Cuando llega el otoño, para muchas personas finaliza la espera de casi nueve meses: a mediados de octubre se levanta la veda y pueden volver a cazar. Para muchos es el momento del reencuentro con la escopeta, el perro y las perdices o los conejos, pero muchos otros esperan otra cosa. Cada otoño son más los cazadores que practicar el acecho de los tordos entre los olivos. Viajeros de tierras más frías, del lejano norte, nos llegan cada año para hacer la invernada en las comarcas mediterráneas. Miles de aves pasan en estas fechas por encima de nuestras cabezas buscando el invierno benigno del sur.
Como acostumbra a pasar, los humanos no somos los innovadores que a menudo nos pensamos, la naturaleza ya lo tenía todo inventado. Hay una regla básica en el rompecabezas natural: allá donde hay algo de comida, hay alguien dispuesto a comérsela. El flujo de la migración no es esperado sólo por los cazadores humanos, muchas especies de rapaces se aprovechan de él. Pero si hay un estratega en este juego es el halcón de la reina o, como lo llaman en las tierras en donde resulta más común, el halcón de Eleonora (Falco eleonorae).
Este halconcillo, que durante el resto del año es un ávido comedor de insectos, se transforma en depredador de pájaros durante la época de cría. Hasta aquí no hay ninguna cosa fuera de lo usual. Muchas otras especies cambian su dieta en el momento de hacer la cría. Pero, el halcón de la reina va mucho más allá, puesto que ha desplazado su ciclo anual hasta hacer coincidir la eclosión de los huevos con el momento de mayor intensidad del paso migratorio. Y es que, pese a la mochila de grasa subcutánea que permite a las aves hacer largos recorridos, de vez en cuando se tiene que parar para rellenarla, y en las migraciones sobre el mar esta parada a menudo aprovecha el único lugar disponible, los islotes donde los halcones esperan. Elegante por su sencillez, si el recurso está, sólo hay que explotarlo, es cuestión de saber esperar.
Sólo un detalle puede desbaratar el plan. Cada vez hay más ocupación humana del medio marino en verano, los barcos de recreo proliferan y los islotes actúan como imanes de turistas con ganas de descubrir pequeños paraísos perdidos lejos de las aglomeraciones del litoral. La presencia humana en los lugares de cría podría tener un efecto negativo sobre la cría del halcón de la reina que desplazaría las colonias en busca de tranquilidad y que incluso podría llegar a abandonar la zona en algunos casos (Martínez-Abraín et. al., 2002).
Y como siempre, no se trata sólo del bienestar de unos pájaros. En el halcón de Eleonora podemos ver el representante de todo un conjunto de ecosistemas insulares que claman por una protección eficaz. Quizás los islotes del archipiélago de Columbrets, de Cabrera o de Ibiza, en muchos casos a punto de convertirse en muelles de temporada, sean los últimos rincones de un Mediterráneo que ya pertenece al pasado.
Martínez-Abraín, A., Oró, D., Carda, J. y X. del Señor, 2002. “Is growing tourist activity affecting the distribution and number of breeding pairs in a small colony of the Eleonora’s Falcon?” Animal Biodiversity and Conservation, 1-5: 25.2.