Tras la cumbre de Johannesburgo y diez años después de aquella otra e ilusionante de Río de Janeiro, continuamos con la misma sensación de pesimis- mo acerca de la conservación del planeta, sobre el reparto más igualitario de los recursos y sobre un futuro medioambiental incierto. Las actitudes continúan presididas por una gran codicia hacia la explotación de recursos y la destrucción de los ecosistemas, sobre todo por parte de los países más ricos, a cuya cabeza como director y guía se encuentra Estados Unidos de Norteamérica, que, como nuevo imperio sin réplica ni contestación por ningún otro país, estimula la sobreexplotación acompañada de tambores de guerra. Pero una cosa ha quedado clara de nuevo en Johannesburgo: la necesidad de conservar la biodiversidad, porque sin ella no es posible la conservación de los ecosistemas ni por tanto el desarrollo sostenible.
«Las actitudes continúan presididas por una gran codicia hacia la explotación de recursos y la destrucción de los ecosistemas, sobretodo por parte de los países más ricos, a cuya cabeza como director y guía se encuentra Estados Unidos de Norteamérica, que, como nuevo imperio sin réplica ni contestación por ningún otro país, estimula la sobreexplotación acompañada de tambores de guerra»
Conviene recordar aquí que la biodiversidad es consecuencia de un proceso evolutivo sobre la tierra que ha durado cientos de millones de años, usada y modificada por las distintas culturas que surgieron y se adaptaron al medio, modelada por la domesticación e hibridación y por un sinfín de trasformaciones que han dado lugar a lo que hoy tenemos sobre la Tierra, formada por el conjunto de genes, especies y ecosistemas que la pueblan.
Una pregunta tópica pero ineludible cuando se habla de biodiversidad es ¿cuántas especies existen en la Tierra? Hay estimaciones muy variadas, pero la más precisa es la que considera que la biodiversidad esta formada por unos 10 millones de organismos, de los cuales, desde el punto de vista científico, sólo se conocen 1,4 millones. El reto es seguir estudiando para ir conociendo esa ingente cantidad de organismos aún desconocidos. La magnitud del problema se pone de manifiesto con la experiencia de un equipo de científicos que en 1980, estudiando las selvas panameñas, descubrieron en 19 árboles unas 1.200 especies de escarabajos, de las cuales el 80% (unas 960) eran nuevas para la ciencia. Piénsese por un momento en la diversidad de estos ecosistemas si se considera que actualmente en América Latina y el Caribe existen unas 120.000 especies de plantas con flores. Si esos 19 árboles de Panamá se hubiesen talado se habría perdido, entre otros animales, los 1.200 escarabajos encontrados. Algo en lo que no se piensa es que esos escarabajos estaban allí porque existían los árboles, y esos árboles, con el resto de las plantas que forman el complejo entramado del ecosistema tropical, son la base de la pirámide viviente y determinan en gran parte la variedad del resto de los organismos que la forman.
Los países más ricos y poderosos están en el hemisferio norte y son Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Canadá, pero los países que poseen entre el 70 y el 80% de las especies de la Tierra, es decir los más ricos en biodiversidad, están en el sur y son Brasil, Colombia, Venezuela, México, Zaire, Australia, Indonesia y Madagascar, y todos ellos, a excepción de Australia, son geopolíticamente hablando países subdesarrollados.
«Dentro de unos años, de seguir el ritmo actual, será difícil poder abordar cualquier estudio en el campo de la biología sencillamente porque no se conocerá la diversidad biótica de los ecosistemas»
Precisamente tanto las convenciones sobre conservación de la biodiversidad, como la Estrategia Mundial para la Conservación de la Diversidad Biológica, insisten que aun a pesar de los conocimientos que hoy día se tienen sobre la distribución de la biodiversidad, existe un gran déficit en las investigaciones en este campo que de persistir afectará a los conocimientos sobre el tema y limitará los beneficios que los recursos biológicos puedan proporcionar a la humanidad; de ahí la necesidad de reforzar los programas de investigación sobre biodiversidad. Programas que deben contemplar investigaciones sobre estructura y función de ecosistemas, biología de las especies, papel de la diversidad biológica en los procesos ecológicos, consecuencias de la fragmentación de los ecosistemas, investigaciones moleculares para estudiar relaciones evolutivas, biogeográficas y de parentesco, etc. Pero ninguna de estas investigaciones podrá llevarse a cabo sin el conocimiento previo de los organismos que constituyen la biodiversidad y precisamente para ello la Estrategia contempla en sus programas la investigación sistemática con el fin de establecer una nomenclatura estable de los organismos (su conocimiento taxonómico) y el inventario de especies, hábitats y ecosistemas. Es decir, que los primeros pasos deben encaminarse hacia el conocimiento de los organismos y de las comunidades; sin ellos no se puede abordar los demás. Pero curiosamente cada vez es más difícil acometer este tipo de investigaciones y las razones son varias. Por un lado está su maltrato en los programas de investigación, tanto nacionales como autonómicos, al no considerarla una investigación prioritaria, lo que la sitúa en inferioridad frente a otras actividades científicas como la biología molecular, o la ecología de modelos. Durante los dos últimos siglos los taxónomos han generado una cantidad enorme de información como fruto de sus investigaciones relacionadas con el conocimiento de la biodiversidad, sin la cual no se habrían podido realizar una serie de investigaciones importantes en otros campos de la biología. Sin embargo, en el preciso momento en que de nuevo en Johannesburgo se muestra al mundo la preocupación por la conservación de la biodiversidad y por lo tanto de su conocimiento, la sistemática, es decir el conocimiento primero de la biodiversidad, recibe globalmente cada vez menos apoyo, tanto económico como institucional, convirtiendo a la taxonomía y a la biogeografía en actividades académicas secundarias. Ello está influyendo negativamente en las evaluaciones de la investigación de los biólogos que cultivan estos campos de la ciencia, lo que repercute en el desarrollo de la propia investigación y en la promoción profesional de los investigadores. Esta situación está llevando a los estudiantes recién licenciados, e incluso a los investigadores jóvenes, a buscar áreas y departamentos “más rentables”, de tal manera que los que cultivan la taxonomía y ciencias afines van quedando mermados de gente joven, lo que comienza a crear una crisis de expertos en taxonomía y sistemática, de conocedores en el campo de la diversidad biológica; y esto a la larga redundará en perjuicio de la biología porque dentro de unos años, de seguir el ritmo actual, será difícil poder abordar cualquier estudio en el campo de la biología sencillamente porque no se conocerá la diversidad biótica de los ecosistemas, sus componentes y, de manera muy especial, las plantas.
Las ciencias sistemáticas están en un momento difícil, en una crisis profunda de la cual no será fácil salir si pronto no se presta la atención necesaria a este tipo de investigaciones. Si no se sale de la crisis actual corre peligro cualquier iniciativa encaminada a la conservación del medio por desconocimiento del mismo y los responsables no serán los científicos, serán los diseñadores de las políticas científicas actuales, tanto a nivel europeo, nacional o regional. Esperemos que botánicos, zoólogos y geólogos en un futuro no muy lejano y antes de que se extingan, no sean considerados científicos de segunda y ocupen el lugar que les corresponde y sus trabajos, si es que siguen en ello, les sean reconocidos como merecen.