El fraude del científico surcoreano Hwang Woo-Suk ha suscitado un fuerte debate en los principales círculos de investigación. Revistas tan prestigiosas como Science y Nature (especialmente la primera, donde se publicaron gran parte de los artículos falsos de Hwang y su equipo) han quedado en evidencia porque no han sabido detectar el engaño y, en definitiva, han fallado los diferentes mecanismos de revisión y crítica. Ahora bien, este caso no es único, ni siquiera es paradigmático de nada. Si Science y Nature –y por lo tanto sus referees– no supieron distinguir la veracidad de la información, es porque los datos eran básicamente verosímiles. Si un científico se propone engañar a la comunidad a la que pertenece, puede hacerlo con bastante facilidad, y mantener el fraude un cierto tiempo, que dependerá a menudo de su credibilidad y de la sagacidad del resto de compañeros. Los casos son suficientemente numerosos, y un ejemplo claro es el del cráneo de Piltdown, pero también podríamos aludir al mucho más reciente de la Bell Telephone.
Por lo tanto, si este caso es llamativo no sólo es por el engaño, sino porque al mismo tiempo ha coincidido con un tema muy espinoso como es el de la clonación, que crea alarma e inquietud social. La pregunta evidente es plantearnos qué es lo que ha impelido a este científico, bien situado en la comunidad investigadora y con unos contactos en el mundo de la investigación importantes, a desperdiciar de una manera tan grosera su prestigio y toda su carrera investigadora, y al mismo tiempo provocar un daño casi irreversible en la credibilidad de su centro. Quizá el deseo de ganarse una reputación científica de la manera más rápida, o más posiblemente una especie de ansiedad crónica por publicar, por sorprender e incluso epatar a la comunidad científica, y así poder obtener más recursos y subvenciones para sacar adelante su labor investigadora. Porque si bien es cierto que el engaño ha sido chapucero, también resulta bastante evidente que Hwang creía poder lograr, con más tiempo y dinero, los resultados que se había inventado en sus artículos.
En cualquier caso, este episodio vivido debe hacernos recapacitar sobre el nuevo estilo de hacer ciencia. Cada día los científicos viven más obsesionados por la necesidad de obtener fondos para sus líneas de investigación, y eso está produciendo un sesgo de la ciencia que encuentro muy preocupante. La ciencia base se va negligiendo progresivamente, y en cambio se buscan caminos más provechosos, o que al menos producen un rédito a más corto plazo. Todo ello está ocasionando en el seno de las universidades un abandono de los estudios de ciencias básicas y reenvía a los estudiantes más brillantes a carreras más aplicadas. Hay una mercantilización de la ciencia evidente, con una necesidad de producir una investigación de moda, y de publicar cuanto más mejor (la famosa sentencia: publish or perish). Todo esto, dentro de un criterio de evaluación científica que nos es bastante hostil (¡y que lo es en buena parte de Europa!), y con el que la ciencia española difícilmente puede competir con los países anglosajones (me refiero, naturalmente, al subjetivo modelo evaluador del Science Citation Index de Filadelfia, donde las revistas europeas no escritas en inglés tienen la batalla perdida).
Así las cosas, como rector de la Universitat de València, creo que es urgente animar a nuestros estudiantes a cursar carreras de ciencias puras por el simple goce intelectual. Nuestra universidad busca la excelencia, pero desde el cultivo del conocimiento, y no exclusivamente por cuestiones utilitaristas o industriales. Ya está bien que haya ciencia «productiva», pero ésta difícilmente tiene futuro sin la ciencia base. Está claro que éstos son deseos muy generales, a los que habría que hacer matizaciones, pero creo que se entiende la sustancia de mi alegato. Más aún cuando Santiago Ramón y Cajal, hace más de cien años, ya alertaba de lo mismo, con unas palabras que son asombrosamente actuales:
«Cultivemos la Ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones. Éstas llegan siempre, a veces tardan años; a veces, siglos. Poco importa que una verdad científica sea aprovechada por nuestros hijo o por nuestros nietos. Medrada andaría la causa del progreso si Galvani, si Volta, si Faraday, si Hertz, descubridores de los hechos fundamentales de la ciencia de la electricidad, hubieran menospreciado sus hallazgos por carecer entonces de aplicación industrial.
En efecto, cultivemos la ciencia por ella misma. Éste es el auténtico objetivo de toda universidad.
«Cultivemos la ciencia
por ella misma»
(Santiago Ramón y Cajal)
«Hay una evidente mercantilización de la ciencia, con una necesidad de producir una investigación de moda, y de publicar cuanto más mejor»
Catedrático de Química Física. Fue vicerrector de Investigación de la Universitat de València entre 1998 y 2002, y rector de esta institución entre 2002 y 2010.