“Volver a recuperar la actividad, hasta donde sea posible, es por tanto un compromiso de todos si no queremos dar por perdido también el futuro”. Era la apostilla a unas líneas desordenadas que, en los momentos de zozobra que siguieron a nuestra catástrofe de septiembre de 2001, trataban de contribuir modestamente a transformar la, digamos, rabia en un nuevo impulso (“Catástrofe”, Mètode, nº 31). Esta vez cumplimos todos. A finales de 2002, con vestigios de la barrancada aún presentes en las instalaciones vecinas (de la memoria nunca desaparecerán), ya mostraban sus perfiles los, en metafóricas palabras de una periodista, “dos enormes cubos blancos” que, además de albergar unas modernizadas infraestructuras de nuestros institutos (Biodiversidad y Biología Evolutiva, Ciencia de los Materiales, Robótica), se convertían en otro símbolo de la capacidad de respuesta de la institución ante la adversidad. No debe sorprender que el 24 de enero de 2003, fecha señalada para la inauguración oficial, a muchos de nosotros, por un rato, nos brillara el ánimo. No recuerdo quién fue, cuando ya caía la tarde, el que formuló la coloquial pregunta: ¿contentos? Fue el rector quien, de forma sutil, quiso matizar: contentos no, satisfechos. Con el agua todavía presente, el equipo de gobierno de la Universitat se comprometió a poner los medios para recuperar la actividad de los centros afectados en el término más breve y en las mejores condiciones posibles. Con el espíritu todavía encogido, los investigadores nos pusimos al tajo estimulados por aquel compromiso y conocedores de la solidaridad de la comunidad universitaria. En la primavera de 2002 cambió el equipo de gobierno y a algunos nos cupo el privilegio de contribuir a culminar la parte de la tarea de nuestros antecesores continuando el trabajo desde otras responsabilidades. Todos, investigadores y gestores, contamos también con la comprensión del MCyT, generoso esta vez en la asignación de recursos, frente a los tópicamente clamorosos silencios locales. Satisfechos de actitudes, por encima de todo, y de aptitudes que han hecho posible, en un plazo inusitadamente breve, una realidad que supera con creces las más optimistas expectativas que éramos capaces de albergar aquellos días de finales de septiembre de 2001. Satisfacción, pues, la que se experimenta al ver razonable y solidariamente superada la adversidad. No obstante, la línea que separa satisfacción y alegría es tenue. No la podíamos traspasar sabiendo que sólo se había podido recuperar lo reparable. Ambas emociones distan mucho de la autocomplacencia y ésta no estuvo presente ni siquiera durante aquel rato del 24 de enero de 2003 en que nos brilló el ánimo. Se trataba de no perder el futuro. No es fácil su manejo pero, con los deberes hechos, aquellas instalaciones nos situaban en un nuevo punto de partida. Consolidar el Parque Científico de la Universitat es un auténtico reto para todos nosotros, como investigadores y como gestores, porque sabemos que responde a una necesidad de la sociedad valenciana. Nos quedan muchos desafíos que afrontar, aunque ahora estemos aún más convencidos de que sabríamos superarlos, con permiso de las autoridades. Si transcurrido un mes desde aquella fecha fuera posible abstraerse de la amenaza global que implica la anunciada guerra podríamos hablar de política científica. Pero ni aún así sería una cuestión sencilla. La tarde del 24 de enero de 2003 todos esperábamos al “ministro”. De bien nacidos es ser agradecidos y queríamos testimoniar el reconocimiento por el apoyo prestado en momentos difíciles y, por qué no, hacer gala de algunas de nuestras posibilidades de futuro. Pero aquel día, cuando en A Coruña se trataba de la crisis del Prestige, en Valencia se escenificaba otra crisis del ministerio, crisis que parece no tener fin y de la que cada nuevo episodio acrecienta las alarmas. Y hablando del futuro, de ese que no queremos perder a pesar de todo, un dimitido presidente del CSIC y el rector volvieron a señalar la necesidad de que instalaciones como las que se inauguraban se pueblen también de jóvenes “a los que no se les puede seguir cercenando la ilusión”. Jóvenes que también esperaban al “ministro” y cuyas voces no oyó. Cuanto menos, los medios recogieron su eco y así todos pudimos además observar aquella pancarta: “I+D militar no”. Días después, el 15 de febrero de 2003, todos volvíamos a casa ateridos pero otra vez prudentemente satisfechos. Por un rato volvimos a creer en que es posible ganar el futuro. Aurelio Beltrán. Vicerector d’Infraestructures i Planificació de la Universitat de València. |
«Consolidar el Parque Científico de la Universidad es un reto para todos nosotros» |
© Mètode 2013 - 37. Fondo y forma - Disponible solo en versión digital. Primavera 2003