El 2007 ha sido declarado por el Gobierno español el Año de la Ciencia. Una excelente noticia, sin duda, sobre todo porque con esta declaración el Gobierno, junto con el resto de países europeos, pretende sensibilizar a los ciudadanos de qué es la ciencia, qué representa para nuestro presente y para nuestro futuro, y la necesidad de estimular entre los jóvenes el interés por la ciencia y abrirles la posibilidad de que opten por un futuro como científicos. Esta declaración, sin embargo, me mueve a expresar en voz alta algunas reflexiones propias sobre la situación de la ciencia en nuestro país. En primer lugar, cabría hacerse la pregunta sobre por qué ahora, y en especial este año, se formula esta declaración, cuando la ciencia es algo propio de la llamada cultura occidental desde hace ya varios siglos. La sensibilidad de Europa hacia la ciencia responde esencialmente a motivaciones económicas. En efecto, la grieta (gap) científico-tecnológica entre Europa y los Estados Unidos y Japón no sólo no se estrecha, sino que cada vez es más ancha. El informe «Towards a european research area, science, technology and innovation: key figures 2005» (Comisión Europea, 2005) realiza un análisis profundo y a la vez sencillo de este panorama y apunta como factores determinantes de este distanciamiento con EEUU y Japón a los déficits en investigación e investigadores y al estancamiento de la investigación básica. El mencionado informe, con buen criterio, apunta hacia una intensificación del esfuerzo investigador público y privado, y hacia la incorporación de nuevos investigadores en cuantía notable para recuperar este desfase. En segundo lugar, y atendiendo a la declaración como Año de la Ciencia –de la ciencia, sí, y no de la I+D+i–, es necesario recuperar el papel preponderante de la investigación (la primera de las I) en el diseño de las políticas de los gobiernos en el terreno científico. Queda fuera de toda duda que es necesario hacer uso de los resultados de la investigación, para lo cual caben políticas que estimulen la transferencia de quienes generan el conocimiento hasta quienes deben hacer uso de sus resultados mediante la generación de nuevos productos y procesos. Pero es muy importante también que estas políticas no releguen a un segundo plano, o a un papel residual, a la investigación científica como parecen apuntar algunas tendencias. La transferencia no es posible sin la creación. Este es el Año de la Ciencia: hagamos ciencia y promovamos la realización de la ciencia. Por otra parte, en el año de la ciencia no debemos olvidar la necesidad de cuidar a los científicos, que son al fin y al cabo los que la desarrollan. Tal vez sea en este campo donde más cosas quedan por hacer en nuestro país. Asistimos a la paradoja de que para poder trabajar en ciencia, hay que solicitar el dinero para hacerlo. Pedir dinero para poder trabajar puede que sea una singularidad en nuestro mundo laboral, pero cada vez son más los obstáculos burocráticos y administrativos que condicionan el trabajo científico: administraciones europeas, españolas y autonómicas; leyes de la ciencia, de coordinación de la ciencia, de subvenciones, decretos y muchos otros que gravitan sobre cada laboratorio o gabinete. La libertad a la que aspira el científico se ve, cada vez más, coartada por plazos, normas, reglamentos y procedimientos que sustraen una parte importante de su tiempo y esfuerzo. Ojalá el 2007, el Año de la Ciencia, nos dejase un horizonte más transparente, más sencillo y más propicio al trabajo científico. Por último, este Año de la Ciencia debería eliminar obstáculos y abrir puertas para que los jóvenes y las jóvenes se incorporasen al apasionante mundo de la ciencia. Es buena cosa que la sociedad conozca y reconozca el trabajo de los científicos y los grupos de investigación consolidados. Indudablemente esto es un estímulo para quienes desean ser los investigadores del futuro, pero también es necesario que la sociedad conozca que la investigación es trabajo de muchos, en el cual es esencial la renovación y la incorporación de los más jóvenes, que, tras un programa de formación, se integren en el colectivo de los que hacen ciencia y tienen el orgullo de hacerlo. Por ello 2007 debiera ver resueltos definitivamente los programas de incorporación estable de nuevos investigadores, de los que el programa Ramón y Cajal pudiera ser el paradigma, eliminando las imágenes de precariedad y conflictividad que suelen acompañar a quienes se encuentran en los primeros estadios de su vida científica. Desde esta tribuna de Mètode, para la que, desde hace quince años, todos son años de la ciencia, quisiera saludar este 2007 con el deseo de que sea para todos –personas e instituciones–, un verdadero y asumido año de la ciencia, y permítaseme terminar expresando mi deseo de que se instituya un año –y ¿por qué no el 2008?– como el año de los científicos. Puede parecer lo mismo, pero no lo es. Francisco Tomás Vert. Rector de la Universitat de València. |
«Es necesario recuperar el papel preponderante de la investigación en el diseño de las políticas de los gobiernos en el terreno científico» |