Los años sin verano

años sin verano

¿Recuerdan aquello de que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que éste muerda al can? Pues, curiosamente, en lo relativo a la meteorología y al clima desde hace algunos años la noticia permanente es el calor que tenemos cada verano, incluso en aquellos casos en los que las temperaturas son las normales para la estación. El clima estival de España, a excepción de su fachada cantábrica y de las zonas de montaña, es de los más cálidos de Europa, con promedios térmicos actuales de 24 a 27 °C para los meses de julio y agosto en la mayor parte de su arco mediterráneo. Un privilegio climático del que ha dependido directamente el interés de los millones de turistas que nos visitan, procedentes de países donde el sol ni siquiera está garantizado en la canícula. Y, precisamente por ello, la verdadera noticia meteorológica se ha producido cuando se ha perdido ese privilegio anual y las condiciones atmosféricas han sido adversas en pleno verano, con resultados catastróficos para la campaña turística. Desde que el calentamiento global está en la mente de todos, parecemos obsesionados cada verano con las olas de calor, a veces reales y a veces no tanto, pero en los anales de la climatología hay episodios diferentes que nos hablan justamente de lo contrario: de años sin verano en Europa, incluida España.

años sin verano

Como en el resto de España, en el Observatorio del Ebro, julio de 1977 fue el más frío del periodo 1971-2000, con una media de 22,9 °C. En cambio, los de 1982 y 1994 fueron los más cálidos, con 27,5 y 27,1 °C de promedio, respectivamente. / Fuente: Instituto Nacional de Meteorología – INM

En los tiempos recientes no ha habido en España verano térmicamente más anómalo, por lo frío, que el de 1977. Julio y agosto marcaron temperaturas que, en promedio, fueron de 3 a 4 °C más bajas de lo normal. En contra de lo habitual, aquel extraño estío tuvimos sobre la Península una persistente entrada de aire fresco del norte, que además de favorecer semanas con tiempo muy desapacible en las playas mediterráneas, trajo el frío a muchas zonas del interior. Heló por las noches en poblaciones situadas en las parameras de Molina de Aragón (Guadalajara), en el entorno de los Picos de Urbión, en la vertiente norte de Gredos y, por supuesto, en numerosas comarcas pirenaicas. Julio fue el más frío del siglo XX para el conjunto de España, y así lo atestiguan los datos de la red meteorológica, de la que extraemos los del Observatorio del Ebro, en Tortosa, cuya temperatura media de aquel mes cayó hasta los 22,9 °C.

Desde 1977 no han vuelto a repetirse meses de julio y agosto tan frescos, pero los años sin verano no dependen sólo del régimen térmico. En 1993, 1996 y 2002, por citar sólo tres ejemplos, las tormentas se encargaron de fastidiar las vacaciones a millones de españoles y ciudadanos extranjeros. En agosto de 1996, que no se olvidará por la tragedia del camping de Biescas, el mal tiempo afectó a una gran parte de España, incluidas las costas mediterráneas, y en 2002, aunque en menor medida, también sucedió algo parecido. Un verano lluvioso, como lo fueron aquellos, no sólo no es lo habitual, sino que además ni siquiera entra en las cabezas de los ciudadanos, que no aciertan a comprender que sus semanas de ocio puedan echarse a perder por semejante traición atmosférica.

años sin verano

El volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, en una imagen reciente captada por la NASA. La altitud de la caldera actual no llega a los 2.900 metros, pero antes de la erupción de abril de 1815 superaba los 4.000. Aquella erupción causó en 1816 el año sin verano más famoso de la historia en todo el hemisferio norte.

Pero, en el fondo, nos quejamos por nuestra mala memoria y nuestra creciente falta de aclimatación, que nos ha llevado a no saber vivir si el día no amanece como nosotros anhelamos. Los veranos de otros tiempos no tan lejanos, como los de la primera mitad del siglo XX y los del siglo XIX, no eran tan bonancibles térmicamente como los actuales y el impacto de las tormentas iba mucho más allá del simple fastidio por haber perdido un día de vacaciones y dañaba directamente los modos de vida en una sociedad mucho más rural que la del presente. Y esto fue una tragedia generalizada no sólo en España, sino para el conjunto de Europa, en 1816, el año sin verano más famoso de la historia.

Un año antes, en abril de 1815, la colosal erupción del volcán Tambora en la isla de Sumbawa, en Indonesia, causó la muerte a más de 80.000 personas e inyectó en las capas altas de la atmósfera millones de toneladas de cenizas, que con el paso del tiempo fueron extendiéndose alrededor de todo el globo. Durante las semanas y meses siguientes, el manto de polvo y cenizas volcánicos con los que quedó impregnada la estratosfera produjo hermosos y coloridos ocasos en todo el planeta, aunque sus habitantes no supieron relacionar la causa, ni siquiera el célebre pintor inglés William Turner, que los plasmó en algunos de sus cuadros más famosos. Aunque ahora sí lo sabemos, ellos tampoco se enteraron de que el opaco velo de cenizas violentamente vomitadas por el volcán Tambora hizo bajar la temperatura en la Tierra, al reducir el porcentaje de radiación atmosférica, como sucedió en 1991 después de la erupción del Pinatubo en Filipinas, tras la cual la temperatura planetaria bajó más de medio grado. Pero en 1816, un año después del cataclismo del Tambora, las cosas fueron mucho peores. El verano de ese año no fue tal, de forma que en los países del centro y el norte de Europa hizo frío en los meses de julio y agosto, mientras en el conjunto del continente se perdieron las cosechas en medio del asombro de la gente, y el patrón meteorológico fueron continuas tormentas e inundaciones.

Casi dos siglos después del peor año sin verano de la historia sabemos el decisivo papel que la actividad volcánica ha desempeñado en las oscilaciones naturales del clima. Los ciclos con grandes erupciones, capaces de depositar grandes masas de ceniza en la estratosfera, favorecen el enfriamiento de la superficie terrestre al ocultar una parte de la radiación del Sol. De la misma forma, las épocas con escasa actividad volcánica a escala planetaria –como la de los últimos decenios– podrían ser uno de los factores que abren la puerta a periodos más cálidos.

© Mètode 2006 - 50. Una historia de violencia - Disponible solo en versión digital. Verano 2006
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