Entre todas las artes, la arquitectura es la que mantiene intacta desde sus orígenes su relación con la ciencia. No en vano, Vitruvio afirma en De Architectura, su obra magna: «La arquitectura es una ciencia adornada por otras muchas disciplinas y conocimientos». Al final, sin ciencia –en la acepción moderna de la palabra– se hace difícil poder comprender la arquitectura como disciplina que integra en armonía las ideas de función –o utilidad– y forma. Ciencia y arte, en este sentido, confluyen en la técnica de proyectar y diseñar un edificio que, por otro lado, amoldará nuestro entorno, es decir, el espacio. Y todavía más fascinante de este maridaje es el nexo entre arte y número cuando se trata de erigir una estructura mediante la geometría y el análisis estructural.
Dicho de otra forma, el número –en diálogo con el logos– se encuentra justo en el centro de la creación artística. No existe música ni poesía sin número. Ni, claro, tampoco arquitectura. Y quien intuye más claramente esta concepción integral entre ciencia y arte es –con el permiso de Leonardo– la titánica figura de Miguel Ángel Buonarroti. No solo como arquitecto –en rigor, justo es decir que él no se considera uno–, sino que también como escultor –su oficio primordial–, poeta y pintor. Por otro lado, hay que recordar que la palabra ciencia, del latín scientia, en la antigüedad remitía a la idea de conocimiento organizado de forma sistemática. Por consiguiente, en pleno Renacimiento –herederos de las ideas neoplatónicas– el arte era una forma de episteme.
En uno de los poemas más sentidos de Miguel Ángel, el toscano explica qué significa la materia en su concepción del mundo y el arte: «Grato me es el sueño, y más ser mármol frío, / si aún el mal y la vergüenza dura: / no ver, no sentir, es gran ventura; / no me despiertes, pues: habla bajito.» El poema es una reflexión sobre la estatua La Noche, de una de las tumbas de la capilla funeraria de los Medici, anexa a la basílica de San Lorenzo, de Florencia. Una sobrecogedora alegoría acerca de la dimensión temporal de la existencia, pero también una profunda reflexión sobre la materia como vehículo para elevarse hacia las regiones remotas del espíritu.
Así pues, la materia como objeto de conocimiento en la vehiculación de las ideas. Una materia que Miguel Ángel trabaja sublimemente y transforma a voluntad. Como el propio Leonardo, Buonarroti es un estudioso del cuerpo humano y dedica tiempo a la disección de cadáveres con el fin de conocer en profundidad la anatomía humana. Arte y ciencia a una para alcanzar una perfección estética y ética. No en vano, su visión de la arquitectura era orgánica –casi escultórica–, dado que esta era la manifestación de la figura humana. Cada espacio de un edificio era una parte del cuerpo. Y si bien la idea no era nueva, en Miguel Ángel toma una fuerza revolucionaria. Tal como recuerda Barnett Newman, en la obra The sublime is now, el reto de Miguel Ángel era «hacer una catedral a partir del hombre». Esta catedral era la basílica de San Pedro.
Tan solo un escultor como él habría podido alcanzar una concepción tan radical. Sin embargo, tampoco la arquitectura es un arte como la pintura o la escultura. De hecho, las intuiciones matemáticas relacionan más la música y la arquitectura –en el campo de las armonías– que no aquella con el resto de las bellas artes. Además de eso, la arquitectura ocupa un lugar a medio camino entre la necesidad de descubrir las leyes de la naturaleza –la ciencia– y la libertad de exponer a la luz de la verdad –el arte– lo intangible que se oculta tras las leyes. De esta dialéctica, la arquitectura es la síntesis y Miguel Ángel lo sabía.
«La visión de Miguel Ángel de la arquitectura era orgánica dado que esta era la manifestación de la figura humana. Cada espacio de un edificio era una parte del cuerpo»
Creo no equivocarme si afirmo que nuestro mundo necesita tender puentes entre todas las formas de conocimiento. El espíritu del Renacimiento, y por tanto de Miguel Ángel, está en consonancia con la presente idea. El arte y la ciencia como modalidades no contrapuestas en la investigación de un saber que se encarna en la belleza. Una investigación que al final de su vida condujo a Buonarroti a la desesperación hasta el punto de desestimar su propia obra por no haber culminado su gran objetivo: liberar el espíritu de la materia. «El arte y la muerte no se concilian: / pues, así, ¿qué conviene de mí esperar?» dejó escrito, Miguel Ángel, en estos dos versos llenos de ciencia