La Universitat de Valencia y la Fundación Cañada Blanch crean una Cátedra de Divulgación Científica
Jorge Wagensberg, director del Museu de la Ciència de Barcelona, propone un experimento para medir la distancia entre el discurso científico y la conversación de café: “Si grabamos los diálogos que se escuchan cada mañana en una cafetería comprobaremos que el fútbol ocupa la primera plaza en la lista de temas, en cambio, hasta la posición 40 o 50, no encontraríamos ninguna cuestión científica.” El ejemplo práctico del profesor de la Universitat de Barcelona es una forma de evidenciar la contradicción entre “la forma de conocimiento que más impacto tiene en la vida cotidiana” y su escaso eco entre los ciudadanos. La Cátedra de Divulgación y Comunicación Pública de la Ciencia, creada por la Universitat de València y la Fundación Cañada Blanch, nace precisamente con la vocación de superar esta lejanía y acercar a la sociedad los misterios de una materia que le toca de muy cerca.
El responsable del museo de las ciencias más veterano del estado –cumplió veinte años en 2002– ha pasado una década demostrando que, lejos de los miedos que despierta, la ciencia resulta tan “estimulante y divertida” que invita a beber de sus fuentes, e incluso, a la llamada industria del ocio. Por eso es por lo que apuesta por convertir la divulgación de la ciencia, muchas veces deshumanizada, en “una fábrica de estímulos”, capaz de cambiar el estado de ánimo del visitante de un museo o hacer entrar esta materia en las preocupaciones diarias. Del mismo modo que ha ido abriendo camino Wagensberg, la nueva cátedra se propone, desde el ámbito universitario, difundir el conocimiento científico en la sociedad a través de actividades docentes e investigadoras, de la mano de expertos y profesores del mundo académico.
«La cátedra promueve también la investigación en el ámbito temático que abarca y la difusión, a través de conferencias y debates, del trabajo que se desarrolla en los diferentes centros vinculados a la Universitat. La cátedra goza del patrocinio de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM)»
La Cátedra de Divulgación Científica es una iniciativa innovadora en el ámbito europeo. Sólo tiene un precedente en la Universidad de Oxford, la Public Understanding of Science, dirigida por el científico Richard Dawkins, uno de los biólogos evolucionistas más polémicos y autor, entre otros, de libros como El gen egoísta o Destejiendo el arco iris. La nueva propuesta de la Universidad sigue los pasos de la Cátedra de Pensamiento Contemporáneo, iniciada hace siete años junto con la Fundación Cañada Blanch, y se inscribe, según recordó el ex rector Pedro Ruiz durante la presentación, en la línea de trabajo iniciada por la Universitat de València en los últimos años. En ella se enmarcan, dijo, iniciativas destinadas a la divulgación de la ciencia como la Semana Europea de la Ciencia y la Tecnología, el premio otorgado en colaboración con la Editorial Bromera o la revista Mètode.
La actividad docente de la cátedra incluirá cursos para estudiantes de segundo y tercer ciclo, a cargo de profesores visitantes escogidos entre especialistas en comunicación pública de la ciencia y reconocidos divulgadores científicos. Además de alumnos de carreras científicas o tecnológicas, la iniciativa se pone en marcha con una vocación interdisciplinar y se dirige también a estudiantes de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Precisamente el plan de estudios de la primera ofrece un itinerario científico destinado a formar periodistas especializados en la divulgación de la ciencia. La cátedra promueve también la investigación en el ámbito temático que abarca y la difusión, a través de conferencias y debates, del trabajo que se desarrolla en los diferentes centros vinculados a la Universitat. La cátedra goza del patrocinio de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), que aportó 36.060 euros para las actividades de el año 2002.
En su intervención, Jorge Wagensberg defendió que el éxito de la divulgación científica se mide en función del número de conversaciones que es capaz de generar, en la capacidad de cambiar la vida, de marcar un antes y un después en la vida del visitante de una exposición. El responsable del Museu de la Ciència de Barcelona apuesta por diseñar estas estrategias desde el terreno de las emociones. “El museólogo debe arrancar al científico emociones y, a partir de éstas, ir a los libros y a los expertos, no al revés.” Por esto no duda en buscar, hasta completar una secuencia de nueve metros, el rastro de un fósil encontrado en una feria de Tucson, o en aprovechar el potencial del teatro para acercar la ciencia al ciudadano. “La naturaleza –apuntaba– no tiene ninguna culpa de la división en planes de estudios. Hay que ir a la investigación interdisciplinar.”
Wagensberg opina que la divulgación de la ciencia sólo se puede hacer aprovechando sus métodos, basados en “la objetividad, la inteligibilidad y la dialéctica”. “La ciencia es conversación y el científico experimenta conversando con la naturaleza, provoca, experimenta, espera que responda y vuelve a preguntarle.” Del mismo modo, aseguraba, se debe actuar en el campo de la divulgación, que no puede limitarse a transmitir datos sino que tiene que intentar “difundir una forma científica de pensar”. El profesor de Física de la Universitat de Barcelona abogó por unos museos que encuentren su sitio sin aspirar a imitar el mundo académico ni caer en las tentaciones de la espectacularización. “Un museo de la ciencia no tiene que ser un parque temático, ni un sitio donde se clasifiquen y cataloguen un número inmenso de hallazgos sin ninguna explicación, que no comunican, ni provocan el debate ni el diálogo científico”, indicó. En su opinión, “una buena exposición nunca se puede sustituir por un libro, una película o una conferencia. Una buena exposición da para siete libros, siete películas, siete conferencias”. Si, tras recorrer una exposición, se consigue que el visitante pierda el miedo a entrar en una librería, a acercarse al rincón de los libros de ciencia y coger uno, se habrá dado, afirmaba, “el primer golpe de gong”.
Más allá de otras consideraciones, Jorge Wagensberg cree que la distancia que separa la comunidad científica de los ciudadanos constituye, en el fondo, “un problema de orden democrático, una contradicción esencial de la democracia moderna”. Según manifestaba, “el estímulo a favor de la creación de opinión pública científica es un requisito del sistema democrático”. En este camino confluyen también las aspiraciones de la nueva Cátedra de Divulgación de la Ciencia, que empieza con la voluntad de contribuir a resolver la paradoja formulada en la obra Historia del siglo XX por Eric Hobsbawm: “Ningún otro período de la historia ha estado más impregnado de las ciencias naturales, ni ha dependido tanto de ellas como el siglo XX. Sin embargo, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas.”