Einstein y la prensa

¿Cómo llegó Albert Einstein a ser el científico más popular del siglo XX? La magnitud de esta estrella del imaginario del siglo es tan grande que la pregunta molesta. ¿No es obvia la respuesta? Einstein se convirtió en una celebridad por méritos propios: sus ideas sobre el espacio y el tiempo continúan fascinándonos cien años después y su carisma personal hace el resto. Pero aquí no nos podemos contentar con eso. El proceso de construcción de la imagen pública del científico del siglo no tiene nada de natural, y su fama no se explica simplemente por la trascendencia de sus aportaciones científicas o por su personalidad.

La ingente literatura sobre Einstein y la relatividad no carece de hipótesis sobre las causas de un fenómeno que no responde a una única motivación y que no ha cesado aún. Las fuerzas que en 1919 catapultaron a Einstein a la fama no eran las mismas que lo llevaron a la portada de la revista Time en agosto de 1946, y tampoco las mismas que motivaron su elección como personaje del siglo por la misma revista en 1999. Quisiera, pues, fijarme en el detonante del proceso y revisar las respuestas disponibles, que van desde las circunstancias históricas hasta el lenguaje en el que se expresa la teoría, para añadir finalmente una que no parece que haya sido observada: la consagración mediática de Einstein está condicionada, casi trivialmente, a la existencia de los mass-media y a la historia misma de estos medios. La prensa contribuyó a hacer de Einstein un mito contemporáneo, y Einstein se sirvió como pudo o supo para promover su causa personal y todas aquellas causas que le parecían justas. Pero ¿qué representó Einstein para la prensa? ¿Cómo debemos interpretar el hecho de que la eclosión de Einstein como icono científico coincida con la del periodismo científico especializado? Partiremos de estas consideraciones para averiguar algo sobre las relaciones sociales de la ciencia y la tecnología contemporáneas, y sobre la construcción de la imagen pública de la ciencia y los científicos en el siglo xx.

Del eclipse a la fama estelar

El debut de Einstein como personaje de alcance planetario se puede datar con precisión astronómica. El 7 de noviembre de 1919 The Times de Londres daba cuenta, en términos políticos nada casuales («Revolución en la ciencia. Nueva teoría del universo. Las ideas de Newton, demolidas»), de la reunión científica celebrada la víspera en la sede de la Royal Society de Londres para presentar públicamente las conclusiones de las dos expediciones británicas que habían fotografiado el eclipse total de Sol del 29 de mayo de aquel año. Después de analizar minuciosamente las placas, los astrónomos habían llegado a la conclusión de que la teoría de la gravitación de Einstein era superior a la de Newton. El 8 de noviembre The Times seguía la información en términos pugilísticos: «The revolution in science. Einstein versus Newton».

Al divulgarse estos resultados, Einstein era un físico de prestigio con un perfil público bajo. Eso no quiere decir que no le preocupase –y mucho, como veremos– la percepción de sus ideas por parte del público, y en este sentido no deja de ser paradójico que la teoría que lo hizo famoso fuese, de lejos, la más compleja de las dos teorías de la relatividad. La primera, de la que celebramos este año el centenario, recibe el nombre de relatividad especial. El mismo Einstein acuñó el término en 1916, poco después de completar la teoría de la relatividad general, «la generalización más ambiciosa imaginable de lo que conocemos como “teoría de la relatividad”» (citado en Roqué, 2000). A diferencia de la teoría especial, que sólo se ocupa de sistemas de referencia inerciales (en movimiento relativo de traslación uniforme), la relatividad general permite tratar sistemas de referencia acelerados los unos respecto a los otros, y explica la gravitación. La teoría explicaba fenómenos que se habían resistido a la teoría de Newton (precesión del perihelio de Mercurio), y hacía nuevas predicciones, una de ellas tenía que ver con la interacción entre gravitación y luz. Según Einstein, el paso de un rayo de luz cerca de un cuerpo celeste masivo, como el Sol, tenía que desviar levemente su trayectoria. La teoría de Newton también lo predecía, pero la magnitud de la desviación era diferente en cada caso: 1,74 segundos de arco para Einstein, 0,87 segundos para Newton. ¿Quién tenía razón?

El eclipse total de Sol de mayo de 1919 presentó la primera oportunidad, tras la guerra, de contrastar las dos teorías. En condiciones normales, la desviación de la luz estelar no es aparente porque la luz del Sol nos impide distinguir las estrellas; sólo durante un eclipse es posible observar, sobre una placa fotográfica, la imagen de estrellas próximas al astro eclipsado, y comparar así su posición aparente con la que muestran cuando la luz que nos llega no pasa cerca del Sol. Las observaciones eran en todo caso muy delicadas, porque la diferencia entre las dos predicciones, inferior a un segundo de arco, era comparable al error experimental, y también porque la necesidad de trasladarse a las localizaciones óptimas para observar el eclipse impedía el uso de los telescopios fijos, más potentes.

Viñeta de Luis Bagaría publicada en El Sol el 8 de marzo de 1923.

Un comité conjunto de la Royal Society y la Royal Astronomical Society británicas, presidido por el astrónomo real Frank Dyson, inició los preparativos para observar el eclipse en noviembre de 1917. Encabezaba las expediciones un colega de Dyson, el astrónomo Arthur Eddington, científico de prestigio y cuáquero devoto, un pacifista convencido de que su actividad científica debía contribuir a la restauración de unas relaciones internacionales rotas por cuatro años de guerra, y que se convertiría a raíz de las expediciones en el propagador más activo de la relatividad en Gran Bretaña (Stanley, 2003). Los expedicionarios viajaron con sus instrumentos a Sobral, en Brasil, y a la isla Príncipe, en el golfo de Guinea. En Príncipe el cielo estuvo cubierto y de las dieciséis placas que Eddington expuso, sólo seis registraron alguna estrella. El análisis de las fotografías se demoró unos meses, pero finalmente los expedicionarios emitieron el veredicto favorable a Einstein que le catapultó a la fama mundial.

     La difusión de los resultados fue planificada con cuidado, como un elemento integral de las expediciones. Revistas como Nature, Science o Engineering incluyeron artículos divulgativos preparados por los expedicionarios; en cuanto a The Times, hacía diez meses que informaba sobre el desarrollo de las expediciones, a instancias de los astrónomos mismos o de otros miembros de las sociedades promotoras. Algunos de estos artículos los redactó el ayudante del astrónomo real en el Observatorio de Greenwich, Henry Park Collins, que acababa de ser contratado por el diario como corresponsal de astronomía. El anuncio de los resultados, sin embargo, lo cubrió un zoólogo de cierto renombre, Peter Chalmers Mitchell, fellow de la Royal Society y corresponsal científico del diario en el período de entreguerras. En un trabajo reciente se revela la identidad del corresponsal y se pone énfasis en la campaña de difusión orquestada por los científicos (Sponsel, 2002), pero más abajo descubriremos la conexión entre esta línea editorial y el proceso, de alcance mucho más amplio, de constitución del periodismo científico especializado.

    La noticia del vuelco astronómico apareció el 9 de noviembre en un diario holandés y también en el New York Times, con un titular impagable que vale la pena reproducir: «Lights all askew in the heavens. Men of science more or less agog over results of eclipse observations. Einstein theory triumphs. Stars not were they seemed or were calculated to be, but nobody need worry. A book for 12 wise men. No more in all the world could comprehend it, said Einstein when his daring publishers accepted it»; que poco más o menos quiere decir: «Luces colgando en el cielo. Hombres de ciencia más o menos excitados por los resultados de las observaciones del eclipse. La teoría de Einstein triunfa. Las estrellas no están donde parece o habíamos calculado que debían estar, pero que no se preocupe nadie. Un libro para 12 hombres sabios. Nadie más en todo el mundo puede entenderlo, dijo Einstein cuando su arrojado editor lo aceptó» (citado en Pais, 1994). En seguida nos ocupamos de los significados implícitos y explícitos de este titular y de otros semejantes, pero antes debemos ver qué dijo el mismo Einstein.

Einstein ante el público

Una de las servidumbres inmediatas de la fama fue la demanda de exposiciones sintéticas de la relatividad para los profanos. Einstein las pudo atender con relativa facilidad porque había hecho los deberes. Al llegar a Berlín la primavera de 1914, para incorporarse a una cátedra a la capital de la física, un diario de mucha tirada le había pedido ya una nota «Sobre el principio de relatividad», como se conocía entonces la relatividad especial (Einstein, 1914). El mismo diario habló, el verano de 1914, de la posibilidad de que el eclipse de Sol del 21 de agosto arrojase luz sobre la teoría de la relatividad, pero el estallido de la guerra lo impidió. En Berlín, Einstein culminó su carrera científica con la deducción de las ecuaciones de campo de la gravitación. En noviembre de 1915, apenas enviado a imprenta el artículo fundacional de la teoría general de la relatividad, Einstein comenzó a trabajar en una obra de divulgación sobre relatividad. A su amigo Michele Besso le confesó que no sabía por dónde comenzar, «pero si no lo hago, la teoría no será entendida, tan sencilla que es en el fondo» (citado en Roqué, 2000). La teoría especial ya había sido objeto de divulgación por parte de otros autores y ahora Einstein no quería desaprovechar la ocasión de dar una visión de conjunto sobre las dos teorías. El libro (La teoría de la relatividad especial y general, al alcance de todos) estaba a punto cuando las noticias del eclipse dieron la vuelta al mundo; entre 1917 y 1923 se hicieron catorce ediciones y fue traducido a varias lenguas, entre ellas el castellano (1921). El año 2000 apareció la traducción al catalán, en un volumen que contiene también dos de los célebres artículos de 1905 cuyo aniversario celebramos este año (Einstein, 2000).

Estos escritos de divulgación anteriores a 1919 son muy significativos precisamente porque Einstein no era todavía una estrella, lo que nos hace preguntarnos qué los motivó. Es evidente que Einstein no se habría molestado si no le hubiese preocupado la consideración de sus ideas por parte del público, pero eso no le distinguía sino que le equiparaba a otros científicos centroeuropeos de su generación, para los que la unidad del conocimiento y la cultura era incuestionable. La divulgación no era tanto para ellos una afición o una faceta subsidiaria de su actividad científica, como un deber asumido desde la convicción de que el científico debía interpretar sus ideas para los no iniciados. Max Planck, uno de los mentores de Einstein, ejemplifica bien esta actitud, así como Henri Poincaré (Roqué, 1995: 2002). A partir de 1919, otras fuerzas inducirán a Einstein a la divulgación, y le harán un científico popular.

Las causas inmediatas de la fama

El impacto de la difusión de los resultados del eclipse no se explica suficientemente por el interés intrínseco de la noticia. En ello concurrieron varios elementos, que afectan tanto a la teoría triunfante como a su creador, y que han sido recogidos en la literatura. Enumerémoslos brevemente antes de centrar nuestra atención en el papel específico de los medios de comunicación.

El primero de los elementos que alentó el interés por la relatividad es la aureola de dificultad e incomprensibilidad de la teoría, indisociable de la representación pública del científico de genio, y resumida en la idea de que sólo una docena de sabios en todo el mundo entendía la relatividad. Este argumento fue utilizado por científicos detractores de la teoría, que no veían cómo podía ser cierta una teoría que chocaba con la experiencia común, pero también preocupaba como ejemplo paradigmático de la creciente distancia entre conocimiento experto y conocimiento profano. En 1919 el New York Times publicó una serie de editoriales sobre las dificultades de la mayoría de la población para seguir el desarrollo reciente de la física y las implicaciones políticas de esta incomprensión (Nelkin, 1987). Conviene notar, sin embargo, que el mismo argumento fue utilizado por los partidarios de la teoría para enaltecer aquellos que hacían el esfuerzo de divulgarla y comprenderla, de manera que, en Estados Unidos, en los años 1920 y 1930, todos querían ser el decimotercer hombre en entender la relatividad (Missner, 1985).

En 1919 el Sol fue eclipsado en una parte del cielo, donde había estrellas brillantes. Una vez la Luna eclipsó totalmente el disco solar, la luz de estas estrellas fue vista desde la Tierra ensombrecida hasta el filo del Sol. Los rayos de luz fueron ligeramente refractados por el Sol, efecto que daba la impresión de que las estrellas habían alterado su posición en el cielo. Este aparente cambio en la posición de las estrellas probó la predicción de Einstein: la luz es sujeto de la refracción producida por un objeto grande y sólido.

En segundo lugar, a pesar de todo, la teoría resultaba atractiva y, según como, asequible porque se expresaba en un lenguaje co­mún y sugerente, que creaba una ilusión de inteligibilidad. Términos como «espacio-tiempo», «desviación de la luz», o «dilatación del tiempo» significaban algo para los no iniciados, y no pasaba nada aunque este significado no coincidiese con su significado físico o matemático. No debemos olvidar, en este sentido, que la teoría se ocupaba del universo, objeto de fascinación permanente (Friedman y Donley, 1985).

La tercera causa tiene que ver con el clima social y político, al que ya nos hemos referido al hablar de las motivaciones de Eddington. La contrastación de las ideas de un sabio alemán por un astrónomo británico apenas acabada la guerra alcanzaba proporciones dramáticas. Así lo reconoció en su momento el físico Ernest Rutherford, descubridor del núcleo atómico, que atribuía al momento histórico el impacto de la noticia del eclipse (citado en Stanley, 2003): «La [Gran] guerra apenas había acabado y la complacencia de las épocas victoriana y eduardiana se había desvanecido. La gente sentía que sus valores y sus ideales ya no tenían ningún significado. De repente, se enteraron de que la predicción astronómica de un científico alemán había sido confirmada por una expedición británica… Este descubrimiento astronómico, que trascendía los conflictos mundanos, encontró gran eco.» El seguimiento minucioso que las embajadas alemanas de los países que Einstein visitó los años 1920 (Japón, Estados Unidos, España…) hicieron de sus conferencias y actos públicos nos habla también de la significación política y cultural de un físico que, lejos de la imagen predominante de sabio despistado, era muy consciente del valor simbólico (político) de sus manifestaciones. Así, en una breve pieza de divulgación publicada en The Times el 28 de noviembre 1919, agradecía al medio la oportunidad de expresarse «después de la lamentable ruptura de las relaciones internacionales que existían entre los hombres de ciencia» (citado en Pais, 1994).

«La consagración mediática de Einstein está condicionada, casi trivialmente, a la existencia de los “mass-media” y a la historia misma de estos medios»

Más allá de las maltrechas relaciones científicas internacionales, no faltó quien vinculase la teoría a las turbulencias políticas y sociales del período de entreguerras, como un profesor de mecánica celeste de la Universidad de Columbia entrevistado en el New York Times el 16 de noviembre de 1919: «Los últimos años el mundo entero los ha pasado angustiado mental y físicamente. Podría ser que los aspectos físicos de ésta desazón, la guerra, las huelgas, las revueltas bolcheviques, no fuesen sino los objetos visibles de una perturbación subyacente más profunda […] El mismo sentimiento de angustia invade la ciencia» (citado en Pais, 1994). Asociaciones de esta clase insisten en el tratamiento periodístico de la visita de Einstein a España en 1923, asombrosamente analizada por Thomas F. Glick (1986) y objeto de un magnífico catálogo a raíz de una exposición reciente a la Residencia de Estudiantes (Sánchez Ron y Romero de Pablos, 2005).

Einstein en la historia de los medios de comunicación

La figura de Einstein resultó instrumental en la configuración del periodismo científico contemporáneo y en la comunicación de la ciencia durante el período de entreguerras.

He dejado para el final el papel de los medios de comunicación, que se hicieron eco de todo esto. Su existencia se ha dado por supuesta («the apparatus of a a world-wide communication system that enabled Einstein to become a celebrity has been in place throughout the twentieth century»), igual que su interés por Einstein («the American press was the instrument that made Einstein into a celebrity», Missner, 1985). A la hora de examinar las relaciones entre unos y otros se ha considerado a menudo que la prensa tan sólo representó para Einstein una carga, el precio de una fama que no había buscado. Está claro que Einstein fue víctima de excesos mediáticos, pero también supo utilizar los medios de manera sofisticada cuando le hizo falta, como en diciembre de 1932, cuando el consulado de Estados Unidos en Berlín puso impedimentos a la expedición de un visado. Einstein salía pocos días después hacia Estados Unidos y no se podía permitir esperar. Una llamada a los corresponsales en Berlín del New York Times y de Associated Press, con la amenaza de cancelar el viaje y airearlo a la prensa internacional, resolvió el problema en menos de 24 horas (Jerome, 2002). En otras ocasiones, el mismo Einstein estimuló por razones personales elementos de su mito. Glick (1986) apunta que «en conjunto, su personalidad pública fue bien construida con el propósito de satisfacer la curiosidad del público, sin desvelar muchos detalles de su vida privada».

Ahora, podríamos cambiar de perspectiva y preguntarnos en qué medida el fenómeno Einstein refleja un momento determinado en la historia del periodismo. La prensa había madurado como mass-media entre 1870 y 1914; la radio lo haría rápidamente en el pe­ríodo de entreguerras. La ampliación del público lector y la introducción de nuevas tecnologías de comunicación e impresión conformaron un nuevo periodismo industrial de altos vuelos empresariales sustentado en dos necesidades: la «de informar políticamente a una base electoral que crecía a medida que se extendía la democracia», y la de «gestionar de la manera más eficiente y rentable posible una industria periodística cada vez más cara» (Conboy, 2004). Manuel Vázquez Montalbán concurría en ello en Historia y comunicación social: «Las masas interesan como claves de la opinión pública, como consumidores susceptibles de persuasión: consumidores de ideas, productos y proyectos nacionales de los grandes líderes de la economía y la política» (Vázquez, 1980). Estos cambios conllevan, al pasar al siglo xx, la aparición del periodismo especializado y de las escuelas de formación de periodistas, como la de Le Figaro (1899). «Pero –continúa Vázquez Montalbán– la auténtica preocupación sobre el tema no se plantea larga y ampliamente hasta el período de entreguerras, con un cierto paralelismo con la conformación de las primeras teorías sobre la comunicación social. […] No se trata sólo de crear un profesional específico provisto de la teoría y la práctica derivadas del empirismo profesional de sus predecesores y de las ciencias paralelas de otros especialistas, se trata también de imbuir al profesional de la comunicación de una cierta sacramentalidad. No es por azar que se haya hablado de sacerdocio en el caso del maestro y el periodista. Oficiantes en el altar de la verdad, uno y otro profesional, debían ser conscientes que en sus manos se encontraba el espíritu de las masas y su responsabilidad era tan grande ante Dios como ante los hombres» (Vázquez, 1980).

El paralelismo con la vocación de los primeros periodistas científicos en la prensa diaria es patente. En 1920 el magnate de la prensa norteamericano Edwin W. Scripps funda la primera agencia de noticias científica, Science Service, con un doble propósito: contribuir a la creación de un clima de opinión favorable a la investigación y a su apoyo por parte del estado federal, en tanto que elemento clave «para la prosperidad de la nación», y promover una «actitud mental científica» que no podía sino beneficiar al conjunto de la población, al ofrecer «una manera de elevarse por encima de los desengaños del mundo real» (Roqué, 1995). ¿Es verosímil que este fenómeno, que no está circunscrito en Estados Unidos y del cual la fama de Einstein sería un epifenómeno, fuese independiente de los cambios de gran alcance que acabamos de esbozar? ¿No es más razonable pensar que, lejos de representar una simple coincidencia temporal con la eclosión mediática de Einstein, el tratamiento especializado de la ciencia en los medios respondía a las mismas causas?

«La prensa sólo representó para Einstein una carga, el precio de una fama que no había buscado»

El periodismo científico profesional nació, pues, junto al resto de periodismos especializados, en el período de entreguerras, en parte como resultado de un proceso general y en parte como respuesta específica a la creciente visibilidad social de la ciencia y la tecnología y a la necesidad de establecer nuevos lazos entre ciencia y estado. El esfuerzo de comunicación y divulgación de aquellos años no es discernible del deseo de construir una amplia base social de apoyo para la ciencia en un momento en que el Estado em­pieza a intervenir decididamente en su financiación, dado que se reveló como un factor clave para el bienestar y la seguridad nacionales. La figura de Einstein, que preside la iconografía científica del siglo XX, resultó instrumental en la configuración del periodismo científico contemporáneo y en la comunicación de la ciencia durante el período de entreguerras. A Einstein le elevaron al Olimpo científico los medios de comunicación, que lo necesitaban para legitimarse como vehículos de expresión y, por tanto como partícipes de una ciencia con una enorme capacidad de transformación social, ávida del apoyo del Estado y la benevolencia de las masas.

¿Un mito desactivado?

«El instinto dice cerveza, la razón dice Carlsberg.» Anuncio italiano de los años setenta. Cortesía de J. Goodstein/Instituto de Tecnología de California.

El Año de la Física lo ha propiciado el Año Einstein, en un homenaje interesado al padre fundador de la física contemporánea que tiene como motivación real promover el conocimiento y la difusión de la física actual. Todo bastante legítimo, faltaría más, y bien pensado, porque Einstein se ha convertido en una marca, con todos los atributos de las mejores marcas: conocida en todo el mundo, fácilmente reconocible, con las connotaciones eminentemente positivas de un genio humano, humilde y simpático. Y que conste que eso de la marca no es ninguna metáfora: nos hemos ocupado de la prensa, pero a lo largo del siglo xx la publicidad ha sido un agente tanto o más poderoso de creación de imágenes y personajes, y Einstein ha protagonizado tantos anuncios que uno de sus biógrafos juzga que «ningún medio ha hecho más que la publicidad para promover a Einstein como icono universal» (País, 1994; también Friedman y Donley, 1985). Afortunadamente, más allá de la mitología cientifista y la mercadotecnia simplista e indiscriminada hay quien procura recuperar el Einstein histórico, un físico con todas las contradicciones de un simple mortal y ninguna de las virtudes de un santo inmaterial, especialmente en lo concerniente a su activismo político y a las profundas conexiones de su pensamiento y su itinerario vital con unas circunstancias sociales y políticas bien determinadas (Galison, 2004; Jerome, 2004). ¿Qué imagen prevalecerá dentro de cien años?

 

 

Bibliografía
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© Mètode 2014 - 48. Fotogramas de ciencia - Disponible solo en versión digital. Invierno 2005/06

Membre del departament de Filosofia i del Centre d’Història de la Ciència (CEHIC) de la Universitat Autònoma de Barcelona (Espanya). Ha estudiat les relacions entre física, cultura i gènere i publicat treballs sobre la història de la radioactivitat, la relativitat i la física quàntica. Juntament amb Néstor Herran va editar el volum La física en la dictadura. Físicos, cultura y poder en España, 1939–1975 (2012).