© Carles Santana |
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Ya lo habíamos comentado, pero el tema vale la pena porque ilustra muchos otros casos en los que la conservación pasa por la imitación más o menos exitosa de prácticas tradicionales. Por tanto (re)situémonos en un llano de la depresión del Ebro convertido a golpe de arado, hacha y fuego medieval en planicie de cultivo cerealista. Un mosaico de tierras de secano con barbechos, yermos y trozos dedicados a la cebada, la avena y el trigo que alternan con cultivos forrajeros. El resultado es un paisaje humano donde se instalan organismos adaptados a temperaturas extremas, que necesitan amplias zonas desforestadas, aves como la ganga, de la que hablamos en el número 58 de Mètode, y toda una serie de compañeros de viaje: el sisón, la ortega, el arrendajo azul, el alcaudón chico, el cernícalo primilla, el aguilucho cenizo y un etcétera que configuran lo que nos hemos atrevido a llamar «aves esteparias». Pero las cosas nunca se quedan quietas sobre este planeta y en las últimas décadas hemos pisado muy a fondo el acelerador de los cambios sobre estas tierras: cambios tecnológicos que han intensificado los cultivos y han acelerado los ciclos seculares, posibilidad de convertir las tierras poco valoradas socialmente del secano en vertederos de trastos domésticos, imbornales de purines, lugares donde construir granjas para la estabulación del ganado y sobre todo la expectativa de la transformación en tierras de regadío, como ya ha sucedido en buena parte de la distribución de las tierras de secano de nuestro país. El impulso es el mismo que llevó a desforestar y cultivar estas tierras desde hace más de 1.200 años. Simplemente la tecnología ha puesto al alcance posibilidades de transformación más amplias. Sin embargo el principio del siglo xxi nos enfrenta cara a cara con nuestras contradicciones. La planicie de Lérida llega al siglo xxi con unas condiciones naturales poco comunes en los países mediterráneos que deben encajar con unas expectativas históricas levantadas por planificaciones territoriales que fueron diseñadas antes de que el conservacionismo entrase en los textos legales. ¿Cómo encajamos el antiguo proyecto del canal Segarra-Garrigues y la transformación al regadío de casi todas las tierras de secano que quedan en el llano con las figuras de protección que suponen la aplicación de las directivas europeas 79/409/CEE, relativa a la conservación de las aves silvestres, y la 92/43/CEE, relativa a la conservación de los hábitats naturales y de la fauna y flora silvestres? Y lo que es más importante, ¿cómo satisfacer unas expectativas que vienen de tan lejos con la nueva sensibilidad ambiental de buena parte de la sociedad? De la colisión entre la inercia transformadora secular y el nuevo muro proteccionista salen dos sentencias que trastocan el papel del gestor ambiental. Una por falta de designación de espacios declarados como ZEPA (zona de especial protección para las aves) que se establece en la directiva ¡del año 1979! Y que el Reino de España tuvo que aplicar a partir de su entrada en la entonces CEE, ¿o es que pensábamos que todo eran subvenciones? La otra viene motivada por la afectación de los hábitats por la puesta en funcionamiento del canal Segarra-Garrigues y por lo que se considera una Declaración de Impacto Ambiental (DIA) insuficiente. Las sentencias no dejan lugar a dudas y amenazan con sanciones más que considerables. Mal asunto para una administración demasiado acostumbrada a gestionar la conservación por la vía de la limitación de usos y con poca experiencia en gestión activa. No hay más opciones que arremangarse y hacer gestión de un hábitat que no puede seguir el procedimiento de otros sitios: se trata de unos hábitats altamente humanizados que necesitan una intensa gestión si no se quieren estropear los valores que los han hecho merecer esta consideración. Y gestión activa se ha hecho y se hace. En aplicación de planes piloto, medidas de la DIA, proyectos demostrativos de la administración, etc. Una vez definidas las zonas de protección hay que llevar a cabo una gestión detallada que incluye la catalogación de los elementos destacados, la diagnosis de los principales problemas de conservación y la aplicación de medidas que en muchos casos son una versión mejorada por la tecnología de las técnicas de gestión del hábitat que, de manera involuntaria, se habían llevado a cabo históricamente. Se trata de acciones imitadoras del modelo tradicional, como el mantenimiento de tierras sin cultivo en una aproximación al barbecho tradicional o la provisión de unos abrevaderos que se habían rarificado, ya que la ganadería extensiva ha ido dejando paso a un modelo intensivo. Pero también la introducción de otras técnicas como la siembra directa, la racionalización del abonado de las tierras o la rotación de cultivos como bases de la agricultura de conservación en sustitución de técnicas como el arado que suponen mayor pérdida de agua y que favorecen la erosión. O de otras más llamativas para el observador ocasional como el desbroce para crear franjas desnudas en los cultivos o con plantas de menor altura, técnica que favorece especies como el sisón, que encuentra en estos espacios el lugar ideal para establecer sus leks. Al llegar el momento del cortejo los machos de sisón buscan un lugar con menos vegetación desde donde atraer a las hembras con una danza que alternan con el canto, un insistente picar de patas contra el suelo y por fin un salto que los hace visibles en el llano. En un llano cubierto de cultivos de cereal los machos de sisón dependen de barbechos, ribazos y yermos cada vez más escasos, dada la lenta pero incesante intensificación de los cultivos. Las franjas en los cereales son, pues, muy útiles para establecerse y tratar de atraer tantas hembras como sea posible con un comportamiento que hace de los secanos un espectáculo a los ojos de quien quiera ver más que un desierto. ¿Conservar unos valores naturales que dependen de un medio agrario vivo? O lo que es lo mismo, ¿mantener un medio agrario activo en una situación de desventaja productiva? Todo un reto en contra de la lógica de la producción económica, habrá que buscar alternativas a los caminos de siempre. Creedme si os digo que los secanos se lo merecen. Recomendaciones bibliográficas Carles Santana García. Biólogo (Solsona, Lérida). |
© Mètode 2011 - 69. Afinidades electivas - Número 69. Primavera 2011