La ingeniería civil fue, probablemente con la arquitectura urbanista y el higienismo médico, el principal movimiento impulsor de un modelo de progreso y modernización social que las reformas liberales de finales del siglo xix transformaron en un sueño realizable. La imaginación innovadora representada por la figura del inventor –principal actor de esta aventura– tuvo un papel esencial en este proceso y figuras como el croata Nikola Tesla o Thomas A. Edison en los Estados Unidos son ejemplos bien conocidos. En España, la creación del Ministerio de Fomento a mediados del siglo xix a iniciativa de los gobiernos liberales emprendió un proyecto de mejora de las infraestructuras y comunicaciones pilotado siempre por ingenieros civiles. Entre todos los que contribuyeron a hacer realidad aquel sueño de innovación tecnológica al servicio del progreso y la modernidad la figura más representativa es Leonardo Torres Quevedo (1852-1936), cántabro, ingeniero por tradición familiar: su padre, Luis Torres Vildósola, era ingeniero de caminos y especialista en ferrocarriles.
Leonardo siguió estudios de ingeniería en Madrid entre 1871 y 1876, y después de una primera experiencia ferroviaria amplió estudios por varios países de Europa. Al volver a España en 1878 inició una carrera muy libre y personal de inventor de objetos con uso y aplicación social y científica de diversa magnitud. No olvidemos la importancia de los profesionales liberales como motor de transformación social durante la segunda mitad del siglo xix en toda Europa y su poder como grupo social de expertos. Uno de los primeros proyectos que terminó Torres Quevedo fue el diseño de un transbordador que tuvo una acogida inicialmente muy fría tanto en España como en Suiza, donde se presentó, pero que sería el punto de partida del llamado Spanish Aerocar, el transbordador espectacular que aún hoy opera como atracción turística en las cataratas del Niágara.
Durante aquellos años de final del siglo xix, Torres Quevedo dedicó también su ingenio a las máquinas de calcular; entre 1893 y 1900 presentó memorias sobre máquinas algebraicas en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid –donde entró como académico en 1901 y que llegó a presidir–, y en la Academia de Ciencias de París.
Pero su invento más reconocido es el dirigible semirrígido, que constituye un importante hito en la historia de la aeronáutica; un aparato que tuvo un gran impacto en la representación social del poder de la ciencia y la tecnología. Torres Quevedo empezó los trabajos para construirlo en 1902 y las primeras pruebas entre 1905 y 1908, siendo en París donde construyó los primeros modelos por la mayor disponibilidad de hidrógeno, el gas imprescindible para hacerlo despegar. Según afirma Eugenio Portela, el dirigible se podía hinchar y se transportaba fácilmente con un par de pequeños camiones. Sin embargo, una vez hinchado se transformaba en una estructura semirrígida con desplazamiento longitudinal y un centro de gravedad variable. Podía alcanzar una velocidad de 80 km/h y fue utilizado por los ejércitos de Francia e Inglaterra durante la Gran Guerra.
Otro dominio que cultivó e impulsó a lo largo de toda su carrera de inventor fue la automática, que teorizó en una monografía, Ensayos sobre automática (1914). En 1903 diseñó el telekino, «un autòmata capaz de ejecutar órdenes acogidas a través de telegrafía sin hilos» que constituye el primer aparato radiodirigido, que Torres Quevedo utilizaba para hacer las primeras pruebas de funcionamiento de su dirigible sin riesgo de accidentes humanos. Estaba basado en el uso de ondas hercianas y fue aplicado con éxito a la dirección de un barco desde la costa. En este mismo dominio trabajó entre 1912 y 1920 en una máquina de ajedrez que fue aplicada con éxito y que le dio una gran popularidad.
Cuando ya era una figura consagrada internacionalmente, recibió el apoyo del Gobierno español para dirigir dos centros: el Centro de Ensayos de Aeronáutica y el Laboratorio de Automática, al que dedicó más que a ningún otro los últimos años de su vida, en el marco de la Asociación de Laboratorios que formaba parte de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), el gran proyecto nucleador de la llamada «Edad de Plata de la ciencia española» impulsado por el krausismo y el movimiento renovador de la ciencia en España, presidido por Santiago Ramón y Cajal. Torres Quevedo contaba con la colaboración de una decena de artesanos que trabajaban bajo su dirección y que puso al servicio del diseño de instrumentación científica para la investigación y las prácticas académicas que se desarrollaban en el resto de laboratorios de la JAE y de los laboratorios de la Residencia de Estudiantes. Todo ello en un contexto de colaboración científico-técnica esencial en momentos en que la industria tecnocientífica aún no se había desarrollado internacionalmente y adquirir aparatos extranjeros resultaba inalcanzable para los escasos recursos del Estado. Aparatos de aplicación a la investigación física o fisiológica diseñados y construidos por Torres Quevedo recibieron reconocimiento en congresos internacionales.
Convencido de la importancia de la innovación tecnológica para el progreso social, promovió una Unión Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología Científicas, la cual inició en 1930 la publicación de un Diccionario Tecnológico Hispano-Americano. Un proyecto que hay que ver dentro del marco del intento político español de encabezar iniciativas culturales y científicas con las comunidades hispanoamericanas. Aunque la figura poco institucionalizada del inventor a principios del siglo xx ha dejado muchos nombres fuera de la cultura académica y de los archivos históricos, figuras como Torres Quevedo merecen un amplio reconocimiento al esfuerzo de ingenio e imaginación al servicio de la sociedad.