Entrevista a Adrià Besó

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© Andrea González Garrigas

La naranja, una fruta cítrica muy rica en vitamina C, fue el símbolo de la prosperidad económica valenciana durante los últimos dos siglos. Este fruto del naranjo se convirtió en el mayor estandarte de Valencia: enriqueció a todo aquel que lo cultivaba y fue además inspiración para muchos artistas. Las grandes extensiones de naranjos plagaban a lo largo y ancho la costa levantina y eran la máxima representación del paisaje valenciano.

Adrià Besó, doctor en Historia del Arte, hace un recorrido por la historia de la naranja en Valencia a través de su exposición Horts de Tarongers. Visiones culturales de un paisaje (Jardín Botánico de la Universitat de València). Con él charlamos sobre los inicios del cultivo de la naranja en la Comunidad Valenciana, su importancia económica y artística y el futuro que le espera a esta fruta en nuestros huertos.

 

Hoy en día, ¿la naranja se mantiene como el emblema de Valencia?
Pregunta difícil (ríe). Yo creo que ya no tanto como antes, ahora están intentando que el emblema de Valencia sea esa imagen de modernidad que dan algunas creaciones como la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Una cultura del evento, por decirlo así. Se está intentando sustituir a la naranja como emblema valenciano por cosas más modernas, y algo que está totalmente descontextualizado de lo que es la identidad valenciana.

La naranja es un fruta rica en Vitamina A y C, calcio, fibra, tiene poco colesterol y, además, no requiere excesivos cuidados para su crecimiento. ¿Que sea una planta tan agradecida y rentable fue la clave de su éxito en el pasado?
Creo que más bien, la clave está en su origen. El naranjo fue un árbol de jardín y a lo largo del siglo XIX se produjo su traspaso del jardín al cultivo comercial. Siempre había sido muy apreciado por sus frutos y su belleza en general, pero hacia 1780 el rector Monzó plantó un huerto de naranjos y comenzó a sacar importantes beneficios económicos. Estamos hablando de un huerto valenciano en el cual había muchos árboles apreciadísimos por sus frutos, como las granadas. Pero a partir de este año comenzaron a ocupar casi todo el protagonismo los naranjos. Mucha gente siguió el ejemplo de Monzó y plantó campos de naranjos, cosa que hizo que el rector se mantuviera muy esperanzado con la idea de un futuro próspero para el cultivo… aunque no ocurrió así. El mercado valenciano y el mercado español no estaban preparados para adquirir un alimento que no era de primera necesidad y se producía a gran escala. El resto de países europeos que estaban más avanzados a nivel industrial y a nivel de poder adquisitivo sí que podían hacerlo, pero no tenían todavía los medios de transporte para llevar esa fruta en un tiempo razonable desde aquí hasta sus países. A mediados del siglo XIX se produjo la revolución en los transportes con la construcción de la red de ferrocarriles y la navegación a vapor, que facilitaron la exportación a gran escala. Pero en 1880 tuvo lugar un evento en Valencia,  la exposición de Máquinas Elevadoras de Agua en el llano del Real, que difundió todas las novedades en motores a vapor para elevar el agua. A partir de este momento se rompen los límites y comienza a poblarse toda la plana de huertos de naranjos. La naranja, por tanto, comenzó a ser valorada por dos razones: por un lado, por su rentabilidad económica, porque a finales del siglo XIX i principios del siglo XX, quien tenía un campo de naranjos tenía oro. Por otro lado, era valorada por su belleza.

Es tradicional la estampa valenciana de los señores burgueses como propietarios de las tierras conviviendo con los campesinos, de un estrato social más bajo y que trabajaban en el campo. ¿La relación entre ellos era de colaboración afable o era una relación que marcaba mucho la distancia entre las dos clases?
No era una relación como la típica que nos podríamos esperar por ejemplo de un cortijo andaluz, donde está el señorito y amo por un lado y por otro el trabajador. De hecho muchos autores han tratado el tema tanto a nivel de estudio como a nivel literario. Blasco Ibáñez en su obra Entre naranjos, habla del mercado de Alzira y dice que las hortelanas y la gente que está en el campo van al mercado y parecen señoritas conforme van vestidas. Eso era un ejemplo de los importantes beneficios que reportaba el cultivo de la naranja. Es un cultivo que a la gente que no es propietaria de tierras también les da beneficio. Durante todo el año hace falta trabajar el huerto de manera intensiva, aunque la temporada alta es cuando se hace la recogida, naturalmente. También trabaja gente haciendo las etiquetas, las cajas en las que se almacena… toda una industria alrededor de la naranja. Lógicamente sí que se establecía una relación jerárquica y social entre los burgueses propetarios y los labradores, pero sin que se planteara una lucha de clases. Sobre todo por eso, porque es un cultivo que emplea a muchísima gente y permite cierto bienestar social. Esta idea de la naranja como una «fruta dorada» porque no enriquece solo a quien la cultiva sino a toda la población en general.

¿Y por qué los huertos de naranjos inspiraban tanto a artistas como Joaquín Sorolla o Vicente Blasco Ibáñez?
Pienso que se debe sobre todo a las cualidades estéticas de la planta, que ya estaban reconocidas cuando era un árbol de jardín. Su belleza dejó de ser exclusiva de los jardines y pasó a ocupar todo un territorio. Formó así un paisaje al que Blasco Ibáñez le dedicó una obra entera. Es un reconocimiento a estos valores estéticos que pasaron del árbol individualizado a caracterizar todo un paisaje y un territorio.

Para usted, ¿quién ha sido el artista que más ha hecho por idealizar este concepto del paisaje de naranjos?
Bueno, todos en general. Hay una interrelación en la forma que tienen de ver el paisaje y los naranjos los fotógrafos, los pintores o los escritores. Yo no me atrevería a elegir uno. Todas las manifestaciones a su manera valoran este paisaje. Los que antes se aproximaron a los naranjos fueron los primeros viajeros del siglo XVIII; después Teodoro Llorente o Blasco Ibáñez que son los que comenzaron a cantar el paisaje del naranjo como tal. Se fijaron en la belleza del naranjo y del paisaje. A partir de ahí es cuando pintores como Joaquín Sorolla, Teodor Andreu o Julio Peris Brell introducen esta imagen del huerto de naranjos desde el punto de vista en el que se situa una relación amorosa entre dos personas. Es decir, es el lugar donde se contextualiza una relación amorosa pero con carácter erótico-galante; aquello que narra Blasco Ibáñez en su novela Entre naranjos.  La fotografía y el cine también le dedicaron un espacio, así que más que buscar quién la valora más, yo hablaría de una sucesión cronológica en la apreciación del paisaje desde diversas manifestaciones culturales.

 

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© Andrea González Garrigas

«Se está intentando sustituir a la naranja como emblema valenciano por cosas más modernas, y eso está totalmente descontextualizado de lo que es la identidad valenciana»

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© Andrea González Garrigas

 

 

 

«Tenemos que tener presente la dedicación de nuestros antepasados, sobre todo las horas de trabajo y el esfuerzo humano que hicieron para crear huertos que ahora, lógicamente, están desapareciendo por la falta de rentabilidad económica»

En este recorrido que hace por la evolución de los campos de naranjos siempre está presente una figura clave: el labrador, que con tanto esfuerzo trabajó las tierras. ¿Qué le deberíamos agradecer las generaciones actuales a estas personas?
Como he comentado, los huertos de naranjos son cultivos intensivos. Crecieron con una gran inversión de trabajo humano porque hasta los años cuarenta no tenían tractores y los pozos se cavaban a mano. Fue una gran dedicación de trabajo manual para expandir este paisaje. Eso se tiene que valorar mucho cuando se pretende, por ejemplo, urbanizar y destruir estos territorios. Tenemos que tener presente la dedicación de nuestros antepasados, sobre todo las horas de trabajo y el esfuerzo humano que hicieron para crear huertos que ahora, lógicamente, están desapareciendo por la falta de rentabilidad económica. Se tiene que valorar el esfuerzo que hicieron tanto los propietarios, convirtiendo los secanos en auténticos vergeles, como los asalariados que trabajaban para ellos.

Entoces para usted, el estado de los huertos en la actualidad no es el ideal.
No. De hecho muchos autores hablan ya del fin de la naranja como ciclo económico. Ya no es una crisis puntual como la que se produjo durante la primera Guerra Mundial o durante la postguerra española. No és una crisis coyuntural sino estructural. Esta caída de la rentabilidad ya está teniendo lugar durante prácticamente una década y en los últimos años se nota un progresivo abandono de los campos. Yo voy cada año a Alzira  y Carcaixent para observar los campos y me doy cuenta de que hay huertos abandonados que hace cinco o seis años no estaban así. Además, los que sí que están cultivados no están tan cuidados como antes porque a la gente le cuesta mucho dinero mantener los campos.

En Valencia no es extraño encontrar gente que tiene los típicos campos de naranjos heredados de los abuelos o los padres. Normalmente se dejan abandonados porque no sale rentable ponerlos en funcionamiento. ¿Se deberían idear medidas para que se obtuviera beneficio de éstos y, así, dejaran de estar abandonados?
Muchas veces estos huertos de naranjos se mantienen por el valor sentimental, porque la gente los ve como el símbolo del esfuerzo que hicieron sus antepasados. Yo hablo un poco desde mi experiencia: vengo de una família de labradores y cuando mi padre murió, me tocaron unos cuantos campos de naranjos que solo pude mantener un año porque no podía dedicarle el tiempo que necesitaban y además costaban dinero. Conozco a gente mayor o jubilada que sí que tiene tiempo para hacerse cargo, pero cuando ellos mueran, los hijos no lo van a poder mantener porque es imposible. Y durante los últimos años se pensaba que la gran alternativa era urbanizar las tierras, un modelo que afortunadamente entró en crisis porque no era sostenible sino meramente especulativa. Otros cultivos ahora están intentando reflotar la producción valenciana. Uno de los más exitosos actualmente es el del caqui porque resulta rentable económicamente. Hay otros huertos de naranjos que se han transformado en huertos rurales para ser rentables o que venden las naranjas por Internet. Este último modelo es muy curioso porque incluso te invitan a ir al huerto a coger tú mismo las naranjas o puedes adoptar un árbol y te ponen una cámara web para que puedas ver cómo crece. Además estos lugares se encuentran enmedio de paisajes preciosos donde se pueden organizar eventos como caterings o bodas.

¿Cree que llegará un día en el que los huertos valencianos desaparezcan y sean solo un recuerdo lejano?
Sí, el naranjo va a desaparecer como árbol dominante del paisaje valenciano y, además, no tardará mucho. El problema se debe a una excesiva oferta de la fruta y a unos costes muy altos de producción como resultado de una falta de planificación estratégica a nivel institucional. No tenemos que perder tampoco de vista que además del valor económico que puede tener la naranja, el paisaje de naranjos tiene un enorme valor cultura. Ningún otro cultivo en el País Valencià tuvo en el pasado tanto valor estético ni fue tan pregonado a nivel social. Había otros cultivos muy importantes en este momento como el arroz o la viña pero ninguno tuvo tanta proyección. La naranja ha marcado incluso la imagen de Valencia y de España, pero parece que en unos años nos hemos olvidado de todas estas cuestiones. Este proceso ha ido ligado a un intento de cambio de imagen; ahora en Valencia la naranja ya no interesa porque toca promocionar modernidades como la Ciudad de las Artes y las Ciencias y la Fórmula 1. No quiero decir con esto que nos tenemos que quedar anclados en el pasado. Hay que progresar y mirar al futuro, pero sin olvidar ni renunciar a nuestro pasado y a nuestras señas de identidad. Una de ellas es este paisaje, del cual nos tendríamos que sentir orgullosos porque buena parte de la prosperidad actual fue fruto de sus beneficios.

Andrea González Garrigas. Estudiante de Periodismo de la Universitat de València.
© Mètode 2013.

 

 

«Muchos autores hablan ya del fin de la naranja como ciclo económico. Ya no es una crisis puntual como la que se produjo durante la primera Guerra Mundial o durante la postguerra española. No és una crisis coyuntural sino estructural»

© Mètode 2013