dotado de la movilidad de grandes tormentas.

Un poema del libro Òrbita, de Esther Mar­tínez Pastor, dedicado a los planetas y satélites del Sistema Solar, parece una anticipación de lo que vio la sonda Sojourner.

b) La cosmología
    Las grandes cuestiones cosmológicas han tenido siempre un gran atractivo cultural, reflejado también en la poesía. Milton, en El paraíso perdido, es uno de los poetas que manifiesta una cultura astronómica más detallada, y que tiene el interés de situarse en el momento histórico que va desde la muerte de Galileo, defensor y divulgador del modelo copernicano, y la publicación de los Principia Mathematica de Newton, donde el modelo copernicano encuentra una majestuosa matematización que permite hacer predicciones astronómicas con una precisión y un conocimiento inconcebibles anteriormente. Milton todavía no se decanta ni por el modelo ptolemaico ni por el modelo copernicano, pero descarga de tensión religiosa la pugna entre los dos sistemas que había envenenado tanto las relaciones entre la religión y la ciencia.

En las postrimerías del siglo XIX, las especulaciones de los científicos sobre la muerte térmica del universo estimularon también numerosas reflexiones y también algunos poemas. Edgar Allan Poe, en su poema en prosa Eureka, intuye una solución original y atrevida a la paradoja de Olbers y habla de estrellas mortales y de universo finito en el espacio o en el tiempo. En la segunda mitad del siglo XX, el modelo cosmológico del Big Bang, muy conocido por parte del gran público gracias a un amplio esfuerzo divulgativo, ha inspirado también muchos poemas. Reproduzco aquí un fragmento de un canto del impresionante Cántico cósmico de Ernesto Cardenal, obra torrencial, apasionada, de una gran ambición, comparable en muchos aspectos a De rerum natura de Lucrecio, pero plenamente situada en la cultura de hoy.

El cántico de los cánticos

En el principio …
El Big Bang.
Remontémonos al primer origen, la chispa
de donde todo viene:
no existía materia ni movimiento ni espacio ni tiempo.
Y la Gran Explosión.
Un comienzo definido en el tiempo
y un comienzo definido del tiempo
y el espacio nació curvo como un huevo.
Primero un universo muy pequeño. Imaginemos
mil millones de toneladas en el tamaño de una aceituna.
Después, la primeras reacciones nucleares:
unos neutrones y protones por pares
procreando núcleos de deuterio.
Cuando el universo tendría un millón de años
aparecieron los átomos (núcleo con electrón).
Un electrón girando alrededor de un núcleo.
Cuando el universo se llenó de átomos
se volvió transparente y la luz ya pudo pasar
de un extremo al otro del universo.
Ni galaxias ni estrellas ni planetas existían todavía.
El principio
fue que el amor se convirtió en energía.

En el principio
el cosmos estaba sin forma y vacío
y el Espíritu de Dios empollaba sobre la radiación.
el universo era todavía radiación y no materia.
y empezó el tiempo.
Materia y antimateria
brotaron de la pura radiación,
de la pura energía.
Tal vez fueron millones de años
Que todo estuvo en tinieblas.
Primero sólo existía lo simple…

Ernesto Cardenal, Cántico cósmico, 1992

Los poemas desbordantes de esta obra no se limitan a la ciencia, sino que están recorridos por profundas preocupaciones morales, políticas y religiosas y constituyen un gran fresco de nuestro tiempo. También yo, en mi libro Basilisc, he intentado sintetizar las ideas esenciales de la historia de la cosmología en seis poemas (seis nocturnos) dedicados a los babilonios, a Platón y Ptolomeo, a Copérnico y Kepler, a Galileo, a Newton y Laplace, y a Einstein y Hubble, respectivamente, es decir, a figuras que han hecho aportaciones esenciales a la cosmología, desde las vertientes conceptuales u observacionals. He intentado que el conjunto de seis poemas reflejara los cambios en las ideas fundamentales que tenemos sobre el infinito del cosmos, sobre el infinitésimo del átomo y sobre nosotros mismos, situados en el cosmos.

c) Ordenadores y astrofísica
    Uno de los progresos más notables en astrofísica ha sido poder describir la formación y la evolución de los astros, combinando los conocimientos sobre gravitación, sobre hidrodinámica y termodinámica, y sobre física nuclear y de partículas elementales. De todo esto ha emergido una visión muy consistente de las fuentes energéticas estelares, de la formación de la materia, de la diversidad de objetos celestes, algunos de ellos –estrellas de neutrones, agujeros negros– no imaginados hasta épocas recientes. Uno de los métodos más usados para estos estudios sobre las estrellas es la simulación por ordenador, tan característica de nuestro tiempo, y que aporta al estudio de los astros una perspectiva completamente nueva, basada en la visualización acelerada o retardada de los diversos episodios de la historia de las estrellas a partir de los resultados de las ecuaciones básicas que describen los procesos estelares. He aquí un poema sobre este tema:

L’ordinador simula el naixement dels estels5

L’ordre matemàtic simula el món real,
crea un altre món –de càlcul, i mental–
regit per lleis exactes, hipòtesis, models:
en un ordinador reneixen els estels
com fa tants anys nasqueren, en brous primordials.

I som com creadors!: veiem a la pantalla
Un món tot just nascut. Una galàxia qualla.
Es formen els estels –i tot sota control!
I regulem el temps i dominem el Sol,
i musiquem i tot la còsmica rondalla!
–fins que el flux elèctric, de cop i volta, es talla.

David Jou, El color de la ciència, 1990

De hecho, el nacimiento de las estrellas y la formación de las galaxias son dos de los problemas más interesantes de la astrofísica y la cosmología actuales. Con respecto a las estrellas, la cuestión más interesante es, actualmente, la que se refiere a la formación de los sistemas planetarios en el entorno de las estrellas, puesto que es una cuestión relacionada con las posibilidades de existencia de vida en otros lugares diferentes a la Tierra. Observaciones recientes efectuadas con el telescopio del satélite Hubble han revelado sistemas planetarios en estrellas relativamente próximas al Sol. Por otra parte, la cuestión principal a que hace referencia la formación de las galaxias es cómo es que ha habido tiempos en que se pudieron formar, cuál ha sido el papel que ha representado en esta formación una hipotética materia oscura (fría o caliente), qué relación hay entre el proceso de formación de las galaxias y su distribución, bastante irregular, en el espacio, y cómo se puede relacionar esta distribución con las fluctuaciones de densidad puestas de manifiesto en las fluctuaciones de temperatura de la radiación cósmica de fondo.

Conclusiones poeticoastronómicas

Los últimos años han sido un período muy rico en fenómenos astronómicos espectaculares: los cometas Halley, Hyakutake, Hale Bopp, la colisión del cometa Schumacher-Levy contra Júpiter, han ocupado primeras páginas en los diarios y en los noticiarios televisivos. El público también va siguiendo con interés especial las noticias referentes a la cosmología, y a sus propuestas sorprendentes (como por ejemplo la existencia de dimensiones adicionales y de universos paralelos). La visión de estos fenómenos, en la actualidad, contrasta mucho con la de los siglos anteriores, que los contemplaban de lejos y con miedo, como indicadores de desgracias y cataclismos. Aun así, la preocupación por la colisión de algún cometa contra la Tierra, reforzada por las teorías sobre el origen cósmico de la extinción de los dinosaurios, está muy viva.

Ahora bien, a pesar de estas noticias, tenemos la impresión de que vivimos más separados del cielo que nunca. La vida urbana, con la contaminación lumínica consiguiente, nos oculta la visión del cielo, y hay que ir bastante lejos de la ciudad para poder sentir con toda su fuerza la imagen vertiginosa de la multitud de estrellas, imagen que ha tenido tanta influencia en la conformación de la cultura.

Sin embargo, la curiosidad por el cielo y por las estrellas continúa estando tan viva como siempre. Las novedades científicas no han atenuado nada el interés, sino que lo han enriquecido con nuevas informaciones y nuevas ideas, que van siendo parcial y lentamente asimiladas por el público, y que parecen coexistir, en una parte de este público, con la astrología y la búsqueda del destino en las posiciones de los planetas y los astros. La poesía de hoy refleja muchos de los nuevos conceptos científicos sobre el espacio celeste. No hace falta, para ello, querer hacer poesía científica: es un hecho natural, plenamente de este tiempo en que la ciencia ha aportado tantas novedades y ha abierto tantas cuestiones y posibilidades a la cultura.

1. “Recuerdo una noche, al otro lado del Pirineo, que salió de la oscuridad una niña que cantaba con voz de hada. Le pedí que me dijera algo en su lengua y ella, toda admirada, señalo el cielo estrellado y dijo sólo así: ‘Las estrellas…’.” (Volver al texto)
2
. Evocación de Greenwich
Astrónomos de Greenwich, para el rey y la reina/ vosotros sólo erais pájaros del jardín,/ con ojos más abiertos y más fuego y debilidad/ que ningún pájaro, de comprender la noche./
No sé si pensaban en ello: quizás algún atardecer/ miraban la luz que en alguna ventana/ del observatorio rompía tinieblas/ y decían: “¿qué deben estar descubriendo?”./
Y no lo comprendían. Seguían la fiesta/ del vivir de los reyes, olvidando en seguida./ Quedabais vosotros, los ojos, y la arisca/ despierta avidez de los cálculos: la noche./
(Volver al texto)
3. Cuando escuché al docto astrónomo
Cuando escuché al docto astrónomo,/ Cuando me presentaron en columnas las pruebas, guarismos,/ Cuando me enseñaron las cartas celestes y los diagramas, para medir, para dividir y sumar,/ Cuando desde mi asiento oí al docto astrónomo que disertaba con mucho aplauso en la cátedra,/ Qué pronto me sentí inexplicablemente aturdido y hastiado,/ Hasta que escurriéndome afuera me alejé solo/ En el húmedo místico aire de la noche, y de tiempo en tiempo,/ miré en silencio perfecto las estrellas.
(Volver al texto)
4. Marte
He descubierto un cielo color naranja/ que se me hace irrespirable y que me fascina./ Y me adentro en la tenue atmósfera/ hasta anclar en la ignota superficie/ de un mundo que, a pesar de todo, no me parece extraño./ Paisaje vigoroso, rojo y desértico,/ salpicado por las rocas multiformes/ surgidas de mil cráteres adormecidos./ Paisaje vigoroso,/ sacudido por el furor de las tormentas/ de una arenosa vigor de olas/ que entierran peñas y tiñen cielos/ con el rojo encendido de su coraje./ Y cierro los ojos, suspendida en la desazón./ No volveré nunca jamás –huyo perdida/ detrás mi desazón de claridad,/ bajo el lóbrego tejado de la negrura./
(Volver al texto)
5. El ordenador simula el nacimiento de las estrellas
El orden matemático simula el mundo real,/ crea otro mundo –de cálculo, y mental–/ regido por leyes exactas, hipótesis, modelos:/ en un ordenador renacen los cometas/ como hace tantos años nacieron, en caldos primordiales./ ¡Y somos como creadores!: vemos en la pantalla/ Un mundo apenas nacido. Una galaxia cuaja, / Se forman los cometas –¡y todo bajo control!/ Y regulamos el tiempo y dominamos el Sol, ¡y musicamos y todo la cósmica fábula!/ –hasta que el flujo eléctrico, de repente, se corta.
(Volver al texto)

David Jou. Universitat Autònoma de Barcelona; Institut d’Estudis Catalans.
© Mètode 37, Primavera 2003.

 

Walt Whitmann en “Cuando escuché el sabio astrónomo”, expresa su inquietud y hostilidad contra estos científicos.

 

 

Varias ilustraciones de Uranienborg, el gran último observatorio de la época anterior al telescopio.

 

 

Julio Cor­tá­zar, en la Prosa del observatorio, habla del observatorio de Jaipur, en Delhi, construido por el sultan Singh antes de los telescopios. En lugar del contexto social, Cortázar se abre a la fascinación del observatorio como lugar de comunicación con el infinito del cielo nocturno. Retrato de Julio Cortázar por Carpani.

 

 

Diversas imágenes del observatorio de Jaipur a Delhi, construido por el sultán Jai Singh, una especie de “parque temático” de aparatos astronómicos antiguos de piedra al aire libre. Hubo relojes de sol i muchas construcciones más para mirar las estrellas.

 

 

Edgar Allan Poe.

 

 

Milton, en El paraíso perdido, es uno de los poetas que manifiesta una cultura astronómica más detallada. Milton aún no se decanta ni por el modelo ptolemaico ni por el copernicano, pero descarga de tensión religiosa la pugna entre los dos sistemas que había envenenado tanto las relaciones entre la religión y la ciencia.

 

 

 

 

© Mètode 2003 - 37. Fondo y forma - Disponible solo en versión digital. Primavera 2003

Departamento de Física, Universidad Autónoma de Barcelona.