Ante la lectura de este ensayo sobre la tabla periódica es imposible quedarse indiferente. Sam Kean, un joven autor licenciado en Física, pasea al lector por toda la tabla periódica, pero no de la forma habitual, periodo por periodo o siguiendo el orden alfabético de los elementos. Lo hace de forma temática: el dinero, el poder, los venenos, la guerra, el arte o la locura son el hilo conductor que sigue el autor. Todo ello estupendamente ilustrado con biografías y hechos históricos curiosos, espectaculares o espantosos: Scott y el estaño, Gandhi y el yodo, Napoleón III y el aluminio, los euros y el europio, el fémur de un conejo y el titanio, Fidel Castro y el talio, la estilográfica Parker 51 y el rutenio, el rey Midas y el cinc, los teléfonos móviles y la guerra en el Congo… Si bien es cierto que unas pocas explicaciones requieren conocimientos básicos de física y química, también lo es la asombrosa claridad con la que el autor desgrana todo el entramado del mundo atómico. La lectura de las relaciones humanas con los elementos es apasionante. Unas, muy tristes y llenas de sufrimiento, como la relación que descubrió el doctor N. Hagino en 1946 entre el arroz y el cadmio en la región de las minas de Kimioka en Japón. Otras, eufóricas por el dinero que reportaron, como en el caso del aluminio. La mayoría, espectaculares por el importante avance que permitieron en otros campos, como el uso combinado de neodimio e itrio en el láser y sus aplicaciones en medicina. Por no olvidar historias de disputa generacional como la vivida entre lord Kelvin y Rutherford al respecto del helio y su uso en la datación de la Tierra… Muy interesante es también el homenaje que va haciendo a lo largo de todo el libro a las mujeres. A su contribución en la construcción y comprensión de la tabla periódica. A veces, mujeres anónimas, como todas aquellas chicas (las «computadoras»), muchas de ellas esposas de científicos en Los Álamos, que se dedicaron a calcular a mano tablas de datos en el Proyecto Manhattan. Otras veces, mujeres que fueron consideradas simples aficionadas y «amas de casa», pero que al final consiguieron un gran reconocimiento con nada menos que un Nobel de Física, como Maria Geopepert-Mayer. Mujeres como Lise Meitner, que nunca vio su gran labor reconocida con un Nobel por razones ajenas a la ciencia, pero que sí tiene un elemento en su honor, el meitnerio. Y cómo no, Marie Curie e Irène Joliot-Curie –la madre con dos premios Nobel y la hija con uno– ambas fallecidas por leucemia a consecuencia, probablemente, de sus trabajos científicos. Mención especial a errores y fracasos que en algunos casos fueron la base de grandes descubrimientos, como el caso de Pauling, premio Nobel en química. Pauling, empeñado en que la hélice de ADN tenía tres hebras, y que en 1962 acabó coincidiendo en Estocolmo con Watson y Crick, pero para recoger… el Nobel de la Paz. Carmen López Valiente. Profesora de Biología y Geología en el IES Districte Marítim (Valencia). |
La cuchara menguante |