© Cartoteca de l’Institut Cartogràfic de Catalunya. Figura 1. N. Sanson [1675]: Les monts Pyrenées ou sont remarqués les passages de France en Espagne, Amsterdam, Pierre Mortier. |
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The cartographic challenge of the Pyrenees. The map by Roussel and La Blottière (1730). La representación de la montaña en los mapas siempre ha constituido un problema a causa de la falta de información, la situación marginal, la inaccesibilidad y la complejidad orográfica. Sin duda podemos hablar de un reto cartográfico. Concretamente el Pirineo no fue objeto de una presentación individualizada hasta el siglo XVII. Los cartógrafos modernos atendieron prioritariamente al dibujo de las entidades políticas, más que al de sus márgenes. De hecho, a menudo las instituciones de gobierno fueron impulsoras de la realización de los primeros mapas impresos, que de esta manera pasaron a ser imagen del poder. Así, la Nova Principatus Cataloniae descriptio realizada hacia 1602 por el flamenco Jan-Baptist Vrients (una reducción de ésta fue añadida al Theatrum Orbis Terrarum de Ortelius), contó con el apoyo de la Generalitat. Igualmente, la magnífica Descripción del Reino de Aragón terminada en 1616 por el portugués João Baptista Lavanha, fue fruto del encargo de los diputados aragoneses, deseosos de que su territorio dispusiese de una representación cartográfica de calidad que no «cediese en primor» al mapa publicado para Cataluña. Los primeros mapas El interés por representar el Pirineo se deriva de las tensiones fronterizas entre las monarquías hispánica y francesa. De 1635 a 1720 la frontera pirenaica (y la parte catalana en particular) pasó a ser casi permanente escenario de confrontación geopolítica. Significativamente, la primera representación del istmo peninsular data de 1634; se trata de un elegante manuscrito (Tabla de la devision de España con Françia) realizado por Pedro de Teixeira dentro de una colección de mapas de las costas de España encargada por Felipe IV. Sin embargo, el mapa de Teixeira quedó inédito y olvidado hasta hace muy poco. Los mapas del Pirineo que llegaron a la imprenta fueron obra de cartógrafos franceses. El primero, la Carte des frontieies [sic] de France et de Espagne, de Melchior Tavernier; fue publicado en 1641, coincidiendo con el inicio de la guerra de los Segadores y la proclamación de Luis XIII como conde de Barcelona. La anexión a Francia de las veguerías del Rosellón, Conflent y parte de la Cerdaña a raíz del tratado de los Pirineos (1659) dio lugar a la publicación de numerosos mapas de los territorios afectados. El trazado de la nueva frontera aparece representado, para el conjunto de la cordillera, en Les monts Pyrenées ou sont remarqués les passages de France en Espagne, editado por Sanson (figura 1) en 1675, en una época de ataques del ejército francés a Cataluña en el marco de la llamada guerra de Holanda. En 1694, cuando numerosas ciudades catalanas estaban ocupadas por el ejército francés (guerra de la Liga de Augsburgo), apareció Les frontieres de France et de Espagne tant deça que de la les monts Pirenées ou se trouvent marqués les cols, ports, pertuys et autres passages interieurs de la montagne, de Nicolas de Fer (figura 2). Durante la guerra de Sucesión, hacia 1706, Pierre Mortier elaboró un mapa dirigido al bando austriacista: el Theatre de la guerre en Espagne… presenté à Charles III roy de Espagne, del que también se hizo una edición separada de la plancha correspondiente al Pirineo. Todos estos mapas se hacían a muy pequeña escala (es decir, con poco detalle) y con una forma de representación del relieve monótona y caótica. Son mapas en los que predominan las funciones ornamental y simbólica-geopolítica (de expresión del poder). Prácticamente no tenían ningún interés a la hora de hacer la guerra sobre el terreno, pese al énfasis en la representación de los caminos transfronterizos. Ante este panorama, no es extraño que los militares franceses impulsasen la realización de un mapa más detallado y fiable, como lo fue la Carte générale des Monts Pyrénées et partie des royaumes de France et de Espagne, obra de Roussel y La Blottière. El mapa de estos dos discípulos de Vauban fue el primer gran trabajo del Dépôt de la Guerre. |
«La anexión a Francia de las veguerías de Rosellón, el Conflent y parte de la Cerdaña a raíz del tratado de los pirineos (1659) dio lugar a la publicación de numerosos mapas de los territorios afectados» |
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© Cartoteca de l’Institut Cartogràfic de Catalunya. Figura 2. Nicolas de Fer [1694]: Les frontieres de France et d’Espagne tant deça que de la les monts Pirenées…, París, G. Danet. |
«Los mapas de Roussel son más austeros en la decoración y en la representación del relieve, pero parecen más precisos» | |
El mapa de los Pirineos En 1716, el ministro de la Guerra francés, Le Blanc, encargó al reciente cuerpo de ingenieros geógrafos militares, encabezado por Roussel, el alzado del mapa de los Pirineos. El trabajo se hizo mediante la compilación de fuentes de información diversas y también con exploraciones de reconocimiento del terreno, pero sin hacer ninguna triangulación ni medida astronómica; por eso no se incluyen en él coordenadas geográficas. El trabajo de campo sólo se podía realizar cómodamente en el lado francés; para la parte peninsular, los ingenieros franceses debían buscar la colaboración de informadores autóctonos y aprovechar los abundantes datos reunidos sistemáticamente por su ejército en pasadas incursiones. Durante la guerra de Sucesión el propio Roussel había trabajado en un mapa parcial de Cataluña (1710) y La Blottière había participado en el asedio de Barcelona del 1714 comandando una brigada a las órdenes del duque de Berwick. La primera fase del trabajo consistió en la realización de trece mapas parciales a escala aproximada 1:36.000. La parte occidental de la cordillera (del valle de Arán al Atlántico) fue alzada bajo la dirección de Roussel, y la parte oriental por La Blottière. Los mapas del primero son más austeros en la decoración y en la representación del relieve, pero parecen más precisos. Las hojas de La Blottière tienen más ornamentación y presentan un dibujo de montañas en perspectiva de gran belleza. De estos primeros mapas se realizaron dos copias, una para el Secrétaire d’État al Departament de la Guerre y la otra para el duque de Berwick. Los manuscritos generalmente son de gran formato (240×130 cm), por lo que la Bibliothèque Nationale los conserva colgando como tapices o decorados de teatro. La necesidad militar de un buen mapa del Pirineo se confirmó muy pronto, porque las hostilidades de Francia con España se renovaron en 1719, con el objetivo de forzar a Felipe V a abandonar la política expansiva por el Mediterráneo. Las acciones bélicas se desarrollaron en Guipúzcoa y en las comarcas pirenaicas catalanas, nuevamente bajo la dirección de Berwick. Entonces los mapas ya estaban terminados, si bien aún hubo tiempo de hacer añadidos y enmiendas, como la anotación sobre el camino de Comiols: chemin que les espagnoles ont pratiqué pour le canon en 1719. La reducción de los mapas pormenorizados a una sola hoja de síntesis implicaba un brusco cambio de escala, realizado en dos etapas. Con todo, si el grabado final se retrasó hasta 1730, no debía ser por dificultades técnicas, sino más bien por dudas sobre la conveniencia estratégica de llevar a la imprenta la información reunida. El mapa no se hizo público hasta que habían transcurrido diez años sin enfrentamientos entre las dos potencias en la frontera del Pirineo. Esta larga etapa de paz no se truncaría hasta la Gran Guerra (1793), inicio de otro ciclo de actividad militar francesa en España. Para la realización del mapa de conjunto, a escala aproximada 1:216.000, fue necesario el apoyo de mapas que permitiesen situar en un marco geográfico más amplio la información de los originales hechos a gran escala. Para el de Aragón, el mapa de Lavanha continuaba siendo el documento básico de referencia. En el caso de Cataluña se utilizó un gran mapa manuscrito elaborado durante la guerra de Sucesión por el ingeniero geógrafo Pennier, la Carta general del Principado de Catalunya-Carte generale de la Principauté de Catalogne, donde, por ejemplo, se encuentra la delimitación de las veguerías. Un rasgo característico del mapa de Pennier es la exagerada prominencia del cabo de Tossa, que se reproduce en la obra de Roussel y La Blottière. El mapa de Pennier era, sin embargo, más expresivo e innovador en la forma de representar el relieve, mediante una perspectiva cenital. Las características del mapa de Roussel y La Blottière El rasgo más característico y sorprendente del mapa de Roussel y La Blottière es la orientación invertida: el norte está en la parte inferior del mapa (figura 3). Esta orientación atípica fue adoptada desde el comienzo de los trabajos y posiblemente ya había sido ensayada durante la guerra de Sucesión en mapas de detalle de la frontera. No se trata de un hecho único, pero sí que era inusual. Como antecedente próximo tenemos el mapa Catalogne et Aragon (que incluye, por lo tanto, la mayor parte del Pirineo), realizado en 1641 por Piere Mariette, y que forma parte de un atlas de Francia y provincias vecinas. En cualquier caso, se trata de una orientación conveniente para presentar el campo de batalla al ejército francés. El lugar de partida (Francia) se sitúa en la parte inferior de la imagen y el destino (España), en la parte superior. Al fin y al cabo es el mismo lenguaje gráfico que emplean hoy en día los navegadores de GPS. |
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© Cartoteca de l’Institut Cartogràfic de Catalunya. Figura 3. Roussel y La Blottière: Carte Generale des Monts Pyrenées et Partie des Royaumes de France et d’Espagne. |
«Las hojas de La Blottière tienen más ornamentación y presentan un dibujo de montañas en perspectiva de gran belleza» | |
La representación del relieve sigue el tradicional sistema de perfiles de montañas en perspectiva horizontal, con iluminación desde la izquierda del mapa (en este caso, del este). En los manuscritos apenas hay contraste de magnitudes entre las diversas montañas, pero la versión impresa y reducida adopta un esquematismo aún más basto. Desfiladeros bastante bien identificados en los originales (Tresponts, Oliana o Collegats, pero no Terradets) pierden su carácter abrupto en el mapa de síntesis. En todos los mapas queda totalmente desdibujado el perfil característico de cordilleras como el Cadí (grafiado Cadis) o el Montsec. Con todo, las principales divisorias de aguas se señalan bastante claramente. La toponimia aparece torpemente afrancesada, a la manera de lo que se había hecho con la anexión de la Cataluña Norte a Francia. Así encontramos: Conques (enmendado finalmente en Conque) de Tremps (figura 4), Capdeil (Cabdella), Taouil (Taüll), Clermont (Claramunt), Espougle Froide (Esplugafreda), Ouritte (Orrit), Tourailleolle (Torallola), Peyrecalce (Peracalç), Souteraigne (Soterranya), Puchercous (Puigcercós) o Rivière Salée (Ribera Salada). En ocasiones, más que adaptaciones a la grafía francesa hay que hablar de deformaciones del topónimo: Arsegre (en lugar de Arsèguel), Gunent (Junyent), Lantourn (Alentorn), Limiane (Llimiana), Boulou (Arboló), Villeneuve de Agoudou (de la Aguda), Altousane (el Collado) o Montgara (Montgarri). |
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Figura 4. La cuenca de Tremp, en uno de los mapas originales de La Blottière. |
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La identificación de los collados era una auténtica obsesión de los autores, pero en cambio se desconoce casi absolutamente la alta montaña. Prácticamente no hay nombres de picos o de montañas aisladas, y pocos lagos aparecen representados. Por ejemplo, en la gran zona lacustre del actual Parque Nacional de Aigüestortes solo se representa el lago de San Mauricio (de Espot o de Escrita) (figura 5). Por el contrario, quizá por el hecho de encontrarse muy cerca de la frontera, se hacen constar los lagos pallareses de Certascan, Mariola, de la Gallina e incluso uno tan pequeño como el de Flamisella, aunque sin graduar las dimensiones. La división política resulta un poco caótica, porque se equiparan demarcaciones menores (veguería del Penedés, Conflent, Laburdi…) con grandes provincias (Navarra, Guipúzcoa, Bearn, condado de Foix…) e incluso otorga carácter político a comarcas naturales como la Cuenca de Tremp o los valles navarros del Baztan y Lerin, las tres perfectamente delimitadas. La posición relativa de ríos y pueblos presenta algunos errores, pero en general las localizaciones son aceptables y los errores quedan más disimulados gracias al cambio de escala. Más problemática resulta la falta de jerarquización de la información. El mapa de los Pirineos busca más la acumulación de datos que la selección. Todas las vías de comunicación parecen de igual importancia. Las únicas poblaciones que aparecen claramente destacadas son las que estaban fortificadas (Castellfollit de la Roca pasa a ser más importante que Olot o Figueres), a pesar de que los originales anotaban al lado de cada pueblo un dato numérico, seguramente referido al número de casas. La falta de ordenación en el gran número de collados indicados en las primeras hojas da lugar a una selección muy arbitraria en el mapa de conjunto. La rotulación uniforme de los valles otorga igual importancia a los grandes (Castellbò o Àneu) que a los pequeños, o incluso a los dudosos o irreales (los supuestos valles de Arsèguel, de Bona, de Clua, de Estana o de Llargués). En cambio, no figuran en él valles bien definidos como el de Àger. |
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Figura 5. Detalle del sector de Espot y Aigüestortes en uno de los mapas originales de La Blottière. |
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La Blottière (1673-1739) acompañó los trabajos cartográficos con varios informes o memorias, con una información mucho más exacta y pormenorizada respecto a cuestiones estratégicas como la categoría de los caminos. También se hacen algunas observaciones geográficas remarcables, como la consideración de la Maladeta como la montaña más alta de la cordillera por la abundancia de nieve (y no el Monte Perdido, como después creyó Ramond). Los mapas originales raramente presentan anotaciones, si bien de Bossost (Arán) se dice que es el puerto fluvial donde se hacían las almadías de madera dirigidas a Francia. Como mapa de síntesis, el mapa de Roussel y La Blottière aún era empleado a finales del siglo XVIII. Incluso en 1809, coincidiendo con la ocupación napoleónica de la Península, el hidrógrafo inglés Arrowsmith editó una copia. Los errores en las localizaciones, la monotonía e inexpresividad en el tratamiento del relieve, así como la falta de información sobre las zonas más elevadas eran defectos que compartía toda la cartografía de la época. Aún debía pasar mucho tiempo para que todos estos problemas se resolviesen satisfactoriamente. Por lo que respecta a la planimetría del lado francés, los mapas pirenaicos de la Académie o de Cassini –basados en una triangulación geodésica– se publicaron entre 1770 y 1790. Las primeras medidas de alturas de las cimas pirenaicas (Reboul y Vidal) se toman en 1787, siendo conocidas por el contemporáneo precursor de la exploración de la alta montaña pirenaica, Ramond de Carbonnières. También en la recta final del siglo XVIII los ingenieros geógrafos franceses idean el procedimiento de representación del relieve mediante curvas de nivel. Sin embargo, la elaboración de curvas isométricas a escalas grandes (detalladas) exige una información altimétrica tan exhaustiva que el uso sistemático de este procedimiento se retrasará hasta bien entrado el siglo XX. Sólo entonces podremos considerar resuelto de manera satisfactoria el reto cartográfico del Pirineo. Jesús Burgueño. Geógrafo. Universitat de Lleida. |
© Mètode 2011 - 53. Cartografía - Contenido disponible solo en versión digital. Primavera 2007