Ciencia paranoicocrítica

dalí

“La monarquía es una metafísica del DNA.” Es difícil encontrar una definición más precisa y aguda de esta venerable institución (y, de paso, de la misma noción de DNA). La frase es de Salvador Dalí (1904-1989), sin duda el artista plástico del siglo XX más delirantemente fascinado –pero también más seriamente interesado– por la ciencia de su tiempo. La entidad humana que conocemos como “Dalí” constaba, en realidad, de dos componentes bien diferenciados: por una parte, un personaje estrambótico, que oscilaba entre el histrionismo y el patetismo más descarnado; por otra, una persona culta, llena de curiosidad y dotada de una inteligencia desconcertante. Poco a poco, este segundo Dalí quedó eclipsado por el primero, especialmente a partir del final de los años cincuenta. Dalí no tenía el menor asomo de formación filosófica ni científica pero, curiosamente, la mayoría de sus artículos de los años treinta en las revistas Minotaure y Cahiers d’Art están vertebrados a partir de referentes relacionados, por ejemplo, con las geometrías no euclidianas o con el pensamiento de Kant. Al final acaba siendo –porque quiere serlo– grotescamente divertido, hilarante, pero en absoluto estúpido. Al contrario: el pintor catalán demuestra una familiaridad con ciertos conceptos abstractos que de ninguna forma podía ser fingida. Sabe de qué habla, pero su objetivo, obviamente, no es la divulgación científica sino la consumación del surrealismo. No es casual que Dalí explique la globalidad de su obra pictórica y literaria apelando, justamente, a la noción de método (paranoicocrítico).

La relación de Dalí con la ciencia –en especial con la física y la biología– no puede ser reducida a uno de los múltiples disfraces pintorescos con que redondeó su indescriptible personaje, sino a un intento de ir más allá de la banalidad de la realidad inmediata, de sobrepasarla (ésta es precisamente la etimología del vocablo surréaliste). Desde la perspectiva daliniana, la física o las matemáticas son, en este sentido preciso, “surrealistas” porque no se paran en la contemplación ingenua de los objetos cotidianos, sino que perciben elementos invisibles, impregnados a menudo de una enorme capacidad de sugerencia poética. En una tumultuosa conferencia impartida en la Sorbona el 17 de diciembre de 1955, Dalí probó a interpretar simultáneamente la pintura de Vermeer y la morfología del cuerno y del culo de un rinoceronte a partir de delirantes consideraciones trigonométricas. La ciencia, como cualquier otro producto de la inteligencia humana, puede ser llevada hasta el terreno del humor; en esto, Dalí fue un verdadero maestro. Mientras muchos artistas del siglo XX mostraron un falso interés, meramente pedantesco, por las novedades científicas o filosóficas, Dalí se acercó a ellas de una manera lúdica, desinhibida y desacomplejada. Como en el caso de su admirado Francesc Pujols, este aprovechamiento humorístico de algunas ideas físicas o matemáticas resulta legítimo porque no pretende engañar a nadie con la clásica palabrería pseudocientífica. Se trata de otra cosa muy diferente, y en realidad poco explorada. Dalí sentía aversión por personajes como Jules Verne, porque infantilizaban la ciencia. La risa surrealista es más inteligente que las disparatadas obsesiones positivistas. Siempre es más amable –y prudente– creer que el centro geodésico de la Tierra está situado justamente en la estación de trenes de Perpiñán, que intentar ir al centro de la Tierra sin tener en cuenta que saldríamos literalmente escaldados. Cuando menos, el tiempo ha demostrado que el descrédito social de la ciencia está más ligado a los visionarios “serios”, de verbo inflamado y aire doctoral, que a quienes han cultivado el arte sanísimo de la ironía.

© Mètode 2013 - 35. Sinfonía del caos - Disponible solo en versión digital. Otoño 2002

Escritor y profesor. Universitat Ramon Llull.