Modernismo y naturaleza

Forma y simbolismo de las representaciones vegetales

El modernismo fue uno de los movimientos artísticos que más profusamente usó la naturaleza como fuente de inspiración. Pero las plantas o los animales que figuraban en sus obras no eran tan solo simples ornamentos estéticos, sino que estaban cargados de valores o referencias históricas, sociales, ambientales, económicas, simbólicas y culturales. El modernismo las utilizó a diferentes escalas, de la urbanística y arquitectónica a la ligada a las mal llamadas «artes menores»: pintura ornamental, impresión, cerámica, ebanistería, orfebrería, etc., muy a menudo con motivos naturales en los que tallos, zarcillos, hojas, flores, ornan el motivo central de la obra o se enrollan a su alrededor.

Como resultado, cada obra modernista ofrece un muestrario admirable de formas naturales y de inspiraciones fantásticas, de elegantes configuraciones y de maridajes estéticos que permiten conjugar composiciones simétricas o asimétricas igualmente bellas.

Novelda como ejemplo

Al comparar las obras del modernismo, pueden establecerse patrones de recurrencia de elementos naturales comunes, pero también las causas que podrían ocasionar diferencias. El objeto de este artículo será mostrar algunos de estos patrones en edificios y en obras de arte emblemáticamente modernistas, y como unidad básica hemos tomado Novelda, una ciudad próxima a Alicante y situada en la falla que une la costa del sur valenciano con el interior peninsular.

«El modernismo encontró en las fascinantes formas de las plantas sus motivos de inspiración predominantes»

Esta falla, por la que transcurre el río Vinalopó, ha servido de camino entre el Mediterráneo y la Mancha-Madrid desde tiempo inmemorial, y de hecho en 1858 se estableció el ferrocarril de unión entre Madrid y Alicante. Eso facilitó la exportación de los productos de Novelda y de los pueblos vecinos (mármol, vino, anises) así como el comercio de las especias que llegaban gracias a las líneas de navegación que unían el puerto de Alicante, directa o indirectamente, con centros de gran vitalidad comercial como Barcelona, Marsella, Orán o Argel. Estas conexiones también facilitaban el acceso a otros mercados todavía más distantes, incluso del Extremo Oriente (el canal de Suez se inauguró en 1869), puesto que Japón se había abierto a Occidente tras el triunfo de la revolución Meiji en 1868.

Toda esta actividad comercial sirvió de base a la formación de una nueva burguesía mercantil potente que, en las últimas décadas del siglo XIX, supo dar el salto cualitativo de la simple acumulación dineraria a la riqueza cultural del modernismo y, así, transformó las poblaciones próximas al río Vinalopó, y muy en particular Novelda.

Tendencias florales en el modernismo

El modernismo encontró en las fascinantes formas de las plantas sus motivos de inspiración predominantes, hasta el punto de que este movimiento fue conocido como stile floreale en Italia (donde también se denominaba liberty) o style floral (más conocido como art nouveau) en Francia. Dentro de esta tendencia destaca la afición por la línea curva, por las fluencias delicadamente sinuosas, y por la asimetría y libertad de formas inspiradas en la naturaleza, todo ello puesto de manifiesto en el reiterado recurso ornamental denominado coup de fouet. Estas atrevidas decoraciones de inspiración zoomorfa y fitomorfa y, en concreto, los motivos florales, constituían la más genuina expresión de lo que se pretendía enfatizar.

Vidrieras con detalles florales en el techo de la Casa Museo de Novelda, un edificio emblemático del modernismo en el País Valenciano. / Foto: Omar Mínguez

Porque si queremos captar el alma de este estilo, habría que preguntarse por qué se utilizan determinadas plantas. Además del componente estético o meramente formal, encontramos un trasfondo asociado a la voluntad de una burguesía ascendente de presentarse como adalid no solo en el aspecto industrial, comercial o agrario, sino también en el cultural; una cultura que supo asociar los avances científicos, técnicos y sociales con la naturaleza y, en particular, con las plantas. Así, muchas de las que decoran el escaparate vegetal del modernismo fueron elegidas tanto por razones estéticas como por el significado simbólico. Y hay que subrayarlo porque tanto los símbolos como las analogías, las metáforas o las alegorías son excelentes dispositivos culturales que organizan la información más allá de la utilidad o la inutilidad de los objetos que los soportan. De ello sería un caso paradigmático el Palau de la Música Catalana (1908), donde uno de los arquitectos más representativos del modernismo, Lluís Domènech Muntaner, ideó una innovadora estructura de hierro que permitía hacer paredes de vitrales traslúcidos que, en sutil armonía con un interior repleto de motivos florales, conseguían una especie de invernadero tan frondoso como atractivo.

Para empezar, haremos una propuesta de clasificación en tres grupos de las plantas empleadas: 1) las que remiten a la influencia cultural del mundo clásico europeo; 2) las provenientes del japonismo, y 3) las plantas de relevancia local, comarcal o de país. A continuación, veremos ejemplos tanto en Novelda como en otras ciudades que felizmente se incorporaron al proyecto modernista, como por ejemplo Alicante, Alcoi, Barcelona, Borriana, Carcaixent, Cerdanyola, Palma, Reus, Sóller, Terrassa o Valencia. De tal manera que cuando las visitamos podemos disfrutar todavía más al saber asociar las artes plásticas, literarias y musicales a los motivos florales que figuran en sus edificios emblemáticos.

Los motivos vegetales de origen europeo y tradición clásica

En las tradiciones de ornamentación vegetal existe un tipo de repetición de determinadas plantas relativamente comunes en diferentes estilos y épocas: acanto, laurel, trébol, lirios, amapola, trigo… El modernismo continuó esta tradición, enriquecida con los componentes simbólicos que se habían incorporado a lo largo del tiempo y de los cuales hemos elegido algunos de los ejemplos de más éxito.

Lirios

En primer lugar, encontramos el lirio, una de las plantas que disfrutó de especial consideración entre los modernistas. De hecho, uno de los nombres descriptivos de este movimiento en Alemania fue Lilienstil. De todos los lirios (de los géneros Iris, Lilium, Zantedeschia), el más representado en el modernismo ha sido el lirio azul (Iris germanica).

En los edificios modernistas de Novelda es relativamente fácil encontrar ondulantes hojas y tallos de lirios coronados por las flores. Los lirios aparecen en diferentes lugares y de múltiples formas: grabados en las ventanas, como si la savia hubiera esmerilado el vidrio y se hubiera metamorfoseado en alas de libélula; en bajorrelieves de muebles; en paneles cerámicos, cortinas, pinturas y tapices… En representación naturalista o simbólica, o en quimeras botánicas: híbridos artísticos en los que hojas, flores y frutos provienen de especies botánicamente incongruentes.

Rosas

En la decoración modernista encontramos rosas con profusión, tanto resplandecientes rosas cultivadas como silvestres, que, a pesar de ser más sencillas, están dotadas de gran fuerza ornamental.

En Novelda hay espléndidas representaciones de rosas de las más variadas formas y colores en espacios como el salón comedor de la Casa Museo Modernista, donde se pueden admirar las primaverales rosas silvestres también denominadas gavarreres o gavarneres, con solo cinco pétalos pero guarnecidas de hirientes espinas curvadas como los colmillos de un perro (de aquí proviene su nombre científico, Rosa canina). Una rosa espinescente, sí, pero también paradigma de la belleza, quintaesencia de las artes y mensajera del amor.

Rosas en la fachada de la Casa Museo de Novelda. / Foto: Daniel Climent

Amapolas y adormideras

Tanto las genéricas amapolas de color escarlata intenso (Papaver sp.) como el opiáceo adormidera de color más rosado (Papaver somniferum, “portadora del sueño”) figuran en las decoraciones de algunos de los aposentos más destacados de casas modernistas de Novelda.

En el mundo grecorromano, tanto la amapola como la adormidera habían sido consagradas a Deméter (la Ceres romana, epónimo de la palabra cereal) por doble motivo: en primer lugar, porque estas flores crecen espontáneamente entre las mieses, a las que ornan con su color refulgente; en segundo lugar, porque habían adormecido el dolor de la diosa tras el rapto de su hija Perséfone (o Proserpina, en la mitología romana) por parte del dios del inframundo Hades (o Plutón).

A su vez, la adormidera, el origen del opio, ha sido considerada la alegoría del olvido y del consuelo, quizás por sus propiedades analgésicas, narcóticas y somníferas. De hecho, ha sido vinculada a Morfeo, el dios del sueño y epónimo de la analgésica y sedante morfina. Las propiedades calmantes de las cápsulas de la adormidera eran conocidas desde la antigüedad y tradicionalmente se han usado en medicina popular, en infusión, para aplacar el llanto de los niños o la tos de los mayores. Y también como inductoras del sueño, razón por la que la adormidera abunda, grabada y como si fuera un amuleto, en los bajorrelieves que decoran los muebles del dormitorio principal de la casa del recolector y exportador de vinos Francisco Mira Abad en Novelda.

Hay que recordar también que el opio era una de las drogas de moda en época del modernismo (al igual que la marihuana y la absenta) y que la forma habitual de tomarla era en tintura alcohólica hecha con vino blanco, opio, clavo, canela y azafrán. Así, encontraremos vino, azafrán y adormidera dándose la mano en la decoración modernista de Novelda.

Una de las vidrieras de la Estación del Norte de Valencia. Foto: Jaime Silva

Acanto

Las hojas de acanto (Acanthus mollis) fueron un motivo muy utilizado por los artistas modernistas, tanto en mímesis o copia del natural como en silueta. La razón quizás es que el ensortijamiento del eje foliar y la división escalonada de la hoja facilitan cubrir contraángulos de puertas y ventanas, ménsulas de balcones, capiteles de columnas y figuras diversas.

Según Vitruvio, el arquitecto griego Calímaco se inspiró en estas hojas para rendir homenaje a su hija prematuramente muerta: cuando vio cómo habían rodeado, como en un abrazo, una cesta con flores que había dejado sobre su tumba cubierta con una teja, quiso representar la belleza y armonía del conjunto en el remate de las esbeltas y estriadas columnas que sostendrían el palacio que estaba construyendo. En aquel nuevo paramento, dos hileras de hojas de acanto rodeaban el capitel, pétrea metáfora de la cesta, mientras que el arquitrabe correspondería a la teja que la cubría, y delicados pecíolos se enrollaban en volutas bajo los ángulos del ábaco y pequeñas hojas se acoplaban a las superficies planas. Este conjunto de columna, capitel y arquitrabe mejoraba de tal manera la sobriedad del modelo dórico que numerosos arquitectos adoptaron el nuevo estilo, conocido como corintio. Así se inició el triunfo estético de las hendidas hojas de acanto que tan bien podemos admirar en estilos arquitectónicos posteriores, desde el romano al bizantino, románico, gótico, renacentista, barroco y modernista. Según John Henry Ingram, el editor de Edgar Allan Poe,  el acanto podía considerarse el símbolo por antonomasia de las artes.

Las hojas de acanto fueron un motivo muy utilizado por los artistas modernistas, por ejemplo en elementos arquitectónicos, como las columnas de estilo corintio de la parroquia arciprestal de san Pedro Apóstol en Novelda (a la izquierda) o en elementos decorativos, como la aldaba de la Casa Museo de Novelda (a la derecha). / Fotos: Daniel Climent

Motivos vegetales de origen japonés

Japón hacía dos siglos y medio que estaba aislado del resto del mundo cuando, en 1853, una flota de barcos de guerra norteamericanos lo obligó a abrir los puertos al comercio. Las transformaciones políticas y sociales que se produjeron condujeron a una nueva era, la restauración Meiji. Esta época se caracterizó por un aprendizaje rapidísimo, por parte de Japón, de los aspectos más avanzados del mundo occidental, salvaguardando aspectos idiosincrásicos, como la lengua, la escritura, la religión o las artes, incluyendo la filosofía, la poesía, la caligrafía o shodō, la pintura y el arreglo floral o ikebana.

«Además del componente estético, en el modernismo encontramos un trasfondo asociado en la voluntad de una burguesía ascendente de presentarse como adalid también en el ámbito cultural»

En la Exposición Universal de Barcelona de 1888, el impacto del pabellón japonés fue tan grande que el nuevo movimiento artístico en ascenso, el modernismo, integró el estilo japonés con todos los honores. Incluso se recuperó como referente el libro La agricultura, la industria y las Bellas Artes en Japón (1879) del ingeniero forestal catalán Josep Jordana i Morera.

De este modo, el festival de la naturaleza que representa el modernismo, influido por el arte japonés, asumió como propias plantas originarias o bien emblemáticas de Asia Oriental, como crisantemos  (Chrysanthemum), hortensias (Hydrangea), camelias (Camellia), peonías (Paeonia), la flor del cerezo (Prunus cerasus), nenúfares (Nymphaea alba) y loto (Nelumbo nucifera).

Crisantemos y otras asteráceas

Entre las flores que más atrajeron a los artistas modernistas destacan los crisantemos (Chrysanthemum sp.), un auténtico icono de la sensibilidad nipona hasta el punto de que se considera la flor nacional del Japón. De hecho, el trono imperial se designa metonímicamente como el Trono del Crisantemo. Los crisantemos forman parte de la familia asteráceas (o compuestas), con vicarios europeos como los que forman parte de los géneros Aster, Leucanthemum (margaritas), Helianthus (girasoles), entre otras plantas que también ocuparán un nicho remarcable en el modernismo europeo.

Influido por el arte japonés, el modernismo asumió como propias algunas plantas originarias o emblemáticas de Asia Oriental, como los crisantemos, todo un icono del imaginario cultural de Japón. En la imagen, un suntuoso jarrón con crisantemos del salón de la Casa Museo de Novelda. / Foto: Daniel Climent

Los crisantemos son relevantes en la obra del escritor francés Marcel Proust En busca del tiempo perdido, donde figuran como la flor preferida del elegante personaje Odette de Crécy, que los usa para ornar a l’orièntale sus encantadores salones. No podemos olvidar tampoco la extraordinaria ópera Madama Butterfly (1904), de Giacomo Puccini, un auténtico manifiesto musical del japonismo, cuyo libreto bebió de un par de cuentos con claro simbolismo natural: Madame Butterfly, del americano John Luther Long, y Madame Chrysanthème, del francés Pierre Loti. Una ópera en la que la protagonista, Cio-Cio-San (Cio significa “mariposa”, butterfly en inglés), es una geisha seducida y abandonada por un oficial de la marina americana denominado Pinkerton. Vaya por dónde, crisantemos y mariposas, dos de los grandes iconos del modernismo, juntos en una ópera ambientada en la ciudad japonesa de Nagasaki.

Hortensias

Otra de las devociones florales típicamente japonista del modernismo fueron las hortensias, entre las que destaca la especie Hydrangea macrophylla, “la de grandes hojas”, ampliamente cultivada en Europa. El nombre de hortensia es un homenaje que el naturalista Philibert Commerson hizo a la matemática y astrónoma francesa Nicole-Reine Etable de la Brière, conocida con el apelativo honorífico de Hortensia por ser una mujer tan culta y admirada como lo fue, en el siglo I a. C., la oradora romana Hortensia. Unos años antes, en 1753, el naturalista sueco Carl von Linné ya había descrito esta flor con el término Hydrangea, pero el nombre del francés hizo fortuna como fitónimo popular, y así las denominamos.

Recuperando la combinación «flor/mujer/Japón», esta simbiosis plasmada en las hortensias podría representar un epítome del modernismo. De hecho, estas plantas forman parte del ramo preferido por los modernistas: encontramos un ejemplo en el salón de la Casa Museo de Novelda, donde aparece una joven tocando el arpa junto a un arbusto de hortensias. Además, también figura en obras destacadas de la historia de la pintura, como el óleo sobre lienzo El balcón (1869), del pintor francés Édouard Manet, o La vendedora de flores (1920), del alcoyano Fernando Cabrera.

Nenúfares y loto

Los nenúfares o ninfas (Nymphaea sp.), con las vistosas corolas que afloran en la superficie de los estanques, han representado un motivo de inspiración recurrente en la plástica y la literatura modernistas. Junto con los lotos, figuran en la decoración de edificios tan representativos del modernismo como la Sagrada Familia, de Gaudí, o en los vitrales artísticos de Rigalt y Granell que embellecían la galería central del desaparecido Hotel Colón de Barcelona; en estos, lirios y nenúfares, en crecimiento sinuoso, enmarcaban unas figuras femeninas alegóricas de las estaciones del año.

Camelias

A finales del siglo XVIII, en 1792, el jesuita y botánico checo Jiˇrí Josef Camel (latinizado Camellus) describió unas plantas que había encontrado en Japón y que lo habían cautivado anímicamente. Eran arbustos y árboles con flores vistosas, de cinco pétalos llamativos y que muy pronto mostraron que podían ser cultivadas en los jardines europeos. Sobre todo la Camellia japonica, que causó sensación dada la enorme variedad que ofrece: más de 10.000 variedades de flores simples, o de pétalos semidobles, dobles y múltiples que las hacen parecerse a otras flores, de la peonía a la rosa o al crisantemo, además de una amplia gamma de colores (blanco, rojo, rosa, salmón, púrpura, jaspeado…), que las dotan de un grado de versatilidad y las hacen aptas para cualquier ambiente. De nuevo, en los murales que decoran el salón principal de la Casa Museo de Novelda encontramos un ejemplo, en este caso una joven apoyándose en una rama con camelias.

«Entre las flores que más atrajeron a los artistas modernistas destacan los crisantemos, un icono de la sensibilidad nipona y flor nacional de Japón»

La camelia fue considerada el epítome del refinamiento. Sobre todo cuando Marcel Proust la empezó a mostrar en el ojal de la solapa, como quedó recogido en el famoso retrato que le dedicó su amigo Jacques-Émile Blanche en 1892. Y es que, igual que le ocurría al personaje de Marguerite Gautier de La dama de las camelias (1848) de Alexandre Dumas (hijo), la camelia era la única flor que no hería su delicadísima pituitaria. Más allá del dandismo, el Proust modernista fue uno de los mejores ejemplos del fecundo vínculo que puede establecerse entre la botánica y la literatura, hasta el punto de que sus escritos ofrecen toda una constelación de metáforas vegetales en las que prímulas (Primula), lilas (Syringa vulgaris), crisantemos (Chrysanthemum), la aguileña (Aquilegia vulgaris), el espino blanco (Crataegus monogyna) o orquídeas como la vainilla (Vanilla planifolia) o la cattleya (Cattleya), actúan como mensajeros simbólicos que solo los receptores avezados entienden.

Motivos vegetales ligados al contexto local

El estilo modernista triunfó en muchos lugares asociados al tratamiento o la exportación de productos vegetales. Edificios destinados a estos usos, así como sociedades económicas o casas particulares enriquecidas con estas actividades, quisieron homenajear plásticamente las plantas a las que debían la riqueza. Por ejemplo, si se trata de una localidad relacionada con la vid o su procesamiento, sería esperable encontrar profusión de sarmientos, pámpanos y racimos, indicadores no tan solo del gusto por una forma bella, ondulante y flexible, muy propia de este estilo, sino también de cuáles son las fuentes de riqueza que han pagado la obra. Solo por hacer un pequeño muestrario de estas especies protagonistas en ciudades como Novelda y otras próximas, citaremos algunas.

Una de las fuentes de riqueza de la burguesía de Novelda fue el comercio del azafrán, razón por la que esta planta también es un motivo habitual en la decoración de la época. En la imagen, una cajita de azafrán de la marca Azafranes Delia de Novelda. / Foto: Daniel Climent

Azafrán

La especie botánica quizás más característica ligada al desarrollo económico de Novelda ha sido el azafrán (Crocus sativus). Sus estigmas secos han constituido desde tiempo inmemorial uno de los condimentos más estimados gracias, entre otros usos, a su capacidad de aportar simultáneamente color, sabor y aroma a los platos en que participa. El hecho de que Novelda llegara a ser un referente mundial en la manipulación, envasado y comercialización de la especia explica la proliferación de las representaciones de esta planta en la ciudad. Es el caso de las cajas y envases que pregonaban por todas partes la procedencia comercial del azafrán o la decoración arquitectónica en algún almacén del pueblo.

Vid

El modernismo coincidió con un momento de desarrollo extraordinario de la vitivinicultura y de los alcoholes destilados y aromatizados (absenta, anís, vermuts y aguardientes de todo tipo). Así, no resulta extraño que tanto las cepas o arbustos de Vitis vinifera como las parras o arbolillos ensortijados hayan inspirado en parte el modernismo noveldero. Encontramos por supuesto los ubérrimos racimos de uva, pero no solo eso: también los pámpanos u hojas palmeadas, y los volubles zarcillos. Todos estos motivos figuran de forma reiterada en edificios, capillas, escaleras, paredes y calles.

El modernismo coincidió con un momento de desarrollo extraordinario de la vinicultura. Así, las formas de la parra, la viña y, por supuesto, los racimos de uva embellecían los elementos arquitectónicos de muchos edificios modernistas. En la imagen, detalle de la escalera principal de la Casa Museo de Novelda. / Foto: Daniel Climent

La vid, además, tiene un carácter doblemente simbólico: el civil, como evocador de una de las fuentes de riqueza de determinados territorios, y el religioso; una religiosidad que le ha sido asociada a través de figuras como el dios griego Dionisio (Baco, en su versión romana), pero también a cristianas como Noé o Jesús.

Naranjas

Existen edificios modernistas que parecen construidos para ser una especie de palacio del pueblo, en los que una estructura pública y funcional acoge una decoración no solo suntuosa sino alegórica de la fuente de riqueza de esta sociedad: la gente, el trabajo y el producto más emblemático de la tierra. Este sería el caso de la Estación del Norte de Valencia. Además de ser todo un muestrario de plantas, la que domina es el naranjo: hojas y flores, frutos y árboles enteros; árboles en el paisaje agrario y árboles con la gente que cosecha o cosechará las naranjas.

Un patrimonio fruto de la pujanza económica y mercantil de una sociedad, de las aventuras y viajes de unos individuos que, al impulsar este movimiento artístico, el modernismo, cambiaron para bien la fisonomía de las ciudades. Y tanto en la capital del País Valenciano como en pueblos eminentemente naranjeros, como Borriana, la naranja marcó la decoración de muchos edificios modernistas.

Castaño (falso)

Una de las especies que el modernismo incorporó al catálogo ornamental vegetal fue el falso castaño o de Indias (Aesculus hippocastanum), fitonímicamente homónimo aunque de familia diferente del castaño común (Castanea sativa), un árbol que rebrota de tronco o «renace» al ser cortado.

«Tanto en València como pueblos dedicados a la producción de naranjos, como Burriana, la naranja marcó la decoración de muchos edificios modernistas»

El éxito estético de las hojas palmeadas del primero fue innegable y llegó a prevalecer en caso de conflicto con el segundo. Quizás este fue el caso del Instituto Pere Mata, antiguo hospital psiquiátrico de Reus, cuyo optimista lema, Renascitur (“renacerán”, “se reharán”), representaba una alusión a la esperanza en que los enfermos ingresados se pudieran recuperar. Un edificio en el que la ornamentación vegetal es muy adecuada: rosas heráldicas de cinco pétalos, representativas de la ciudad de Reus; pensamientos (Viola sp.) sobre un cáliz junto a la regeneradora ave fénix en la fachada y en el vitral de la puerta principal del pabellón de servicios generales, además de las hojas del castaño falso presentes en muchos espacios del recinto.

A modo de epílogo

El escaparate vegetal del modernismo es mucho más amplio y variado del que aquí hemos presentado, pero en gran parte responde a la clasificación que hemos elaborado al principio, la cual hemos visto representada a pequeña escala en Novelda y otros municipios.

Un modernismo en el que, si se nos permite el juego de palabras, la naturaleza se integraba en el arte para hacer cultura de forma natural; y eso gracias a una pléyade de arquitectos innovadores y de magníficos artesanos capaces de transformar en obras de arte todo un conjunto de materiales poco valorados pero que en sus manos se convirtieron en joyas decorativas que hoy en día nos deleitan y admiran.

© Mètode 2021 - 108. Ciencia ciudadana - Volumen 1 (2021)
Catedrático de secundaria de Ciencias de la Naturaleza. IES Badia del Baver (Alicante).
Profesor titular de Ecología del Departamento de Ciencias de Mar y Biología Aplicada y coordinador del Aula de la Ciencia de la Universidad de Alicante.
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