Charlatanes, de Irina Podgorny (Buenos Aires, 1963), antropóloga y doctora en Ciencias Naturales por la Universidad Nacional de La Plata, es una antología de reliquias literarias, observaciones de naturalistas, relatos de viajeros y ardides de coleccionistas y comerciantes; una recopilación de crónicas y noticias de la prensa argentina del siglo xix. La obra se lee como un libro de relatos que a veces es tan excéntrico que parecen de realismo mágico. Precisamente, en Cien años de soledad García Márquez habla de la llegada de los gitanos a Macondo llevando los últimos inventos de la ciencia, que utilizaban imanes y lupas para atraer la atención de la gente. Este conocimiento mágico bebe de una tradición europea, la de los charlatanes: unos «farsantes» que no pueden competir con la «verdad» de la ciencia cuando, en realidad, su relato enlaza con la circulación del conocimiento que tanto tiene que ver, por ejemplo, con la farmacología, que hunde sus raíces en la sabiduría popular, en el conocimiento y el uso de las plantas. Paradójicamente, la literatura ha convertido en legendarios unos personajes a los que negamos cualquier estatus social. Los barceloneses aún recuerdan las paradas ambulantes que vendían bálsamos y ungüentos ante la capilla del antiguo hospital de la Santa Cruz. Los más viejos recuerdan al charlatán que en la posguerra montaba el tenderete en la plazuela de Sant Cugat, cerca del mercado de Santa Catalina de Barcelona, para vender un emplasto que se llamaba Serptuga. Para atraer a la gente el feriante utilizaba una tortuga y serpientes vivas, y un mono que saltaba y corría camelándose al público. Pero el charlatán es una figura que, a pesar de las apariencias, no forma parte del folclore popular, sino que viene de una tradición más antigua que liga la medicina y las curaciones al viaje y al poder de la palabra. Explica Podgorny que en los diccionarios toscanos de finales del siglo xvi el charlatán aparece como un practicante pobre de la medicina, un traficante ambulante de remedios que anunciaba en la plaza apelando a la acrobacia, la recitación, los juegos de magia, la retórica, el canto y la comicidad. Sus productos no hacían milagros, pero atraían a un público ignorante necesitado de esperanza. Por azar y por la capacidad para predecir las expectativas de los pacientes, sobrevivieron en el tiempo y se adaptaron a las geografías humanas más diversas. Uniendo las innovaciones técnicas de su época con sabidurías de origen ancestral, se enfrentaron a problemas de salud reales y ayudaron indirectamente a la evolución de la industria farmacológica. La medicina ponía la esperanza de salvación en los pobres. El charlatán ejerce de profeta poniendo naturaleza y ciencia al alcance de los desposeídos y busca, al mismo tiempo, el beneficio propio, como lo hacía Francesc Roca en Barcelona, a finales de la década de 1920, con el Museo Anatómico Roca: en una época en que las enfermedades de transmisión sexual segaban miles de vidas, Roca mostraba reproducciones de enfermedades mientras comercializaba productos para combatir la sífilis y la blenorragia. Con el paso del tiempo, sin embargo, el espectáculo ha sido expulsado del espacio público y se encierra en un museo, en un teatro o en un hospital. Y lo que la evolución y el cambio de costumbres rechazaron, acabó olvidado. Enric H. March.Licenciado en Filología Hispánica y Semítica (Barcelona). |
«El charlatán ejerce de profeta poniendo naturaleza y ciencia al alcance de los desposeídos y busca, al mismo tiempo, el beneficio propio»
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