North celestial planisphere por Thomas Hood. Dibujado por Agustin Ryther London, 1950. Joan Maragall, en el Elogi de la paraula viva, escribió: “Recordo una nit, a l’altra banda del Pirineu, que sortí de la fosca una nena que cantava amb veu de fada. Vaig demanar-li que em digués quelcom en la seva llengua pròpia i ella, tota admirada, signà el cel estrellat i féu només així: ‘Lis esteles…’.”¹ Y Maragall encuentra, en esta denotación directa y pura de las profundidades cósmicas, una de las fuentes de la poesía. Y, efectivamente, las estrellas han tenido una presencia permanente en las raíces de la inspiración poética y han sido siempre un estímulo constante en la pregunta de los humanos sobre su propia finitud y en la búsqueda de un sentido. Pero no hablamos aquí de la contemplación pura de las estrellas, sino de la indagación, más precisa y profunda, de la astronomía. No nos referimos, pues, a las estrellas como interpelación directa al sentimiento, sino pasadas por el filtro del cálculo, de la medida, del escrutinio escrupuloso de la comparación observacional con las predicciones teóricas. No pretendemos, tampoco, hacer un análisis detallado de la presencia de la astronomía en la poesía, sino sólo apuntar algunas de las perspectivas desde las cuales la poesía contempla la astronomía. Y, por esto, me referiré a tres temas: la figura del astrónomo, el espacio del observatorio, el espacio celeste. En una publicación reciente (Ciència, fe, poesia, Quaderns de la Fundació Joan Maragall, Editorial Claret, 2002) me he referido a algunas relaciones entre visiones científicas de la naturaleza y la celebración religiosa del mundo en el Génesis, Dante, Milton y Teilhard de Chardin, donde he comentado la importancia de la presencia cosmológica en la Divina comedia y en El Paraíso perdido, dos poemas en cuya concepción la visión científica de la cosmología de su momento –la cosmología ptolemaica en el Paraíso de Dante, o una cosmología de transición entre la ptolemaica y la copernicana en el poema de Milton– representa un papel importante en la estructuración y los contenidos de las mencionadas obras literarias. La figura del astrónomo Quizás nos tendría que causar una cierta decepción que el astrónomo más grande que ha habido entre los poetas, el persa Omar Jayyam, no dedicase ni un verso a la astronomía, sino que hubiera buscado en el vino y en el amor sus fuentes de inspiración sobre la vida, con bastante desconfianza hacia los sabios. ¿A qué se debió el silencio de Jayyam sobre la ciencia? No tenemos bastantes conocimientos para hablar de ello. Resulta más alentador, para quien se interesa por las relaciones entre astronomía y poesía, recordar que la primera edición de los Principia Mathematica de Newton se abría con una oda en latín de Halley –el astrónomo que dio nombre al célebre cometa y que financió la edición de los Principia– en honor del gran científico y del nuevo sistema astronomicomatemático que establecía su obra. Estos dos casos apuntan bastante claramente los dos polos extremos que encontramos en la expresión poética de la valoración del astrónomo: la admiración y la desconfianza. Empezaré por la admiración, que ha sido expresada tan a menudo en el caso de Newton, a cuya memoria han sido escritos numerosos poemas. En esta línea admirativa, reproduzco, como ilustración, un poema mío sobre el observatorio de Greenwich²:
El poema subraya la dedicación del astrónomo a una sabiduría difícil de comprender para mentes superficiales o poco acostumbradas al rigor. Es interesante pasar, acto seguido, a una visión completamente encontrada: la del astrónomo como personaje pedante, abstruso y orgulloso. Newton no se escapó de ninguna manera de esta clase de valoraciones: Blake se refirió a él con hostilidad y desdén, con prevención por el carácter racionalista a ultranza con que presentaba el universo, vaciándolo, según el poeta, de la cordialidad, la emoción y la magia que le son más propias. Otros poetas, como Walt Whitman en el conocido poema transcrito a continuación, expresan esta desazón y hostilidad ante los astrónomos:
La valoración del cálculo es muy diferente en ambos poemas: en el primero, es visto como una fuente de placer (los placeres de la precisión, del rigor, del recogimiento, de la comunión con el cosmos), mientras que en el segundo es visto como un lenguaje hermético y pedante, completamente estéril para transmitir cualquier clase de emoción. Para poder valorar con una cierta ecuanimidad estas dos interpretaciones, haría falta reflexionar sobre los conocimiento científicos de los poetas, a menudo tan pobres, que les hacen sentirse extraños ante la mayoría de reflexiones mínimamente cuantitativas, lo que los lleva en muchas ocasiones a una reacción de hostilidad hacia lo desconocido. Cuando este recelo no existe, la visión poética de la ciencia puede ser bastante más entusiasta o, como mínimo, más tranquila y ponderada. Otro ejemplo de valoración negativa del astrónomo lo encontramos en el siguiente poema de Hans Magnus Enzensberger, que describe a Tycho Brahe con aspereza, atribuyéndole frialdad, ambición desmesurada, indiferencia hacia los humanos… Y evoca, también, el observatorio de Uranienborg, el último gran observatorio de la época anterior al telescopio, como un lugar equívoco, a la vez brillante y opresivo. La crítica al astrónomo y el recelo al observatorio surgen, aquí, no tanto de una antítesis entre razón y emoción, sino desde una vertiente más bien sociológica, en que se ve al astrónomo como una persona refugiada en la observación del cosmos, por pura ambición personal, y completamente despreocupada con respecto a los problemas que viven las personas de su alrededor.
Desde el punto de vista científico, vemos alusiones a los instrumentos, al descubrimiento de la supernova ticoniana, a la difícil tarea de Kepler de sistematizar los datos que Brahe había ido consiguiendo pero que en gran parte mantenía ocultos. Pero sobre todo vemos el entorno sociológico de lujo, despreocupación y voracidad. El espacio del observatorio El espacio del observatorio llama la atención de los poetas: como los templos, es un espacio abierto al infinito, diseñado en función de unos elementos celestes que resultan esenciales para sus funciones. A la vez, está lleno de aparatos de precisión, que amplían el poder de la observación y del cálculo y que ensanchan, pues, el ámbito del mundo y las capacidades de la sensibilidad. En algunas ocasiones, la atención del poeta se centra en estos aparatos, vistos ellos mismos como un espacio atractivo, por sus formas sorprendentes o por la estética de su realización. En el poema anterior hemos encontrado una breve descripción del observatorio de Brahe, en Uranienborg: un lugar misterioso pero que era visto con la prevención característica de los prejuicios sociales de Enzensberger. Julio Cortázar, en la Prosa del observatorio, habla del observatorio de Jaipur, en Delhi, construido por el sultán Singh antes de los telescopios. En lugar del contexto social, Cortázar se abre a la fascinación del observatorio como lugar de comunicación con el infinito del cielo nocturno:
El espacio del cielo La observación y la comprensión del espacio celeste es el objetivo esencial de la astronomía. El siglo XX ha aportado a ella muchísimas novedades: aparatos de más precisión que nunca, telescopios más grandes y más potentes, satélites de observación, exploraciones que rebasan los límites de la luz visible y se adentran en las radioondas, en los rayos X, en los rayos gama, y que nos descubren visiones inéditas del universo: la radiación de microondas remanente de la gran explosión primordial, explosiones de supernovas muy lejanas, púlsares, cuasares, estrellas de neutrones, inmensos agujeros negros en el centro de galaxias… A la vez, la física moderna ha dado respuesta a algunas de las cuestiones más enigmáticas de los cometas: el origen de su fuego, un fuego nuclear basado en la fusión del hidrógeno para dar helio, o en la fusión del helio para dar carbono, o en la fusión sucesiva de elementos cada vez más pesados para dar núcleos todavía más pesados, hasta llegar al hierro, a partir del cual los núcleos han sido formados en grandes explosiones muy alejadas del equilibrio: la materia encuentra en las estrellas su genealogía y su historia. Por primera vez tenemos una teoría astrofísica detallada, que ha permitido clasificar y comprender la evolución de los astros, desde su nacimiento hasta sus diversas formas de acabar, sea en las grandes explosiones de las supernovas, sea en los invisibles agujeros negros. La poesía también ha reflejado las nuevas visiones abiertas por estos logros. Destacaré aquí tres elementos de la visión del espacio del cielo: las naves espaciales nos permiten tener una nueva visión del sistema solar; la visión del universo se ha dilatado inmensamente y tenemos un nuevo modelo cosmológico; los modelos astrofísicos permiten contemplar la formación de las estrellas en simulaciones por ordenador. Veamos algunas repercusiones en la poesía. a) Los cohetes lanzados a los planetas y satélites
En lugar del planeta Marte imaginado como un lugar habitado, el poema nos describe un planeta bastante más de acuerdo con lo que actualmente sabemos de él: un sitio inhóspito, como uno de los desiertos terráqueos, y dotado de la movilidad de grandes tormentas. Un poema del libro Òrbita, de Esther Martínez Pastor, dedicado a los planetas y satélites del Sistema Solar, parece una anticipación de lo que vio la sonda Sojourner. b) La cosmología En las postrimerías del siglo XIX, las especulaciones de los científicos sobre la muerte térmica del universo estimularon también numerosas reflexiones y también algunos poemas. Edgar Allan Poe, en su poema en prosa Eureka, intuye una solución original y atrevida a la paradoja de Olbers y habla de estrellas mortales y de universo finito en el espacio o en el tiempo. En la segunda mitad del siglo XX, el modelo cosmológico del Big Bang, muy conocido por parte del gran público gracias a un amplio esfuerzo divulgativo, ha inspirado también muchos poemas. Reproduzco aquí un fragmento de un canto del impresionante Cántico cósmico de Ernesto Cardenal, obra torrencial, apasionada, de una gran ambición, comparable en muchos aspectos a De rerum natura de Lucrecio, pero plenamente situada en la cultura de hoy.
Los poemas desbordantes de esta obra no se limitan a la ciencia, sino que están recorridos por profundas preocupaciones morales, políticas y religiosas y constituyen un gran fresco de nuestro tiempo. También yo, en mi libro Basilisc, he intentado sintetizar las ideas esenciales de la historia de la cosmología en seis poemas (seis nocturnos) dedicados a los babilonios, a Platón y Ptolomeo, a Copérnico y Kepler, a Galileo, a Newton y Laplace, y a Einstein y Hubble, respectivamente, es decir, a figuras que han hecho aportaciones esenciales a la cosmología, desde las vertientes conceptuales u observacionals. He intentado que el conjunto de seis poemas reflejara los cambios en las ideas fundamentales que tenemos sobre el infinito del cosmos, sobre el infinitésimo del átomo y sobre nosotros mismos, situados en el cosmos. c) Ordenadores y astrofísica
De hecho, el nacimiento de las estrellas y la formación de las galaxias son dos de los problemas más interesantes de la astrofísica y la cosmología actuales. Con respecto a las estrellas, la cuestión más interesante es, actualmente, la que se refiere a la formación de los sistemas planetarios en el entorno de las estrellas, puesto que es una cuestión relacionada con las posibilidades de existencia de vida en otros lugares diferentes a la Tierra. Observaciones recientes efectuadas con el telescopio del satélite Hubble han revelado sistemas planetarios en estrellas relativamente próximas al Sol. Por otra parte, la cuestión principal a que hace referencia la formación de las galaxias es cómo es que ha habido tiempos en que se pudieron formar, cuál ha sido el papel que ha representado en esta formación una hipotética materia oscura (fría o caliente), qué relación hay entre el proceso de formación de las galaxias y su distribución, bastante irregular, en el espacio, y cómo se puede relacionar esta distribución con las fluctuaciones de densidad puestas de manifiesto en las fluctuaciones de temperatura de la radiación cósmica de fondo. Conclusiones poeticoastronómicas Los últimos años han sido un período muy rico en fenómenos astronómicos espectaculares: los cometas Halley, Hyakutake, Hale Bopp, la colisión del cometa Schumacher-Levy contra Júpiter, han ocupado primeras páginas en los diarios y en los noticiarios televisivos. El público también va siguiendo con interés especial las noticias referentes a la cosmología, y a sus propuestas sorprendentes (como por ejemplo la existencia de dimensiones adicionales y de universos paralelos). La visión de estos fenómenos, en la actualidad, contrasta mucho con la de los siglos anteriores, que los contemplaban de lejos y con miedo, como indicadores de desgracias y cataclismos. Aun así, la preocupación por la colisión de algún cometa contra la Tierra, reforzada por las teorías sobre el origen cósmico de la extinción de los dinosaurios, está muy viva. Ahora bien, a pesar de estas noticias, tenemos la impresión de que vivimos más separados del cielo que nunca. La vida urbana, con la contaminación lumínica consiguiente, nos oculta la visión del cielo, y hay que ir bastante lejos de la ciudad para poder sentir con toda su fuerza la imagen vertiginosa de la multitud de estrellas, imagen que ha tenido tanta influencia en la conformación de la cultura. Sin embargo, la curiosidad por el cielo y por las estrellas continúa estando tan viva como siempre. Las novedades científicas no han atenuado nada el interés, sino que lo han enriquecido con nuevas informaciones y nuevas ideas, que van siendo parcial y lentamente asimiladas por el público, y que parecen coexistir, en una parte de este público, con la astrología y la búsqueda del destino en las posiciones de los planetas y los astros. La poesía de hoy refleja muchos de los nuevos conceptos científicos sobre el espacio celeste. No hace falta, para ello, querer hacer poesía científica: es un hecho natural, plenamente de este tiempo en que la ciencia ha aportado tantas novedades y ha abierto tantas cuestiones y posibilidades a la cultura. 1. “Recuerdo una noche, al otro lado del Pirineo, que salió de la oscuridad una niña que cantaba con voz de hada. Le pedí que me dijera algo en su lengua y ella, toda admirada, señalo el cielo estrellado y dijo sólo así: ‘Las estrellas…’.” (Volver al texto) David Jou. Universitat Autònoma de Barcelona; Institut d’Estudis Catalans. |
Walt Whitmann en “Cuando escuché el sabio astrónomo”, expresa su inquietud y hostilidad contra estos científicos.
Varias ilustraciones de Uranienborg, el gran último observatorio de la época anterior al telescopio.
Julio Cortázar, en la Prosa del observatorio, habla del observatorio de Jaipur, en Delhi, construido por el sultan Singh antes de los telescopios. En lugar del contexto social, Cortázar se abre a la fascinación del observatorio como lugar de comunicación con el infinito del cielo nocturno. Retrato de Julio Cortázar por Carpani.
Diversas imágenes del observatorio de Jaipur a Delhi, construido por el sultán Jai Singh, una especie de “parque temático” de aparatos astronómicos antiguos de piedra al aire libre. Hubo relojes de sol i muchas construcciones más para mirar las estrellas.
Edgar Allan Poe.
Milton, en El paraíso perdido, es uno de los poetas que manifiesta una cultura astronómica más detallada. Milton aún no se decanta ni por el modelo ptolemaico ni por el copernicano, pero descarga de tensión religiosa la pugna entre los dos sistemas que había envenenado tanto las relaciones entre la religión y la ciencia.
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