What To Do If It Happens: Planners, pamphlets and propaganda in the age of the H-bomb. En noviembre de 1952, los Estados Unidos probaron una nueva arma que tendría funestas consecuencias en la naturaleza de cualquier guerra mundial futura: la bomba de hidrógeno o bomba H, mil veces más potente que las bombas atómicas que habían destruido Hiroshima y Nagasaki en 1945. Los estrategas británicos muy pronto se dieron cuenta del progreso tan aterrador que eso significaba: una guerra librada con bombas de hidrógeno sería más devastadora que ninguna otra que nunca se hubiera imaginado y peor que cualquier cosa que hasta entonces se hubiera planeado. A finales del año 1954 un grupo de agentes del gobierno británico afrontaron la ingrata tarea de evaluar las consecuencias potenciales de las bombas de hidrógeno para los planes británicos de defensa. Este comité –formado por científicos, economistas, administradores y representantes de los militares– dedicó tres meses a trazar una imagen detallada de lo que sería Gran Bretaña tras una guerra en la que hubieran intervenido estas armas. Este informe supersecreto –conocido como informe Strath, por el jefe de su comité, William Strath– se dio a conocer a los ministros en marzo de 1955; las conclusiones eran alarmantes: Una guerra de bombas de hidrógeno sería total en un sentido que nunca antes había sido concebido […]. Una sola bomba de 10 megatones podría destruir cualquiera de nuestras ciudades (salvo el Gran Londres) y todos o prácticamente todos sus habitantes […]. Si no se hubiera tomado ninguna medida de prevención, un ataque nocturno a los principales centros de población del país con diez bombas de hidrógeno calculamos que mataría a cerca de 12 millones de personas y heriría gravemente o incapacitaría a 4 millones más. El informe advertía de que había que revisar completamente los planes británicos de protección civil para que el país sobreviviera a un ataque nuclear. Había que proporcionar refugios antinucleares a toda la población, se tenían que redactar planes de evacuación que se pudieran aplicar rápidamente y se debían almacenar provisiones y suministros. Y no solamente eso, también había que educar a la población sobre los efectos de la guerra nuclear para que todos tuvieran las mayores posibilidades de supervivencia posibles. Sin embargo, en los años posteriores al informe Strath estas medidas de defensa de la población no se llegaron a materializar. No se construyeron refugios para la población ni se almacenaron materiales para construirlos en caso de emergencia, los planes para dotar los edificios nuevos de sótanos reforzados quedaron aparcados y las reservas de alimentos y suministros siempre estuvieron por debajo de los niveles mínimos recomendados. Además, después del informe Strath el presupuesto destinado a la protección civil fue recortándose cada año, hasta que en 1957 cayó a menos de la mitad del de 1952. Dos años después de que los ministros hubieran visto un informe tan desolador y pormenorizado sobre la Gran Bretaña posnuclear, el gobierno difundía entre la población folletos con los siguientes consejos útiles en caso de guerra nuclear: El polvo radiactivo en contacto con el cuerpo se puede lavar con agua y jabón, pero hay que prestar especial atención a las uñas y al pelo. Si se utiliza una lavadora para limpiar la ropa, algunas partículas radiactivas se podrían quedar en el interior de la máquina. Es mejor utilizar un cubo o una tina. Si se utilizara una aspiradora, el material radiactivo se quedaría en la bolsa y toda la máquina se debería guardar donde la radiación no pueda ser perjudicial. La cuestión que me gustaría responder es ésta: ¿cómo es que el gobierno británico dio un salto tan grande: desde el informe Strath –que presentaba un panorama de millones de muertos, enormes extensiones de tierras inhabitables durante semanas o meses y colapso de la ley y el orden– a aconsejar alegremente a la población que pasara la aspiradora por la lluvia radiactiva? ¿Por qué el gobierno no atendió las recomendaciones de sus asesores y, en lugar de reforzar el programa de protección de la población, lo recortó? ¿Y por qué, a pesar de que el Informe Strath advertía de que la población debía estar plenamente informada sobre los riesgos de las armas nucleares, durante los años cincuenta y sesenta los folletos del gobierno continuaron ofreciendo consejos que, por lo menos desde la perspectiva actual, parecen completamente absurdos? Los meses y años posteriores al informe Strath representan un punto de inflexión clave en la historia de la política británica de protección civil. Para entenderla, y para explicar por qué el gobierno afrontó de esta manera la amenaza de aniquilación nuclear, debemos tener en cuenta las presiones económicas, políticas y estratégicas, a menudo enfrentadas, que atenazaban a los políticos y altos cargos de la administración que tomaban las decisiones clave en política de protección civil. Para traducir estas decisiones políticas en un programa concreto de protección civil los estrategas recorrían al conocimiento experto de sus asesores científicos. Estos asesores proporcionaban los datos científicos y las técnicas necesarias para planificar la protección civil, ayudaron a decidir qué visión de la guerra nuclear se debía presentar al público, y también dotaron de crédito el programa de protección civil. Gran Bretaña y las armas nucleares Para comprender la situación política y estratégica que vivía Gran Bretaña en el momento en que aparece el informe Strath, a mediados de la década de los cincuenta, debemos empezar analizando cuál era la postura del país por lo que respecta a las armas nucleares. Durante la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña había colaborado con los Estados Unidos en el proyecto para construir la primera bomba atómica, el proyecto Manhattan. Pero en 1946 los americanos aprobaran la ley McMahon, que prohibía compartir cualquier tipo de información de carácter nuclear con otros países, incluyendo los aliados, y no dudaron en dejar Gran Bretaña fuera del programa atómico que habían ayudado a crear. Entonces, en enero de 1947, el gobierno británico, encabezado por el primer ministro, el laborista Clement Attlee, decidió en secreto que debían desarrollar sus propias armas nucleares. Eso, según pensaban los estrategas, demostraría a los americanos que los británicos estaban a su nivel tecnológico y que podían compartir sus secretos nucleares con ellos, al mismo tiempo que proporcionaría a Gran Bretaña medios independientes para defender sus propios intereses en una futura confrontación. Gran Bretaña probó con éxito su primera bomba atómica en octubre de 1952, pero tan sólo un mes después los EE UU eclipsaron completamente el éxito británico con su nueva bomba de hidrógeno. Una vez más Gran Bretaña iba por detrás de los americanos en tecnología nuclear, y las esperanzas iniciales de los políticos de llegar a cooperar con los EE UU parecía que se habían ido al garete. Por ello, en julio de 1954 el gobierno de Winston Churchill decidió dar el siguiente paso: desarrollar la bomba de hidrógeno. Gran Bretaña aún confiaba en recuperar algo de influencia sobre los americanos y pensaba que poseer bombas de hidrógeno le ayudaría a mantener su estatuto de «gran potencia», una posición que se consideraba amenazada en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Defensa activa contra defensa pasiva Así pues, a finales de 1954, cuando el comité Strath empezó su trabajo, el gobierno británico ya estaba firmemente involucrado en el proyecto de una bomba H británica y en el elevado gasto que eso conllevaba. En aquel momento la economía británica todavía luchaba por recuperarse de la Segunda Guerra Mundial, es decir, que el gobierno debía tomar decisiones muy difíciles, como repartir los escasos recursos entre varias necesidades enfrentadas. A partir de 1955, dentro del gobierno las discusiones sobre el futuro de la protección civil se empezaron a perfilar cada vez más como un debate entre la defensa activa –especialmente el programa de la bomba de hidrógeno– y la defensa pasiva o protección civil. A favor de construir refugios antinucleares para toda la población, el ministro del Interior, Gwilym Lloyd George, responsable de protección civil, señaló que un programa de este tipo costaría 1.250 millones de libras. Al ministro de Defensa, Selwyn Lloyd, responsable del programa de la bomba H, le asustó esta cifra y se apresuró a señalar que era casi lo mismo que el presupuesto dedicado a la bomba de hidrógeno. El ministro de Defensa argumentó que «el objetivo prioritario era prevenir la guerra, y una suma de esta magnitud gastada en medios para bombardear influiría mucho más en la decisión de un agresor que la misma suma gastada en refugios». En este caso, como en muchos más, la defensa activa triunfó sobre la pasiva, y al final de 1955 se desestimó el proyecto del ministro de Interior de construir refugios antinucleares. |
© Colección personal de Melissa Smith «En 1954 Gran Bretaña aún confiaba en recuperar algo de influencia sobre los americanos y pensaba que poseer bombas de hidrógeno le ayudaría a mantener su nivel de “gran potencia”»
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Protección civil: seguridad o disuasión Al mismo tiempo que el debate entre la defensa activa y la pasiva pasaba a ser una cuestión clave en el gabinete, surgían también dos posiciones opuestas sobre el papel de la protección civil. Durante la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de posguerra, el principal objetivo de la protección civil había sido defender la población en caso de un ataque, por ejemplo construyendo refugios, evacuando a la población de las áreas con objetivos militares y adoptando planes de rescate, de primeros auxilios y de extinción de incendios. Pero a partir del informe Strath empezó a emerger un punto de vista diferente. La decisión británica de construir sus propias bombas de hidrógeno significó también un cambio hacia una estrategia basada en la disuasión. El enorme poder de destrucción de las bombas H, combinado con la colosal cantidad de contaminación radiactiva que podrían causar, significaba que eran virtualmente inútiles como armas de guerra y que su papel era sobre todo disuadir al enemigo de atacar, antes que ganar una guerra como tal. Cuando esta estrategia defensiva fue aceptada por el ejecutivo, la protección civil también se vio como parte de la disuasión. Para que la disuasión tuviera éxito, el enemigo debía creer que el país estaba dispuesto a usar las armas nucleares en caso de necesidad, y era más probable que el enemigo se lo creyera si este país había tomado medidas de protección civil. A finales de los años cincuenta los estrategas británicos eran cada vez más aficionados a este argumento, y la idea de la protección civil como póliza de seguro se fue abandonando gradualmente en favor de la protección civil como parte de la disuasión. |
© Colección personal de Melissa Smith |
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{rokbox text=||}images/stories/numeros/METODE_59/74c-59.jpg{/rokbox} © Colección personal de Melissa Smith Esquema de una explosión nuclear publicado en «The hydrogen bomb». En la página siguiente, un extracto del folleto de recomendaciones donde se explican las medidas para proteger y equipar el domicilio particular ante un ataque nuclear. Hagan clic en la imagen para verla con más detalle. |
«Lo que no incluyeron en los folletos es que, para la mayoría de la gente y en la mayoría de los casos, estas medidas servirían de muy poco contra la bomba H» | |
Persuadir a la opinión pública Una consecuencia importante de este cambio de actitud era que restaba importancia a la eficacia en la práctica de los planes de defensa de la población y consideraba fundamental que los planes parecieran convincentes, tanto para el enemigo, que debía ser disuadido de atacar, como para la población británica, que debía estar persuadida de la necesidad de prestar apoyo a un programa tan caro como el de las armas nucleares. Por eso después del informe Strath el gobierno decidió cambiar drásticamente y dejar de centrarse en medidas de seguridad relativamente caras, como refugios y almacenes de suministros, para orientarse hacia medidas más visibles para la población al menor coste posible. El ministro de Defensa, Selwyn Lloyd, resumía esta filosofía en diciembre de 1955: «El objetivo debe ser limitar el nivel de gasto en defensa interior al mínimo necesario para que el pueblo se sienta confiado.» Esta declaración dejaba más o menos definida la política que Gran Bretaña seguiría a partir de entonces en materia de protección civil. El gobierno había decidido que el país no podía afrontar el nivel de protección recomendado por el informe Strath, y a partir de 1955 fue recortando cada año el presupuesto que le destinaba hasta dejar a los ciudadanos en un nivel de protección inferior al que habían tenido durante la última guerra. Sin embargo, temiendo que admitirlo abiertamente suscitara protestas públicas y minara los fundamentos de su estrategia de defensa, el Gobierno ocultaba los detalles del informe Strath mientras construía cuidadosamente la versión oficial de guerra nuclear que mostraban sus panfletos de protección civil. En el ejecutivo, el debate sobre la protección civil no acabó del todo después de 1955, se continuaron expresando opiniones contrapuestas durante unos pocos años más, especialmente por el ministro de Interior, Gwilym Lloyd George. Pero después de este año nunca se volvió a plantear seriamente la posibilidad de construir refugios antinucleares, y estaba claro que el presupuesto de protección civil no se incrementaría hasta alcanzar el nivel anterior a la bomba H. Los estrategas desplazaron su atención de las ideas tradicionales sobre protección civil y se empezaron a concentrar en la manera en la que Gran Bretaña podría ser gobernada tras un ataque nuclear, trazaron planes para prevenir el colapso de la ley y el orden predicho por el informe Strath. También prestaron cada vez más atención al cuerpo de voluntarios de protección civil, el Civil Defence Corps. Los estrategas esperaban que este cuerpo proporcionaría una estructura formal que ayudaría a gobernar a la población tras una guerra nuclear al mismo tiempo que haría ver a los ciudadanos que el gobierno «hacía algo» para defender a su población. Expertos del gobierno y consejos de protección civil Aunque puede ser tentador tildar de mera propaganda los consejos sobre protección civil que el gobierno difundía en la época de la bomba H, de hecho tras estos folletos había habido una tarea muy intensa de planificación e investigación. Desde que se empezó a planificar la protección civil de la guerra fría, en 1948, el gobierno contaba con los conocimientos de la Sección de Asesores Científicos, un grupo de médicos, químicos e ingenieros dedicados a proporcionar las datos científicos y técnicos necesarios para programar la defensa de la población. Antes de la bomba H, estos asesores trabajaban principalmente para descubrir la manera de proteger a la gente de las armas nucleares, por ejemplo investigando el diseño de refugios, cómo prevenir los incendios causados por las bombas y cómo evitar las probables bajas que podía causar un ataque. Después del informe Strath y del cambio en la política británica de protección civil, los asesores continuaban teniendo como objetivo desarrollar medidas para salvar vidas, pero el presupuesto destinado a protección civil era muy bajo y eso limitaba mucho sus opciones. Consejos como esconderse bajo las escaleras, pintar las ventanas de blanco para protegerse de una explosión nuclear o lavar la lluvia radiactiva con agua y jabón pueden sonar ridículos, pero estos consejos eran producto de las investigaciones de los asesores científicos. Lo cierto es que el engaño consistía más en lo que se omitía en los folletos que en lo que aparecía en ellos. Después de que el Gobierno desestimó construir refugios públicos, por ejemplo, los científicos se dedicaron a investigar cómo proporcionar la máxima protección a una casa familiar corriente, como esconderse bajo las escaleras. Como sabían que era difícil que los bomberos pudieran afrontar los enormes incendios que produciría la explosión de una bomba H, los científicos buscaron la mejor manera de apagarlos usando medios que la población pudiera tener en su casa, como cubos de arena o agua. Esta es la clase de información que incluyeron en los folletos de protección civil. Lo que no incluyeron es que, para la mayoría de la gente y en la mayoría de los casos, estas medidas servirían de muy poco contra la bomba H. A mediados de los años cincuenta, las presiones políticas y los avances científicos convergieron para trastrocar la visión catastrofista del informe Strath en el optimismo que transmitían los folletos de protección civil de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Las limitaciones presupuestarias, el coste tan elevado del programa de la bomba de hidrógeno, un cambio estratégico hacia un programa de defensa basado en la disuasión, junto a la necesidad de mantener el apoyo popular a las armas nucleares… todo condujo a diseñar un programa de protección civil que buscaba más persuadir al público que protegerlo. Al mismo tiempo, los científicos colaboraron para construir la versión «oficial» de la guerra nuclear y también para dar crédito científico al programa de protección civil del gobierno. BIBLIOGRAFÍA Melissa Smith. Centre for the History of Science, Technology and Medicine, University of Manchester. |
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