La fiesta de los sentidos

«Quien no quiera polvo, que no vaya a la era», decía siempre mi madre el 15 de agosto cuando veía los ceños fruncidos de los forasteros bajo la lluvia de confeti. Una lluvia que, como un acto de magia empática, parecía querer llamar a otra lluvia: la del agua para los campos, una lluvia benéfica para aquella tierra de vides y trigo, de almendros y algarrobos, dormida como la Virgen de Agosto, y para la que también se había pedido protección de tormentas y pedriscos a los Santets de la Pedra, Abdón y Senén, y días más tarde a san Roque y su perro.

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Alfàbegues de Bétera, 2012. Aquarel·la sobre paper, 24 x 18 cm./Gaspar Jaén i Urbán.

La tierra ya hace muchos años que ha dejado de ser lo que era. Ya no es aquella extensión natural del pueblo donde se hacía vida, donde se escuchaban los cantos de los labradores, para la que teníamos dichos cada mes en relación con el tiempo y las cosechas –«A l’agost, figues i most»–. Pero la tradición de la fiesta ligada a la tierra aún perdura, y cada 15 de agosto, las albahacas se llevan en procesión desde el huerto hasta la iglesia, en una ofrenda ancestral a la madre de la tierra que duerme.

Antes se ha hecho un largo trabajo. Las semillas de las albahacas se plantan con la última luna nueva de marzo o principios de abril, se miman como un primer amor que durará apenas unos meses. Se riegan con meticulosidad, muchas veces cada día, más aún si hace poniente, cuando casi se pueden ver crecer a simple vista; se deshojan para que tiren para arriba, se guían amorosamente, tejiendo una urdimbre artesanal con cañas e hilos. Y día a día, semana a semana, mes a mes, van tomando cuerpo y altura, hasta llegar a las vísperas del 15, cuando se ornamentan las cañas y se rematan con flores de papel para que luzcan más. Las plantas se han convertido en un símbolo del pueblo y para el pueblo: Bétera y las albahacas están unidas de manera inseparable.

«Las plantas se han convertido en un símbolo del pueblo y para el pueblo: Bétera y «les alfàbegues» están unidas de manera indiscernible»

Cuentan que en aquellos primeros tiempos eran las mujeres quienes las criaban como una extensión propia, porque la planta se asocia a la fecundidad y a la virginidad. Todavía ahora, el 15 de agosto, dos chicas solteras, les obreres, son ataviadas con mantillas por dos obreres casadas, en un claro simbolismo de iniciación, antes de entrar en la iglesia para ofrecer estas plantas a la Virgen de Agosto, esa virgen dormida a punto de subir al cielo.

En estos momentos, la fiesta mueve unos sentimientos distintos, o me lo parece. Ya no es aquella demanda de los moradores de la tierra a los moradores del cielo a través de una diosa a punto de elevarse, sino que se ha convertido, dentro de una sociedad fragmentada y diversa, en un grito de identidad, una afirmación del sentimiento de pertenecer a algún sitio, de tener unas raíces y compartir una memoria, y, en el caso de Bétera, todo eso llega a través de los sentidos: el aroma intenso de las albahacas gigantes paseadas por los cossieters es un regalo para el olfato; los colores vivos de las camisas estampadas con flores de los mayorales, los trajes de las obreras de un preciosismo barroco, las trabajadas sombrillas, los pañuelos bordados y la lluvia de colores del confeti son presentes para los ojos. La dulzaina y el timbal que abren la comitiva y la banda que la cierra nos aportan la música. Las calles llenas de gente, el calor necesario para que suden las pieles y se peguen los papelillos que informan al tacto, y para el gusto están los barrilillos con barreja a lo largo del recorrido, y más tarde les orelletes y les coques fines.

Para los corazones están los reencuentros, los amigos que no veías hacía tanto, la abuela que te daba caramelos de pequeña, todos los motes venidos de golpe a la cabeza. Para las almas, aquella benevolencia general, aquella aceptación incondicional del otro, sea quien sea, piense lo que piense.

–¡Ye!, que es de Bétera. Y si no lo es, como si lo fuera, porque viene cada año a les alfàbegues, y eso… ¡Eso es sagrado!

© Mètode 2012 - 75. El gen festivo - Otoño 2012