La retórica se ha vinculado desde siempre a la actividad práctica del mercado o del foro, a la interacción social, a las armas verbales del debate, a la activación de las emociones y a la manipulación de los otros. Su trayectoria es, pues, impura, dado que no puede sustraerse a los contextos historicosociales ni a los intereses de las partes.
La Ciencia, en cambio, sobre todo cuando se inviste de la mayúscula inicial, ha aspirado a la pureza del saber objetivo, aséptico y vehiculado por un lenguaje transparente. Incluso puede alzarse como una Babel orgullosa que se cree au-dessus de la mêlée y convertirse en una especie de sucesora de la religión como dispensadora de seguridades.
Pero la actual filosofía de la ciencia hace tocar de pies a tierra y reclama contextualización histórica. El lenguaje de la ciencia, deslumbrado largamente por la formalización lógica, descubre entre otras realidades pragmáticas el poder de la metáfora o el valor de la imprecisión conceptual como herramienta de descubrimientos epistemológicos. El discurso científico, así, se inserta en el contexto impuro de toda actividad social. Y se produce el encuentro de miradas: dos vías de conocimiento y de acción que se interrogan cara a cara.
En este marco, cobra sentido plantearse la lengua elegida para la comunicación internacional del conocimiento, los recursos empleados en el discurso de los científicos para argumentar y persuadir o el papel de las paradojas –entre la retórica y la matemática– como acicate para la creatividad del pensamiento. Así, la polisemia de ciertos términos de la genética condiciona la conceptualización de las complejas relaciones entre biología y cultura. La gestión de epidemias como el ébola implica, asimismo, una serie de opciones retóricas que pueden modificar sustancialmente el curso de la crisis epidémica. Por lo que respecta a la ciencia-ficción, la percepción social del científico se construye a partir de su figuración en casos como el de los filmes sobre zombis, tan de moda.