El conocimiento de la ciencia

    Si abrís la página de la Cátedra de Divulgación de la Ciencia (www.valencia.edu/cdciencia) la encontraréis presidida por unas admonitorias palabras de Robin Dunbar. Están extraídas de El miedo a la ciencia, lectura inquietante a la que, bajo el no gratuito título de El desconocimiento de la ciencia, nos incitaba Jesús Navarro (Mètode, núm. 22). En La ciencia a través del espejo, cuando se dispone a abordar el “serio problema de cómo divulgar la ciencia”, Dunbar recurre a una cita: “La información científica es esencial, no sólo para los científicos. El político, el empresario y el público en general necesitan también tener esta información… Ni los medios de comunicación ni la prensa científica especializada proporcionan la información que se necesita. La información general ya no es suficiente y la especializada es comprensible sólo para el que ya lo sabe. ¿Quien llenará este vacío?” (J. Groen et al., The discipline of curiosity, 1990). En 1995, cuando Dunbar se hacía eco de la llamada de Groen, por aquí dábamos vueltas a las mismas dudas, un vacío semejante (“Divulgar la ciencia”, Mètode, núm. 11): “Y si pensamos en nuestro País Valenciano y en sus necesidades de desarrollo regional… ¿quién formará, creará, divulgará, transferirá, difundirá… si no nos involucramos activamente los universitarios en ello? En el fondo, como todo y a pesar de todo, es una cuestión de compromiso social.”

    ¿Hemos avanzado? No hay espacio aquí para glosar adecuadamente la prudente satisfacción que produce comprobar, por aquello de la identidad tribal, cómo ha evolucionado durante esta década la posición de la Universitat en esta cara del debate de las relaciones entre ciencia y sociedad. Sólo como esbozo, comprobad que tenéis en las manos un número de Mètode (www.metode.cat) que, a día de hoy, se ha convertido en una de las revistas de divulgación científica multidisciplinar de mayor calidad y atractivo de todas cuantas se pueden encontrar en el mercado. Cuando este ejemplar vea la luz estaremos celebrando nuestra VI Semana Europea de la Ciencia y la Tecnología, en cuya organización trabaja con entusiasmo la Cátedra y en cuyo transcurso se entregará el X Premio Europeo de Divulgación Científica Estudi General (www.valencia.edu/publicacions, “Col·lecció sense Fronteres”). Inicialmente espectador, ahora pienso que el convenio suscrito a principios de 2002 con la Fundación Cañada Blanch para la creación de la Cátedra marcó una inflexión en lo referido a este reto porque permitió a la Universitat afianzar el compromiso de afrontar el problema de la divulgación científica y tecnológica como una de sus prioridades.


Foto: M. Lorenzo

Volviendo al principio, son iniciativas como éstas las que han ido tratando de llenar el vacío de Groen. Pero esta prudente satisfacción no puede ni complacer ni ocultar el lado oscuro y tantas veces descorazonador que las continúa motivando. En concreto, la celebración de la Semana Europea de la Ciencia y la Tecnología responde, ni más ni menos, a una iniciativa “política” de la Unión Europea (www.cordis.lu/scienceweek/home.html). Es sabido que cuando necesitamos “celebrar” algún “día de” lo que sigue a continuación suele ser un problema social acusado. ¿Por qué lo son la ciencia y la tecnología hoy? En la “red” –espléndido tema en este contexto– podréis encontrar argumentos y noticia del extraordinario esfuerzo desarrollado paralelamente en toda Europa, sin embargo, más allá de palabras políticamente correctas, se constata la preocupación por la escasa estima social por la ciencia y la convicción sobre las peligrosas consecuencias de este desdén. Un inciso: tan lejos como ayer decían los periódicos que la ministra de Educación serbia había dimitido después de anunciar que la teoría de la evolución no se enseñaría más en las escuelas, al mismo tiempo que advertía de los peligros de la asignatura de informática por el riesgo de la radiación de los monitores para la salud de los niños. Suspiro y selecciono, por lo tanto sesgo, dos párrafos de las palabras que Philippe Busquin, comisionado Europeo para la Investigación, dedica en su escueta presentación de la Semana (“Science needs youth”): “Mi deseo es ver la ciencia convertida en parte integrante de nuestra cultura en Europa”, “Nos encontramos actualmente en una situación paradójica. Mientras que la ciencia y la tecnología representan papeles clave en la economía global actual, los jóvenes dan la espalda a los temas científicos… Sin embargo, no creo que los europeos, especialmente los jóvenes, carezcan realmente de interés por la ciencia. Más bien al contrario, creo que cada vez más se cuestiona el cambio que la ciencia está introduciendo en su vida cotidiana.”

El manifiesto deseo del comisionado explicita una parte del problema: una inmensa mayoría de los ciudadanos, cuya cotidianidad es absolutamente dependiente de la ciencia y de la tecnología, no reconoce éstas como parte integrante de su cultura. Su pensamiento final apunta al lado más oscuro de la cuestión: la hostilidad desencadenada por los temores que suscita la ciencia. En el fondo, las dos caras de una misma moneda. Los mitos no siempre se fuerzan gratuitamente, por bien que, a diferencia de los tópicos, carezcan de base real. El de las dos culturas, que como cualquier pareja que se precie presenta antagonismos, es un mito peligroso en nuestros días, bien que algunos humanistas estrechos postmodernos no puedan sentirse reconfortados con hirientes bromas como la de Sokal y Bricmont (“Imposturas científicas”, PUV). Temor a la ciencia. Es posible que no falten algunos motivos. En agosto de 1945 se empieza a truncar la creencia en el carácter benigno de los productos del conocimiento. Mucho más próximo, y por no hablar ahora de las posibilidades y riesgos de, por ejemplo, la ingeniería genética, el 11 de septiembre de 2001 quedará marcado, sin ocultar otros horrores, como exponente del abuso fanático de medios desarrollados por la tecnología, en este caso para la destrucción de otros fantásticos productos de la tecnología por algunos tenidos como no inocentes. Eso sí, ahora lo vivimos sumergidos en una tremenda y concreta manifestación de una ¿cultura universal? basada en la difusión instantánea de la ¿información? a través de los canales que las tecnologías actuales ponen a nuestra disposición. ¿Justifican tantos posibles abusos el miedo a su uso? Como en cualquier otro aspecto de la vida, creo radicalmente que no. Por cada ejemplo que se proponga de un abuso podemos encontrar cientos de buenos usos. Descansa en paz, Malthus.

El mensaje de la ciencia a los ciudadanos, la esencia de su divulgación, de sus semanas, pretende ser necesariamente esperanzador: los ciudadanos no debemos temer al conocimiento sino a las múltiples variantes de la ignorancia, en primer lugar la propia, caldo de cultivo de cualquier manipulación y fanatismo. Ningún tiempo pasado fue mejor, y hoy los pobladores de esta fracción del planeta que pocos se resistirían a llamar mundo avanzado vivimos estructurados en sociedades que se han llamado –los matices son importantes–, de la información, del conocimiento e incluso, con más optimismo, del aprendizaje. Sea cual sea el matiz, vivimos inmersos en los productos y posibilidades de la ciencia y la tecnología, conforman nuestro día a día, con ellos estamos diseñando nuestro futuro. Prevenir abusos, ardua faena, implica lograr al control social del uso. Pero éste nunca será razonable desde la ignorancia. La democratización del conocimiento es una urgente exigencia para la libertad. Mostrar a los jóvenes, a los ciudadanos, el rostro humano de la ciencia, es uno de los contradictorios lemas más reiterados en el argumento de estas actividades y celebraciones. Nada más humano que la libertad. ¿Podría faltar la Universitat de València a estas citas?

Aurelio Beltrán. Miembro del consejo asesor de la Càtedra de Divulgació de la Ciència, Universitat de València.
© Mètode 43, Otoño (Octubre) 2004.

 

«Mètode se ha convertido en una de las revistas de divulgación científica multidisciplinar de mayor calidad y atractivo de todas las que se pueden encontrar en el mercado»

© Mètode 2013 - 43. Envejecimiento - Disponible solo en versión digital. Otoño 2004

Catedrático de Química Inorgánica de la Universitat de València. Ha sido director del Instituto de Ciencia de los Materiales entre 1999 y 2002 y vicerrector de Infraestructuras de la Universitat de València entre 2002 y 2010.