Entrevista a Pilar Mateo

«La ciencia no es suficiente, tiene que haber políticas sociales para ayudar a la gente»

Química y presidenta de Inesfly

La química Pilar Mateo

Nos citamos con Pilar Mateo (València, 1959) en los locales de Inesfly Corporation, en el polígono industrial de Paiporta (Valencia), empresa de la que es fundadora y actual presidenta. Doctora en Química por la Universitat de València y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es reconocida internacionalmente por su tecnología de microencapsulación polimérica de doble solución en pinturas insecticidas que ayudan en el control de enfermedades como el mal de Chagas y el dengue. Actualmente tiene ocho familias de patentes en diferentes países de todo el mundo. Prefiere definirse como inventora más que como científica. Su conversación fluye como un torrente y a lo largo de la entrevista aparecerán anécdotas, digresiones, mostrará fotos de sus viajes… De mentalidad inquieta, está incluida en la lista Forbes de personas que cambian el mundo. «No estoy en la del dinero, de esas no estoy en ninguna», bromea.

En su trayectoria siempre ha intentado combinar la actividad científica y tecnológica con la cooperación y el desarrollo en las zonas en las que ha operado, labor por la que ha recibido numerosos reconocimientos como la Alta distinción de la Generalitat Valenciana, la Medalla de Oro al mérito hospitalario y de salud del Ministerio de Defensa de Colombia, el premio nacional de salud y medio ambiente de Unicef, entre otros. En 2006 creo el Movimiento de Mujeres Indígenas (MOMIM) y ha puesto en marcha el movimiento Women Paint Too.

Tras acudir a su encuentro y subir al primer piso, se presta afable a realizar la sesión de fotos. La entrevista transcurre en su despacho, en el que destacan un mapa que muestra la presencia de la empresa en el mundo y un retrato de su padre: «era una persona muy humilde. Fue un niño migrante de Teruel a Valencia después de la guerra civil y empezó a trabajar desde pequeñito, a formarse. Entonces se creía en las personas y en los proyectos», apunta. Hablamos de sus iniciativas, pero también de las enfermedades contra las que pretende luchar con sus proyectos. A lo largo de toda la conversación, una cosa queda clara: cualquier posible solución requiere acciones globales y actuar no solo desde la perspectiva científica y tecnológica, sino también social, política y económica.

Pilar Mateo @Miguel Lorenzo

La química y empresaria Pilar Mateo en una iamgen en su despacho. / Fotografía de Miguel Lorenzo

¿Cómo surge esa idea de crear una pintura insecticida?

Desde que era pequeña he sido una inventora nata. Siempre estaba inventando cosas, que a lo mejor no serían para nada, pero mi cabeza siempre ha sido la de una persona muy pragmática. Es decir, veo un problema y busco una solución. Mi tesis doctoral, en el año ochenta y tantos, ya fue sobre pinturas anticorrosivas, ecológicamente aceptables, y entonces eso no interesaba a nadie. Luego pasé al Centro Nacional de Investigaciones Metalúrgicas (CENIM-CSIC), a trabajar en corrosión metálica. En aquella época se utilizaban mucho los pigmentos anticorrosivos como el minio de plomo, el cromato de zinc, que eran muy tóxicos. Y pensé: si pudiera hacer pinturas anticorrosivas y me formase en las enfermedades producidas por los metales, estaría avanzando, haciendo algo diferente. Así que empecé a sustituir los pigmentos por otros más ecológicos.

El hecho de que su padre tuviese la empresa de pinturas ¿le permitió investigar más?

No, porque no tenía los medios para lo que yo quería hacer. Él seguramente hubiera querido que yo siguiera con los barnices, pero yo he sido una persona curiosa. Un día leí en un periódico que se había cerrado un hospital porque tenía un problema de bichos y puesto que había hecho Ingeniería Química –Química Técnica que se llamaba entonces– dije: tengo pinturas, tengo polímeros… voy a hacer una pintura insecticida. En esa época coincidió que me dieron el premio de innovación de la Generalitat Valenciana y con ese dinero, que eran 30.000 pesetas [unos 180 €], me compré mi primer cromatógrafo y mi primer espectofotómetro y empecé a hacer investigación más desarrollada. En el año 1991 me entero de que en la refinería de Haifa de Israel había un problema de corrosión. Me presenté al concurso y lo gané. Estando allí vinieron a buscarme por un problema de moscas en las cuadras de la princesa Noor de Jordania pero, tras aplicar el producto, a los pocos meses había más que al principio por un efecto de resistencia y porque no es lo mismo probar una cosa en un laboratorio que en campo abierto. Entonces me lo tomé como un reto y empecé a trabajar en el tema de la microencapsulación polimérica. Me di cuenta de que tenía un gran producto y lo patenté.

Con las pinturas anticorrosión no había patentado nada, ¿no?

No. Esta fue mi primera patente, la de pinturas inhibidoras de la síntesis de quitina e insecticidas, pero pensando en su aplicación en los países occidentales. Yo no conocía para nada ni la pobreza, ni la malaria, ni el dengue… nada. Entonces un ingeniero que tenía negocios importantes en Argentina me habla del problema en el país con la enfermedad de Chagas. Con una comitiva española, me voy a Buenos Aires y firmo un convenio con el entonces presidente del Senado, que era Eduardo Menem, hermano del [entonces] presidente Carlos Menem. En esa época, el doctor Cleto Cáceres, del Chaco boliviano, investigaba qué insecticidas y qué productos había en Europa para combatir el chinche que transmite el mal de Chagas. Cuando regreso de Argentina, me cuenta: «mi pueblo se muere. El 85 % tiene la enfermedad de Chagas». Y me impactó tanto que le dije a mi padre: «me voy». Pensaba que en tres meses lo iba a solucionar y me quedé casi un año porque llegué allí y no había ni carreteras, ni baños, ni comida, no había de nada… lo único que tenía yo era ilusión. El primer día me tenía que levantar a las cinco de la mañana para ir a una comunidad, Pipi Santa Rita, y cuando llego, me encuentro con que no había paredes, eran casas con cuatro palos. El problema no era solo la enfermedad, era el hambre. Mira, esta es la primera casa que yo vi [muestra una fotografía de una construcción muy básica, con techo pero sin cerramientos]. Imagínate que he inventado una pintura y no hay paredes. Y es que desde el primer mundo se ve todo muy fácil… Me quedé casi un año y empecé a organizar los equipos. Luego tuve que volver varias veces para ver si realmente [la pintura] funcionaba.

Pilar Mateo al seu laboratori

Pilar Mateo en su laboratorio. / Fotografía de Miguel Lorenzo

Volviendo a su pintura ¿cuáles son las características que tiene? ¿qué la hace diferente?

Es una microencapsulación de doble solución. Es decir, hay una incompatibilidad entre los productos que se meten con la pintura. La mayoría de los insecticidas en el mercado llevan disolventes. Yo los he metido en productos que son al agua y utilizo unos componentes que son incompatibles con esta, [por tanto] se microencapsulan y quedan protegidos. Además, esas microcápsulas no tienen interacción entre sí, por lo que quieren salir a través de ese cuerpo del carbonato y del pigmento, pero les cuesta. Para que se entienda, es como un chicle, que cuando hace calor está blandito y cuando hace frío, está rígido. En la pintura pasa lo mismo y [el insecticida] se va liberando en la época en la que realmente hace más hace más falta [con más calor]. También es importante que no hay interacción entre sí. Así, en las microcápsulas, se pueden poner distintos componentes que actúan de forma diferente. ¿Esto qué quiere decir? Los insecticidas que son adulticidas tienen un efecto limitado. Pero cuando tú metes un regulador del análogo de la hormona juvenil del crecimiento o un inhibidor de la síntesis de quitina afecta al ciclo biológico del insecto. Los insecticidas y los biocidas han sido muy importantes a lo largo de la historia para controlar muchas enfermedades, pero hay que hacerlo de una forma racional. No sirve pensar solamente en una tecnología, tiene que haber otros pilares más: uno es el control entomológico, que tiene que ser de larga duración. Otra parte importante es el tratamiento clínico de las enfermedades. Y tercero, es la educación en higiene y en salud.

¿Se puede generar resistencia en los vectores?

Claro. En la vida, todos queremos vivir: los virus, las bacterias, las personas, los animales… y buscamos la forma para salir adelante. Si tú a un insecto le pones mucho insecticida de un tipo, al final genera resistencia. Durante la década de los ochenta había empezado a hablarse del dengue en América Latina y se encontró en tres puntos: en Chile, en la zona de Paraguay y Uruguay, y en el Caribe. Durante estas décadas se han gastado miles de millones de dólares en insecticidas. ¿Y qué ha pasado? Que el mismo mosquito ahora transmite el dengue, el chikungunya y el zika. Por eso es importante tener productos que tengan larga residualidad. La malaria se erradicó en España en 1964 y era un país pobre. ¿Por qué? Porque utilizaban DDT, que duraba seis meses, pero tenía muchos inconvenientes de toxicidad. En aquel momento, la climatología estaba muy clara: seis meses podía ser la temporada crítica. Luego venía el otoño y el invierno y ya no había insectos. Segundo, había quinina y se le daba a la gente. Y tercero, y muy importante, había educación en higiene y salud. Eran conscientes de que tenía que encalar las casas, que salir con los cubos a limpiar…. Ahora, ¿qué pasa en lugares como en África? Allí no son seis meses, necesitas una tecnología que pueda durar mucho más tiempo.

Pilar Mateo @Miguel Lorenzo

Pilar Mateo explica cómo era la situación cuando llegó a Bolivia por primera vez mientras señala unas fotografías de los diversos proyectos que ha  llevado a cabo en América del sur. / Miguel Lorenzo

¿Cómo puede afectar el cambio climático al control de los vectores de estas enfermedades?

Yo creo que no solamente es el cambio climático lo que afecta, sino también la globalización porque las personas viajamos y también las mercancías. Por lo tanto, o se ayuda a la gente de los países donde están más presentes estas enfermedades o estamos expuestos a ellas. Pero no es solo un tema de la salud pública, es que hay un problema muy grave también en la agricultura. Tenemos un proyecto europeo con el cotonet, la cochinilla algodonosa, que ha venido importada de Sudáfrica y ya hay muchos cítricos afectados. Y en el ganado tenemos unos problemas brutales.

Hace un tiempo publicamos en Mètode un número dedicado a One health (Una sola salud).

Es que mientras no estén coordinados salud humana, salud animal, y medio ambiente, todo esto no sirve para nada. Todo debe hacerse de manera global. Por eso digo que el punto de vista de la ciencia no es suficiente, tiene que haber políticas sociales para ayudar a la gente.

Pilar Mateo /@Miguel Lorenzo

Pilar Mateo considera que los insecticidas y biocidas han sido muy importantes a lo largo de la  historia para controlar muchas enfermedades, pero que hay que hacer un uso racional y que se deben tener en cuenta otros aspectos como el tratamiento clínico de las enfermedades y la educación en higiene y salud de la población. / Foto: Miguel Lorenzo

¿Cómo pueden ayudar proyectos como el suyo en el control de las enfermedades infecciosas en las zonas de origen?

Bueno, yo creo que es muy importante la prevención, pero eso no le interesa a nadie.

¿Ni después de la pandemia?

No solo la pandemia… Cuando hay una desgracia natural aflora un problema que se sabe que podía pasar. Sabemos que las zoonosis son el gran problema que tenemos en este siglo. Y han llamado a la puerta. También se sabe que van a venir más. Pero muchas veces la política es cortoplacista y hay que empezar a hacer políticas que sean estructurales.

¿Cuáles son algunos de sus proyectos actuales relacionados con las pinturas?

Un estudio que se acaba de publicar en revistas científicas internacionales se hizo hace unos años, en Bangladesh y en Nepal. Después de dos años no había presencia de flebótomo, que es el transmisor de la leishmaniasis y que en estos lugares se había hecho intradomiciliario, estaba dentro de las casas. También estamos trabajando en Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia. Es una zona también de personas desplazadas en la que Aedes aegypti pone los huevos en los lavaderos. Entonces no era una cuestión de pintar, sino que lo que hemos hecho ha sido un producto, basado en la misma tecnología, pero que no lleva pigmento y con la que se ha logrado reducir el dengue. De ahí nació, además, el proyecto de Women paint too. Porque ¿quién aplicaba todos los productos? Las mujeres. Hay también un trabajo importante en Brasil, con otra pintura con diferentes biocidas por las resistencias generadas y también para adaptarla a la normativa del país. Y otro proyecto que se ha hecho con la Liverpool School [of Tropical Medicine] y la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) de Brasil. Ahí los investigadores han visto que el Aedes aegypti vuela muy bajo y que le gusta el negro. Entonces, con pintar veinte centímetros en el zócalo somos capaces de controlar que no haya presencia del mosquito. Eso va a permitir que cualquier persona pueda comprarse un botecito de pintura pequeño de un litro y que no sea necesario pintar las paredes y techos completos de una casa.

En 2015 protagonizó una serie documental de seis episodios, Microasesinos. Me gustaría que me comentase ese proyecto y también qué papel tiene la divulgación científica en su trabajo.

Ricardo Macián hizo un documental, Tierra sin mal (2011), [sobre el mal de Chagas en el Chaco], donde yo vivía, en el que se ve la realidad de lo que son las enfermedades. Y pensando en la importancia de la educación y la higiene en salud, monté con él –que es un director y productor maravilloso que trabajó en Canal 9 [la anterior televisión autonómica valenciana] hace muchos años–, una productora llamada Filmántropo. Mi gran ilusión era hacer –que algún día si puedo, lo haré-, telenovelas. Porque, ¿qué es lo que quiere ver toda la gente en el mundo? Las telenovelas. Tú no puedes decirle a una persona porque sea pobre: «lávate las manos». O poner carteles si no saben leer… Hay que avanzar de otra manera. En cualquier parte del mundo, aunque sea en un televisor en blanco y negro, la gente de una comunidad se junta para ver la telenovela. Divulgar el trabajo es muy importante, pero si no tienes dinero te cuesta mucho más, es más lento. Pero es fundamental.

¿Entonces la idea era hacer una telenovela en la que a través del comportamiento de los personajes se enseñase a la población?

Exacto. Además, tenemos guiones. Por ejemplo, uno para explicar la malaria… Entonces fue cuando del Canal Historia me llamaron porque querían que hiciese una serie de televisión y dije: «yo no quiero nada, lo único que pido es que todo mi equipo sea valenciano». Habían cerrado Canal 9 y gran cantidad del audiovisual se había quedado sin trabajo.

Es una de las mujeres más influyentes en el ámbito de la industria química. No sé si hay muchas mujeres en esos puestos.

No, porque es muy difícil.

¿Cómo ha cambiado el papel de las mujeres es esta industria en las últimas décadas?

Sí que te encuentras con directivas pero el problema que tenemos, primero, es que para las mujeres los tiempos son diferentes que para los hombres. Y luego, que no nos han enseñado a asumir riesgos. Yo soy inventora, investigadora, pero soy empresaria porque he arriesgado. Ahí te lo juegas todo y sabes que te puede salir bien o mal. Y luego vocaciones científicas hay muy pocas, y cuando las hay son más para quedarse en la universidad.

¿Cómo se prepara para un viaje de cara a un nuevo proyecto?

¿Después de tantos años? No hay preparación, forma parte de mi día a día. Ni siquiera para la maleta, que la monto en una hora.

© Mètode 2024
Periodista. Revista Mètode.