El principio de la ciencia es la duda. Sin embargo muchas personas, incluidos científicos, buscan en la ciencia un sistema de certezas y huyen del desasosiego que acompaña a la pregunta sobre el cómo, el cuándo, el quién y el para quién de la ciencia. Cuando se trata de reflexionar sobre la relación entre la ciencia y las mujeres, hay que empezar recordando este principio básico del valor científico de la duda, que es previa a la innovación. No hay una única forma posible de organización del conocimiento, sino muchas, y cada sociedad deja su huella en el tipo de conocimiento que promueve, en los recursos que le asigna y en la forma de organización en que lo desarrolla.
El papel asignado a las mujeres y los hombres en ese sistema es uno más entre los condicionantes de los resultados obtenidos hasta ahora. En realidad, afecta tanto a hombres como a mujeres, pero en el siglo xxi son las mujeres quienes más expresan el deseo de cambio social y quienes polarizan la capacidad de duda sobre su propio papel en la ciencia, sobre todo en tres aspectos: lo que la ciencia dice sobre las mujeres y los hombres (su contenido); el papel de las mujeres y los hombres en la creación de la ciencia (su presencia, exclusión, poder relativo, etc.); y el papel que las mujeres y los hombres desempeñan en el entorno social de la ciencia (transmisión, recepción, uso, obtención de beneficios, patrocinio, etc.).
«El mejor capital de las mujeres es precisamente la capacidad de dudar de un sistema que se ha construido en su ausencia y al que pueden aportar grandes dosis de innovación organizativa»
En España, el gran cambio en el acceso de las mujeres a la producción de conocimiento se produjo en el último cuarto del siglo xx, favorecido por las décadas previas de incorporación a la enseñanza universitaria y por el clima general de cambio social y apertura política. En numerosas universidades se crearon seminarios e institutos de investigación para reflexionar sobre el contenido de cada disciplina e incorporar la perspectiva de las mujeres, una oleada de innovación especialmente fructífera en las ciencias humanas y sociales y en algunas áreas de la arquitectura y medicina, en las que las mujeres no solo son sujetos del conocimiento, sino también, frecuentemente, objeto específico del mismo. En las ingenierías y ciencias naturales, matemáticas o físicas, el impacto de la innovación ha sido más lento, y por ahora se ha dirigido sobre todo a los aspectos históricos o al análisis de la composición por género de los estratos profesionales.
Además de legítimo, es muy conveniente preguntarse cómo hubiera sido la ciencia si las mujeres y los hombres hubiesen representado un papel distinto al que históricamente desempeñaron, o cómo afectará su progresiva incorporación a la ciencia del futuro. El mejor capital de las mujeres actuales, además de su excelente preparación técnica, es precisamente la capacidad de dudar de un sistema que se ha construido en su ausencia y al que pueden aportar grandes dosis de innovación organizativa.
Aún quedan, aquí y allá, instituciones y personas que tratan de limitar el acceso al conocimiento a unos pocos. Personalmente, me siento afortunada por haber podido estudiar o investigar durante toda mi vida, y doy las gracias a quienes se arriesgaron alentándome a hacerlo.