«Antes de Hubble, Miss Leavitt», de George Johnson

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Antes de Hubble,  Miss Leavitt
George Johnson
Traducción de Víctor Zabalza de Torres. Antoni Bosch. Barcelona, 2009.  181 páginas.

El universo era una fotografía plana. Tan solo sabíamos la distancia a las estrellas más próximas mediante métodos geométricos, pero las lejanas nebulosas o cúmulos estelares eran solamente manchas de luz en el panel cósmico. Esta era la situación a principios del siglo xx, hasta que una mujer encontró una herramienta para averiguar la verdadera grandeza del universo.

Uno de los objetivos del pasado Año Internacional de la Astronomía fue la reinvindicación del papel de las mujeres en la investigación astronómica. Generalmente no se les ha dejado participar mucho, y solo en temas marginales, hasta bien avanzado el siglo xx. Este fue el caso de Henrietta Swan Leavitt, que formó parte del grupo de mujeres calculistas del Observatorio de Harvard. Con un presupuesto limitado, el director de este centro contrató mujeres que, con un salario mínimo, eran atentas, educadas y pacientes, las personas más adecuadas para analizar miles de aburridas placas fotográficas de campos estelares. Pero Miss Leavitt, que era graduada en Radcliffe con un currículo tal que, si hubiese sido hombre, le habría proporcionado un título de licenciado en humanidades por Harvard, aceptó el trabajo tedioso de medir las luminosidades de las estrellas en las placas de la Pequeña Nebulosa de Magallanes. Y fue allí donde hizo el descubrimiento de dieciséis estrellas que tienen unas propiedades muy curiosas: su luminosidad varía periódicamente y las más brillantes tienen un período de variación más largo. Como la distancia que nos separa es básicamente la misma, el efecto, llamado actualmente relación período-luminosidad de las cefeidas, es realmente intrínseco y constituye un instrumento fabuloso para medir distancias en nuestra galaxia o incluso más allá.

Pero el libro no solo nos cuenta la trayectoria vital de Miss Leavitt, sino que también nos explica todo lo que aportó su descubrimiento a la hora de establecer la escala correcta del universo. En unos años en los que estaba viva la polémica sobre si la Vía Láctea era la única galaxia y, por lo tanto era todo el universo, o bien si había multitud de galaxias y la nuestra era solo una de tantas, la aportación de Leavitt fue esencial para discernirlo. Shapley fue el primero en utilizar las estrellas de Miss Leavitt para medir la Vía Láctea, pero fue Hubble quien intuyó las verdaderas dimensiones del universo, cuando descubrió primero cefeidas en la galaxia de Andrómeda y después cuando demostró que las galaxias se alejan entre ellas, sugiriendo así un universo en movimiento y en expansión. Sin la contribución de Miss Leavitt este progreso espectacular de la astronomía extragaláctica de los años veinte del siglo pasado no hubiese sido posible. Ella, mientras tanto, no consiguió nunca ningún reconocimiento académico ni laboral. Hasta el final de sus días, su puesto de trabajo no pasó de ayudante. Únicamente al final de su vida se atrevió a asignarse la profesión de astrónoma al responder a la pregunta de un oficial del censo.

© Mètode 2011 - 66. Onda verde - Número 66. Verano 2010
Departamento de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València.