En el seno de la modernidad la fiesta se ha convertido en celebración reflexiva de la identidad, puerta de acceso a la trascendencia de la propia cotidianidad y emergencia de un tiempo especial en el que se busca la recuperación del sentido ante la desorientación de un mundo destradicionalizado, globalizado, sometido a riesgos crecientes y en vertiginosa recomposición.
Las fiestas forman parte del patrimonio cultural, dentro de lo que se conoce como patrimonio etnológico, y por eso integran bienes de diversa clase que abarcan desde los actos rituales hasta objetos concretos. La participación de los agentes sociales y el carácter reflexivo e intenso de la fiesta hacen que esta, en tanto que condensador patrimonial, se presente como celebración trascendente del patrimonio, el cual se transforma en patrimonio vivido por el sujeto celebrante festivo. En este sentido la fiesta representa la reflexividad ritual del patrimonio, que, como la propia fiesta, aparece en estado fluido, cambiante y expansivo. Así, en la medida en que la fiesta se transforma, se produce una continua revisión y actualización de la tradición, que al mismo tiempo implica la plasticidad y redefinición social del patrimonio. Las fiestas se convierten en condensadores patrimoniales susceptibles de ser interiorizados por los sujetos sociales, en tanto que liturgia de la identidad local y respuesta reflexiva a los riesgos inherentes a la modernidad globalizada.
La fiesta de San Antonio, tan extendida de punta a punta del País Valenciano, se ve atravesada por todos los mecanismos de conexión entre fiesta y patrimonio. Nace en Occidente como resultado de la cristianización de antiguas ceremonias de raíz precristiana, dedicadas a divinidades paganas protectoras de la fecundidad, de los cultivos y de los animales. Como santo protector de los animales, san Antonio Abad ha sido venerado históricamente por los campesinos y por todo aquel que trataba con ganado o lo necesitaba para su trabajo. En las comarcas valencianas la fiesta está muy extendida, con mayor concentración de festejos en las comarcas castellonenses y las centrales; encontramos una gran variedad de formas festivas, así observamos: hogueras, bendiciones de animales, comidas vecinales, ferias y porrats, carreras y juegos. Los actos festivos se combinan de formas diferentes según las poblaciones, hasta el punto de que una vez establecidos y sancionados por lo que se define socialmente como la «tradición», se vuelven complementarios los unos de las otras.
San Antonio Abad se celebra como mínimo en 320 pueblos valencianos, lo que no es extraño, si consideramos que históricamente la sociedad valenciana ha sido eminentemente agrícola y rural. Esta fiesta de Sant Antonio del Porquet o de les Barbes Blanques, como es conocida popularmente, ha sido la fiesta por excelencia del período invernal y preludio del carnaval. Aunque el santo vivió en el siglo iv en Alejandría, hay toda una hagiografía medieval y barroca que se acompaña de una arraigada devoción popular plasmada en varias cofradías que existen, probablemente, desde la misma fundación del Reino de Valencia.
«La fiesta de San Antonio nace en Occidente como resultado de la cristianización de antiguas ceremonias de raíz precristiana dedicadas a divinidades paganas»
A lo largo de nuestro territorio se pueden encontrar una variedad de formas de celebración que enriquecen el catálogo festivo. Así destacan las santantonades de las comarcas castellonenses, con celebraciones como las de Forcall, Villanueva de Alcolea, Villafranca o Zorita del Maestrazgo, hasta la ruta de los porrats de La Safor, pasando por grandes hogueras como la de Canals. Con todo, la fiesta ha experimentado transformaciones a raíz de la modernización y la industrialización. De hecho, al principio del proceso modernizador y urbanizador la fiesta experimentó un gran retroceso, y en muchos lugares desapareció, pero desde principios de los años ochenta, gracias a la iniciativa de numerosos grupos y asociaciones locales, ha recobrado una importante vigencia, pero con transformaciones relevantes: así, si tradicionalmente san Antonio era el patrón de los animales de tiro y de labor en el campo, ahora el patronazgo se ha trasladado también a las mascotas urbanas (perros, gatos, tortugas, pájaros de todo tipo, hámsters), que las familias llevan a bendecir el día grande del santo. También han ido desapareciendo las corregudes de joies , el bandejament del gall o la suelta de un cochinillo por el pueblo que era alimentado por el vecindario hasta que se rifaba el día del santo. Otro elemento destacable ha sido el traslado de las fechas de celebración (generalmente a los fines de semana próximos al día de la celebración litúrgica) para adaptarse a los ritmos laborales de la sociedad moderna, especialmente en los casos en que la fiesta no es patronal o local. Sin embargo, como hemos dicho, coincidiendo con la ola de revitalización de tradiciones festivas y con su patrimonialización en función de intereses identitarios y turísticos, la fiesta de San Antonio ha experimentado un gran resurgimiento en las últimas dos décadas y hoy en día goza de gran vitalidad.
n la actualidad hay dos elementos de la fiesta especialmente relevantes: las hogueras y la bendición de los animales. En todo caso el ritual de San Antonio, que también los medios de comunicación han contribuido a reavivar y a hacer visible, se divide en dos grandes momentos: la preparación del ritual y la fiesta en sí. El primer elemento implica toda una red asociativa compuesta por cofradías, claverías, mayorales, grupos ceremoniales, quintos o simplemente festeros. La hoguera se prepara con el corte y traslado de la leña, con la que se arman estructuras espectaculares, como la de Canals. En cuanto a la fiesta grande, la complejidad depende de si se trata de una fiesta de barrio o calle o si son fiestas mayores o patronales. Suelen focalizarse la víspera del día del santo, cuando proliferan las hogueras, algunas muy singulares, como la matxada y el tropell de Villanueva de Alcolea, las danzas de demonios, como en Forcall, cabalgatas como la del Rei Pàixaro de Biar, o las barracas donde se escenifica la vida del santo, a modo de teatro popular, como en la comarca de Els Ports. Durante el día principal suele celebrarse la bendición de animales, que acostumbra a acompañarse de toda una variada oferta gastronómica (embutido a la brasa, calderas de arroz, tortas y rollos, farinetes; o gachas…), así como juegos populares, carreras, pirotecnia o competiciones de tiro y arrastre. La fiesta grande suele completarse con misas y procesiones, sin embargo, más allá de la religiosidad popular, actualmente expresa la autoreflexividad identitaria y la exaltación de esta nueva religión civil que es el patrimonio cultural.