Entrevista a Nalini Nadkarni

«La naturaleza es mucho más frágil de lo que pensamos»

Ecóloga y premio Nat 2021

Conocida como «la reina del dosel de los bosques», la ecóloga Nalini Nadkarni nació en Bethesda, en el estado de Maryland (EE UU), en 1954. Hija de padre hindú y de madre judía ortodoxa, desde muy pequeña sintió una gran fascinación por los árboles y, debido a esta pasión, inició una intensa carrera de investigación, de divulgación y de activismo en defensa de los bosques. Profesora de Biología de la Universidad de Utah, la investigación la ha llevado a lugares insospechados: con arneses y cuerdas, escala hasta la cima de las copas de los árboles tropicales para descubrir que existen especies vegetales que tardan décadas en regenerarse, mucho más tiempo de lo que se había creído hasta ahora. Cuando baja de nuevo a tierra firme, usa toda su energía para difundir los enormes valores que los árboles y la naturaleza nos proporcionan, pero también su extrema fragilidad. Para hacerlo, traba alianzas y colaboraciones con colectivos muy diversos, como por ejemplo los artistas, las prisiones y el mundo de la moda. Ahora, por esta trayectoria ejemplar, el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona le ha concedido el premio Nat.

Su campo de especialización son las epífitas, las plantas no parasitarias que crecen en la parte superior de los bosques tropicales. Son plantas que no tienen raíces, con hojas que toman agua de la niebla. ¿Qué descubrió estudiándolas?

Hicimos experimentos en los que retiramos unas matas de epífitas para estudiar los índices de recolonización. Nuestra hipótesis era que volverían a crecer rápidamente. Cuando miras una rama que está cubierta de estas plantas enormes y exuberantes –las hay que son gigantescas–, piensas que están perfectamente bien. Pensé que después de un año ya se habrían regenerado. Pero pasó un año, dos años, tres, cuatro, cinco, diez, quince, veinte años… Ahora hace casi treinta años y, cuando vuelvo, todavía puedo ver los trozos que retiré porque no se han regenerado del todo. Esto quiere decir que estas plantas que crecen en las copas de los árboles tropicales, a pesar de que parecen muy potentes y muy fuertes, en realidad son muy frágiles y hay que cuidarlas.

Así pues, ¿la naturaleza es mucho más frágil de lo que pensamos?

Sí, exactamente. Miramos esos grandes bosques y pensamos: «¡Oh! ¡están muy bien! Durarán centenares de años». Pero cuando los exponemos al cambio climático o a la contaminación del aire nos encontramos muy a menudo que son muy muy frágiles, mucho más sensibles de lo que pensábamos.

«A medida que nos separamos de la naturaleza, perdemos las raíces en las que hemos evolucionado, en las que nos hemos convertido en humanos»

¿Cómo nació su interés por los árboles?

Cuando era pequeña, mi familia era muy numerosa; pasaban tantas cosas y todo era tan caótico: deberes y hermanos y hermanas y perros y gatos… Cuando subía a un árbol en el jardín de casa de mis padres, sentía que era mi lugar, un lugar muy tranquilo. Encaramada a aquel árbol me daba cuenta de que estaba segura, como si el árbol me protegiera, y además era una experiencia divertida. O sea, que pensé: «Si los árboles me han dado tantas cosas, cuando sea mayor les tendría que devolver algo a cambio». Pensé en hacerme bombera, guardabosque… Bien es verdad que no sabía cómo hacerlo, pero tenía una cosa clara: quería ayudar a los árboles por todo lo que me habían dado cuando era pequeña. Y así fue.

Eso que dice me hace pensar que, de alguna manera, los árboles y los niños están muy relacionados. ¿También lo ve así?

Sí, todos los niños quieren subir a un árbol y subir muy arriba. Para mí, como bióloga, fue muy importante que mi conexión con la naturaleza se hubiera establecido muy pronto, cuando era una niña, porque a esta edad es cuando creas los vínculos más fuertes. Realmente muchos biólogos dan los primeros pasos, sin darse cuenta, cuando son niños pequeños y empiezan a fijarse en la naturaleza. Quedan admirados y dicen como: «¡Oh, insectos!», «¡Oh, pájaros!» y «¡Oh, qué árbol!», y es esta fascinación lo que les hace proseguir con el conocimiento científico. Por eso es tan importante escribir libros para niños y hacer llegar a los niños la idea de que hay que tener cuidado de la naturaleza. Cuando hablo con alumnos de bachillerato a menudo recuerdo que, para mí, de joven, era muy importante saber que había adultos que trabajaban para salvar la naturaleza. Es por eso que me sabe tan mal que haya tantos niños en las grandes ciudades separados del entorno natural y sin árboles a los que trepar.

A menudo dice, con preocupación, que «la sociedad se está separando de la naturaleza». Teniendo presente que los humanos somos naturaleza, ¿estamos perdiendo la conexión con nosotros mismos?

Exactamente. A lo largo de toda la evolución, los humanos hemos formado parte de la naturaleza y nos hemos sentido parte de ella. La especie humana sabía que tenía que protegerla para continuar obteniendo comida y refugio… Y no solo por motivos prácticos, sino también por motivos espirituales y por su belleza. Y ahora, en lugar de árboles, o de bosque, o de desierto, buena parte de la población vive rodeada de edificios y de asfalto. Y, además, a menudo se piensa que el mundo construido, este mundo creado por los humanos, es mejor. Por supuesto, eso no es cierto. Sabemos que toda la comida, todo el refugio y toda la belleza proviene realmente de la naturaleza. Y a medida que nos separamos de ella, perdemos las raíces en las que hemos evolucionado, en las que nos hemos convertido en humanos. Y por eso creo que es muy importante involucrar a todo el mundo: artistas, religiosos, presos, gente del mundo de la moda y científicos para tratar de salvar la naturaleza.

Ciertamente, usted ha abierto la universidad y ha colaborado con muchos colectivos, uno de ellos el artístico. Los artistas se aproximan a la naturaleza de una forma muy diferente a la de los científicos. ¿Artistas y científicos pueden aprender los unos de los otros?

Es verdad que en ciertos aspectos, ciencia y arte son muy diferentes, pero yo creo que también son importantes las similitudes entre los dos ámbitos. En este sentido, pienso que tanto los científicos como los artistas son personas curiosas, que se hacen preguntas. En el caso de los científicos, se trata de preguntas científicas, por ejemplo, ¿cuántas especies de árboles hay en Costa Rica? Y los artistas se hacen preguntas más estéticas como qué es la luz que se filtra en el bosque y cómo va cambiando a medida que se sube hacia las copas de los árboles. Pero, en última instancia, los científicos y los artistas son bastante parecidos porque quieren entender el mundo y quieren comunicar lo que han entendido. Colaboré con una bailarina moderna y, de entrada, pensé que la bailarina recogería la información que yo le daba y que, bailando, comunicaría lo que yo le había explicado. Pero, en cambio, descubrí que ella tenía sus propias ideas sobre cómo funciona el bosque, cuáles son las interacciones entre los primates y los árboles… Cuando bailaba, yo no podía dejar de mirarla y pensar: «Ah, ¡ahora veo el bosque de otra manera!». Y creo que tiene que ver con la curiosidad, con la idea de que podemos aprender de muchas maneras, que nos podemos comunicar de muchas maneras. En algunos casos, los artistas son mejores comunicadores que los científicos. El público cuando va a un espectáculo de danza o a un museo quiere captar las cosas a través de los sentidos, de los ojos, del oído. Los científicos somos precisos a través de la razón, de los hechos, de los datos. No es que unos sean mejores que los otros, solo son diferentes y me parece que cuando los pones a trabajar juntos llegas a entender todo el bosque o todo el ecosistema de una forma más amplia, que solo con la ciencia o solo con el arte.

También ha colaborado con prisiones. Ha tenido resultados impresionantes en casos de confinamiento solitario, con presos que experimentan una gran mejora solo con una hora de ver imágenes de naturaleza. ¿Implementará de alguna forma los resultados de estas investigaciones?

Ahora mismo hemos publicado los resultados y hemos demostrado que cuando mostramos imágenes de naturaleza a personas que no tienen nada de naturaleza –esas celdas están completamente aisladas–, la actividad violenta baja un 25 %. Y se trata solo de mostrar durante una hora al día esos vídeos de naturaleza –ni siquiera es la naturaleza real, solo son vídeos de la naturaleza–. Los presos expresaron que se sentían más tranquilos, menos agresivos. El siguiente paso es ir a otras prisiones y explicar: «Parece que esto funciona, disminuye la violencia, hace que los presos se sientan más conectados con la naturaleza y con otras personas». Y ahora estamos empezando a trabajar con prisiones de todo el país.

¿Se trata solo de vídeos con imágenes de naturaleza o también incluyen sonido?

También incluyen sonido. Pero, además, hicimos experimentos donde los separamos. Obtuvimos una beca de la National Geographic Society para hacer un estudio que determinara si era el aspecto visual o bien el aspecto auditivo el que tenía más incidencia. Y comprobamos que había más respuesta a los vídeos con imágenes de naturaleza que a los sonidos de naturaleza, pero aun así el sonido también tenía efectos positivos. Otra cosa que estudiamos era qué tipo de imágenes de naturaleza tenían más efecto –el bosque, el océano, el desierto–. Y lo que descubrimos es que no había un único ecosistema que tuviera más efecto que los otros. Parece que depende del individuo. Para algunos los bosques eran más relajantes, otros elegían el desierto y otros, el océano.

Foto: Marc Brugat

Hace poco leí la obra La mente bien ajardinada de la psiquiatra inglesa Sue Stuart-Smith, según la cual el cortisol, hormona que se libera en situaciones de estrés, es notablemente más elevado si se está en la ciudad. Afirma que solo por pasar media hora rodeados de naturaleza los índices de cortisol ya disminuyen.

Sí, es correcto. Y precisamente eso es lo que medimos en aquel estudio en las prisiones en el que mostramos sonidos de naturaleza e imágenes de naturaleza por separado. Medimos los niveles de cortisol, y también lo que se denomina respuesta galvánica de la piel. Les poníamos sensores en los dedos y les tomábamos muestras de saliva para poder observar los niveles de cortisol y de ese modo poder conocer los niveles de estrés.

También ha implicado parte del sector de la moda en la defensa de los árboles. ¿Por qué ese sector?

La mayoría de los biólogos no visten muy bien. Pero, aun así, hay mucha gente que pone una gran atención en la ropa –se trata de su identidad, de qué apariencia quieren adoptar en cada momento–. Me di cuenta de que eso era muy potente. Incluso, a menudo, en la ropa, se muestra el nombre de la marca o del diseñador. De alguna manera, con las prendas de ropa que llevas estás haciendo una declaración de intenciones. Y pensé: «¿Por qué no hacemos que la naturaleza forme parte de eso?» Con diseñadores de Nueva York hicimos, por ejemplo, este pañuelo de cuello: es una imagen de naturaleza real, son hojas de verdad. Se trata de usar la ropa para comunicar la belleza de los árboles. Si alguien te dice: «Me gusta tu pañuelo», puedes ir más allá y explicarle que son hojas de álamo y después decirle que hay un grupo de conservación de naturaleza que protege árboles… Si la naturaleza es tan bonita, ¿por qué no llevarla? ¿Por qué no identificarse con la naturaleza?

Y entiendo que todo el proyecto también pasa por involucrar a los diseñadores en una manera de trabajar lo más ecológica posible, ¿no?

Efectivamente. Usamos tintes que no sean contaminantes, materiales reciclados… Porque el mensaje de este pañuelo de cuello o de cualquier prenda de ropa no es solo que estas sean las hojas de un árbol real, lo que es genial. Además, necesitamos pensar en una forma más sostenible de crear moda. Y me he dado cuenta de que hay mucha gente en la industria de la moda que está interesada en hacer que la ropa sea más sostenible.

«Existen pocos cauces de comunicación entre los científicos que estudian el cambio climático y los responsables políticos, que son los que pueden implementar cambios»

Es interesante esta manera de trabajar en red. Precisamente, usted a menudo usa la metáfora de un tapiz donde todo está conectado. ¿Como la naturaleza?

Sí. Efectivamente la naturaleza funciona así; la naturaleza es en sí misma un tapiz. Las aves interactúan con las flores, la luz del sol interactúa con los árboles para hacer la fotosíntesis: todo es una red. Pero, a la vez, creo que cuando intentamos proteger la naturaleza, también tenemos que usar un tipo de red o de tapiz. No basta con los estudios científicos, también nos tenemos que valer del arte para comunicar, también necesitamos poesía para inspirar a la gente, necesitamos que la economía diga cuánto dinero nos hace falta para proteger esto o aquello, necesitamos todo tipo de personas y de habilidades para proteger la naturaleza. Por lo tanto, ciertamente tenemos que construir un tipo de tapiz o de red para salvar el tapiz de la naturaleza. Una de las razones por las que utilizo esta metáfora es porque no solo se trata de juntar cosas –la pintura roja y la pintura blanca dan pintura rosa, las mezclas y se pierde el rojo y el blanco–; lo que pasa con el tapiz es que cada hilo sigue siendo puro. Si tomamos el hilo de la ciencia, necesitamos científicos que hagan muy buena ciencia. ¿Hace falta un escritor para describir un bosque? Pues necesitarás a alguien que realmente sepa escribir bien… Y después, cuando los pongas juntos, crean una imagen nueva, la del tapiz, pero ninguna de las líneas ha perdido su esencia.

Si tomamos este tapiz y nos fijamos en el hilo de la universidad, ¿podemos decir que la universidad está haciendo lo suficiente para comprender y parar el cambio climático?

La tarea de la universidad es la de formar a los estudiantes jóvenes y la de hacer investigación. Hace cincuenta años que los científicos conocen el cambio climático y han trabajado para comprenderlo: han hecho modelos matemáticos, han hecho mapas indicando dónde cambiará el clima, han entendido que vendrán más tormentas, vienen más riadas, más incendios… Pero la universidad se para aquí. Una vez publica los resultados, llega el turno de los divulgadores, de los comunicadores, de los museos, de trasladar esta información al público. Y, obviamente, también depende de los responsables políticos de tomar medidas: si tenemos que hacer más para restringir la cantidad de gases contaminantes o incentivar el transporte público… Creo que el problema es que hay pocos cauces de comunicación entre los científicos que estudian el cambio climático y su afectación sobre la naturaleza y los responsables políticos que realmente son quienes pueden implementar cambios. Es por eso que pienso que se ha ido tan lento. A pesar de que durante cincuenta años los científicos hemos tenido la información de que efectivamente estábamos ante un cambio climático, los responsables políticos o bien no tenían esta información, o bien si la tenían no querían dirigirse a la población con mensajes poco populares y decir: «Tienes que coger el metro en vez de conducir tu propio coche».

Figuras como la suya pueden servir de inspiración a las jóvenes para dedicarse a la ciencia. ¿Cree que se está mejorando a la hora de incentivar y visibilizar el papel de la mujer en la ciencia?

Creo que sí. Cuando empecé en la universidad no tenía muchas mujeres a las que mirar, como profesoras o como modelos. Es muy importante que las chicas y los chicos jóvenes vean que las mujeres son capaces de hacer ciencia, de hacer arte o periodismo, o cualquier cosa que queramos hacer para contribuir a la sociedad. Personalmente, no me he sentido discriminada, pero no niego que hay mujeres en el ámbito científico que sienten que no se les ofrecen tantas oportunidades o que simplemente han sido ignoradas. Ahora bien, si prestamos atención a los datos, al menos en los Estados Unidos, el número de graduados que hará carrera científica es de aproximadamente un 50 % de mujeres y un 50 % de hombres; en cambio, si miramos los miembros del profesorado, decanos, el rector y jefes de departamento hay muchos más hombres que mujeres. Hará falta tiempo para que las mujeres lleguen a más puestos de poder, pero me parece que dentro de veinte años veremos más igualdad y más inclusión

© Mètode 2022 - 112. Zonas áridas - Volumen 1 (2022)
Periodista y escritora (Barcelona).