El viatge del Beagle, de Charles Darwin

Un viaje que ha durado más de un siglo

Hace aproximadamente siglo y medio, Valentí Almirall y algunos republicanos federales catalanistas decidieron publicar un diario, el Diari Català, el primero publicado íntegramente en catalán, cuyo primer número apareció el primero de mayo de 1879. Entre los objetivos que señalaban sus promotores en el Prospecte de presentación del nuevo periódico, estaba el de «ir por delante en todo […]. Tanto en ciencia como en religión, tanto en artes como en política […]. Si ideas nuevas y nuevos descubrimientos echan por tierra tradiciones rancias […] estaremos del lado de lo nuevo y seremos enemigos, implacables, de todos los fanatismos». Y, para recalcarlo, añadían: «Querríamos que el renacimiento del catalán […] se diese también en algunas ramas de la ciencia, si no en todas, […] que nacieran escuelas catalanas, que compitieran y discutieran con otras escuelas, para que cuando después del golpe surja la chispa que dé luz, podamos decir que hemos sido el pedernal de encender el fuego».

Y, en otro punto del Prospecte, se decía: «El Diari Català se propone además satisfacer a pequeña escala otra necesidad […], la formación de una biblioteca en catalán […]. Publicaremos, por tanto, folletines, pero no folletines de novelas […], sino de las obras más notables que haya producido la humanidad y que deben ser la base de toda librería bien montada».

Las primeras obras aparecidas en el folletín del Diari Català fueron La Ilíada, de Homero, en una traducción de Conrad Roure, y Viatje d’un naturalista al voltant del món fet a bordo del barco «Lo llebrer» (The Beagle) des de 1831 a 1836, de Charles Darwin, en traducción de Leandre Pons Dalmau. Esta última obra, el Prospecte la presentaba como «la primera obra que produjo el sabio más profundamente reformador de nuestros tiempos». Las buenas intenciones de Almirall solo se cumplieron parcialmente. La publicación de la Ilíada se llegó a completar, pero no la del Viatje d’un naturalista… que quedó interrumpida a mitad del capítulo 17, en la descripción de las islas Galápagos y su población animal, a causa de la suspensión definitiva de la publicación del Diari Català el 30 de junio de 1881.

En 1982, en el centenario de la muerte de Darwin, uno de los numerosos actos conmemorativos fue la publicación, por parte de la Diputación de Barcelona, de un facsímil de aquella traducción, la primera en lengua catalana de una obra de Darwin. En los primeros años de la transición, era necesario darla a conocer de nuevo, porque aquella traducción del primer libro de Darwin era también el primer texto científico publicado en catalán modernamente y señalaba, casi treinta años antes de la creación del Institut d’Estudis Catalans, el punto de partida hacia la normalización de la publicación en catalán de textos científicos.

Porque, en una Nota del traductor, que precede el inicio del texto traducido, Leandre Pons Dalmau exponía los criterios que había seguido en su traducción. Unos criterios muy simples que mantienen la vigencia tanto hoy como hace siglo y medio. En primer lugar, acercarse tanto como fuera posible a la lengua hablada, evitando la rigidez de la pretendida «verdadera pureza de la buena literatura catalana» que trataban de imponer buena parte de los escritores catalanes de la época. En segundo lugar, catalanizar directamente todas «las palabras científicas, los términos y nombres técnicos» que resultaran difícilmente traducibles sin equívoco y que consintieran esta catalanización, como pasaba con la mayoría de los neologismos. En tercer lugar, buscar la convergencia en «un lenguaje universal para la ciencia» de la terminología científica.

Unos criterios que encontramos, actualizados, en la nueva traducción, la primera completa y extraída directamente del texto del original de Darwin (la de Leandre Pons Dalmau partía de una traducción francesa), ahora bajo el título, abreviado, de El viatge del Beagle. El traductor, Oriol Ràfols Grifell, viajero empedernido, ha encontrado el punto para trasladar a un catalán del que se habla ahora (cuando se habla bien) el diario del joven Charles Darwin (tenía veintidós años cuando se embarcó en el Beagle y veintisiete a la vuelta) que nos devuelve su frescura. En concreto, la de un diario que refleja el proceso de maduración de un naturalista excepcional, apasionado por la naturaleza, y su embriaguez ante las inmensidades del océano o la exuberancia de los ecosistemas tropicales. Y, al mismo tiempo, también hallamos al delicado observador que anota todos los hechos y organismos con los que se encuentra y saca, tarde o temprano, conclusiones para construir una teoría como la de la evolución o simplemente para aclarar la sistemática de tal o cual taxón.

Todo en un lenguaje sencillo, más cerca del libro de viajes que del tratado académico. Cabe recordar que Darwin fue toda la vida (y más aún cuando se embarcó en el Beagle) un científico extracadémico (si bien fue reconocido por instituciones como la Royal Society desde 1839). En todo caso, el Darwin del viaje del Beagle no fue únicamente el naturalista eminente en formación. Fue también el espíritu libre que se indignaba contra el esclavismo de algunas sociedades o contra el exterminio de los indios de la Pampa y la Patagonia por el ejército del general Rosas. Aunque, a veces, emergiera en su texto el ciudadano británico, orgulloso, biempensante y satisfecho de él mismo y sus compatriotas, convencido de que «gracias al espíritu filantrópico de la nación inglesa» izar la bandera en cualquier rincón remoto y salvaje del mundo traía a ese territorio «riqueza, prosperidad y civilización». Nadie es perfecto.

© Mètode 2024 - 121. Todo es química - Volumen 2
Biólogo e historiador de la ciencia (Barcelona). Seminario de Historia de la Ciencia Joan Francesc Bahí. Fundación privada Carl Faust. Ex-presidente de la Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Tècnica (IEC).