La historia de la convivencia humana es la historia de la libertad de los individuos y de las individualidades en las que aquellos se agrupan. La libertad es una idea del binomio propio-ajeno, un concepto capaz de producir alegría y capaz de producir tristeza. Combinando estos cuatro conceptos dos a dos contrapuestos (lo propio, lo ajeno, la alegría y la tristeza), se obtienen, una a una, las diez pasiones humanas que mueven la civilización, sus luces y sus sombras. Combinamos y nombramos:
Compasión: es la tristeza propia por la tristeza ajena.
Envidia: es la tristeza propia por la alegría ajena.
Morbo: es la alegría propia por la tristeza ajena.
Alegría empática: es la alegría propia por la alegría ajena.
Autoestima: es la alegría propia por la alegría propia.
Autocompasión: es la tristeza propia por la tristeza propia.
Además de estas seis, existen otras dos combinaciones a la vez raras, íntimas y contradictorias. Es el poso nostálgico de ciertas tristezas (alegría propia por la tristeza propia) y el poso melancólico de ciertas alegrías (tristeza propia por la alegría propia). Sin embargo son las seis primeras las que más intensamente definen la evolución de la convivencia humana, tres positivamente y tres negativamente. En efecto, tres actúan como motor del progreso y las otras tres como resistencia: la compasión es el motor del progreso moral, el morbo su resistencia; la alegría empática el motor del progreso social, la envidia su resistencia; la autoestima el motor del progreso creativo, la autocompasión su resistencia.
A primera vista se diría que, en el mundo natural, el beneficio propio es prioritario y que tal exigencia perjudica poco o mucho lo ajeno. A la salida del paraíso alguien olvidó resumir el resto de la historia con la sentencia: «y ahora comeos los unos a los otros». Son muchos los que escarban en lo natural en busca de argumentos que expliquen la maldad cultural. Cualquier comportamiento humano tiene su dosis genética y su dosis adquirida, pero de ahí no se deduce que lo natural sea una coartada universal para cualquier actitud del ser humano. Por ejemplo: la existencia ancestral de depredadores carnívoros en la sabana africana no es una licencia moral para los cazadores deportivos en las reservas actuales. Por ejemplo: la agresividad del mamífero macho para defender un territorio no es un precedente que hace comprensible el maltrato machista ni el nacionalismo exacerbado. Una contradicción no se liquida solo por señalar otra contradicción aún mayor. Por ejemplo: un tiburón ballena condenado de por vida a nadar en círculo en un acuario no se hace menos deplorable por el hecho de recordar la vida hacinada de los animales de granja.
En cambio la existencia del progreso moral sí es un argumento a favor (o en contra) de la vigencia de nuestras tradiciones. ¿Existe el progreso moral? Sigue una breve historia del progreso moral basado en el avance del dominio de vigencia de la compasión:
Hubo un tiempo en el que solo existía la autocompasión. Pero la compasión no tardó mucho en alcanzar a los demás miembros de la familia, de la propia claro. Poco después la compasión llega ya a los individuos de todo el clan, del propio claro. Algún tiempo más tarde la compasión se aplica también al vecindario entero, al propio, claro. Luego la compasión sigue avanzando hasta afectar a los individuos de una nación entera, de la propia, claro, o de toda una religión, de la propia, claro, o de toda una etnia… Y así es como hemos llegado a admitir que todo ser humano es digno de compasión.
Sí, el progreso moral existe y su realidad es tan clara que cuando miramos hacia atrás nos vemos a nosotros mismos como una sociedad psicópata, bárbara o arcaica.
Y ahora concluimos por inducción. Si, como parece, el progreso moral existe, entonces tarde o temprano la compasión alcanzará a la vida de cualquier animal por muchas que sean las contradicciones que haya que superar. No se puede vivir sin contradicciones, pero sí con el mínimo número de contradicciones posibles.