Todos somos africanos, asegura este genetista y escritor italiano. Y si quisiéramos hallar europeos «genuinos» tendríamos que remontarnos más de 30.000 años atrás en la historia, al momento en que se extinguieron los últimos neardentales. A través del estudio del código genético de nuestros antepasados, Guido Barbujani (Adria, 1955) trata de dibujar la historia de las grandes migraciones humanas, de aquellos primeros homínidos que salieron de África para poblar todo el planeta y que tuvieron que ir adaptándose a las condiciones que fueron encontrando. Esa movilidad de nuestros antepasados ha ido modelando nuestra especie y, a pesar de que todos tengamos un ADN muy diverso, asegura Barbujani que seguimos formando parte de una continuidad genética.
Guido Barbujani es catedrático de genética y genética de las poblaciones en el Departamento de Ciencias de la Vida y la Biotecnología de la Universidad de Ferrara, donde investiga diferentes aspectos sobre la diversidad humana. Considera que el concepto raza aplicado al ser humano no existe, que es un error hablar de etnias y que el mejor término para recoger toda la riqueza y variedad de la humanidad es poblaciones.
Hace trenta años, junto al bioestadístico y antropólogo australiano Robert Sokal, trató de desarrollar científicamente una teoría de Darwin según la cual si pudiéramos trazar un árbol genealógico completo de las lenguas del planeta, obtendríamos el árbol genealógico más completo de la historia humana de las migraciones. Sin embargo, en aquel entonces, aquella empresa fue imposible y abandonaron la investigación. Ahora Barbujani la retoma. Lidera un proyecto internacional en el que participan antropólogos, lingüistas y genetistas de diferentes países. Durante cuatro años tomarán muestras genéticas de poblaciones de todo el planeta y estudiarán sus lenguas. Porque al final, asegura Barbujani, todo se trata de contar y descifrar buenas historias, que es lo que permite la genética de poblaciones. Barbujani participó en el ciclo «Evolución y cultura», en Barcelona, organizado por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y B-Debate. «Me interesa escuchar y contar historias. La genética evolutiva, a la que yo me dedico, es como una larga historia, como una novela con muchas aventuras y giros en la trama y personajes extremos», afirma. «Imagínate: la vida de los neardentales, la de los seres humanos que salieron de África, cuando se encontraron… ¡fascinante!» ¿Qué nos cuenta el estudio de la genética de poblaciones anteriores?¿Qué nos cuenta el estudio de la genética de poblaciones anteriores? ¡Muchísimo! Las fuentes históricas y la arqueología no pueden explicar nuestra historia, que es muy antigua. Personas con un cerebro como el nuestro estaban ya en África hace 150.000 años. Y si bien disponemos de muchos detalles de los milenios siguientes, de esa primera fase solo tenemos la información contenida en nuestro ADN, que no es muy clara, no es que podamos abrirla, leer y encontrar respuestas ahí. Pero tenemos instrumentos estadísticos para hacer preguntas y tratar de hallar explicaciones. Y aunque de momento entendemos muy poco, poco es más que nada, ¿no? ¿Por qué resulta tan difícil leer nuestra historia en el ADN? Para responder a esta pregunta, a mis estudiantes en la facultad les cuento que es como si tuviéramos un chorizo y lo cortásemos en dos o tres pedazos. El chorizo es rojizo y tienes algunos trozos blancos, ¿verdad?, la grasa. Pues el trabajo de un genetista como yo es, a partir de la posición del blanco en uno de los pedazos del chorizo, averiguar cómo está ubicada toda la grasa en la pieza entera de embutido.
No parece nada fácil… Y no lo es, pero podemos ir extrayendo algunos datos. Ahora tenemos información de ADN antiguo, por lo que podemos llegar a mejores conclusiones y aprender más. Hace tan solo cincuenta años nadie sabía que el ser humano es una especie africana. Y ahora, en cambio, podemos afirmar, gracias al estudio del código genético, que todos somos africanos.
Esa es una afirmación un tanto polémica. Es dudoso que los partidos de extrema derecha que cada vez están ganando más poder con discursos racistas en Europa compartan esa idea. Ese es un problema y grave. Fíjate, las palabras raza y racismo, racista, son casi parecidas, tienen la misma etimología. Pero son cosas muy diferentes. Los problemas de integración de gente diferente existen y existirían también si los inmigrantes vinieran de otro lado. Cuando los primeros albaneses llegaron a Italia tuvimos los mismos problemas que ahora vivimos en Lampedusa con la llegada de lanchas y cayucos llenos de subsaharianos. No es un problema de color de piel, sino económico, social y psicológico muy fuerte. Y no es nuevo. En la Grecia clásica, en el siglo v aC, considerada la cuna de la cultura occidental, el mundo estaba divido en dos: griegos y bárbaros, los que son como yo y los que son diferentes. Y eso es así, una realidad psicológica que no hay estudio biológico que pueda cambiarla. Ahora bien, los problemas comienzan si nos quedamos en esta diferencia y no tratamos de ver si tenemos algo en común con esta gente que parece distinta. El caso más paradigmático es el de tutsis y hutus en Ruanda. Se mataban entre ellos, se odiaban simplemente porque unos eran tutsis y los otros hutus. Olvidaban que tenían muchas más cosas que los unían: eran todos de Ruanda, trabajadores, africanos, humanos. Lo importante es no detenernos en lo que nos hace diferentes sino buscar aquellas cosas que tenemos en común.
Hutus y tutsis creían que eran dos etnias distintas… No me gusta la palabra etnia. Prefiero usar población. Hace apenas dos siglos, la gente pensaba que de la misma manera que hay razas de perros, de caballos, de gatos, también las había de humanos. Y se escribieron muchos catálogos de razas humanas… algunas incluso publicadas por científicos serios y luego otras como The Negro, a Beast (“El negro, una bestia”), publicado en 1900 en Saint Louis, en los EE UU, que es una verdadera barbaridad. ¿Sabes lo único que tenían en común todos los catálogos sobre razas humanas que publicaron científicos rigurosos? ¡Que se contradecían! Hay toda una larga historia del fracaso del concepto de raza. Es cierto que si miras el ADN, encuentras diferencias. Pero toda esa diversidad son diferentes formas en un continuo. Es racista hablar de razas, pero es un error pensar que la humanidad la constituyen grupos bien distintos y que puedes poner a cada individuo en un cajón con una etiqueta encima: caucásico, oriental, negro… Y cuando usamos el término etnia en el fondo estamos aplicando el mismo concepto que raza; nos estamos refiriendo a una diversidad discontinua y eso no funciona, no sirve y no es útil para comprender la humanidad. Por tanto, es más adecuado que hablemos de poblaciones.
La psicología evolutiva a menudo explica el racismo como una estrategia de supervivencia: nuestros antepasados tenían que saber rápido si quienes tenían enfrente eran amigos o enemigos. Y una forma fácil de averiguarlo era a través del aspecto físico. Es posible que sea así. Pero la psicología evolutiva es una ciencia muy rara [ríe], que dice que lo que somos ahora es una consecuencia de la evolución en el pasado. Y en cierta medida es cierto, la evolución se basa en la selección natural, pero también tiene un peso importante la casualidad. No estoy tan seguro de que todo lo que somos ahora es porque necesitamos ser así. Quizás sí o quizás no. Es como hablar del horóscopo, seguramente hay algo de verdad en el hecho de que uno sea Escorpio y sea así o asá. Puede ser que sí, que los astros en el momento de nuestro nacimiento influyan en cómo somos, pero no hay una base científica para decirlo. Y en este sentido creo que la psicología evolutiva afirma cosas plausibles que son difíciles de demostrar empíricamente.
«La genética evolutiva, a la que yo me dedico, es como una larga historia, como una novela con muchas aventuras y giros en la trama y personajes extremos»
Jordi Play
«Los problemas de integración de gente diferente existen y existirían también si los inmigrantes vinieran de otro lado»
Jordi Play
¿Qué datos usa la genética evolutiva para estudiar poblaciones? En el pasado reciente, hace cincuenta o sesenta años, solo disponíamos de las frecuencias de grupos sanguíneos. En los noventa se empezaron a publicar los primeros datos de ADN y ahora usamos datos genómicos, lo que nos da una potencia de fuego increíble. Podemos leer todo el genoma de una persona y eso nos aporta una enorme cantidad de datos e información sobre la historia de las poblaciones humanas, sobre migraciones, contactos entre poblaciones… Eso sí, necesitamos tener modelos. Te pongo un ejemplo: en los últimos años empezamos a estudiar a los etruscos, una de las poblaciones de la Italia prerromana. En casa mi madre siempre decía que nosotros éramos etruscos. Que mi color de ojos, que no es bien bien azul, es etrusco [ríe mientras abre bien los ojos]. En mi laboratorio contábamos con una pequeña cantidad de secuencias de ADN que databan del periodo central de la cultura etrusca y queríamos saber si son los antepasados de la gente que ahora vive en las mismas áreas donde lo hicieron ellos. Tomamos muestras de poblaciones actuales de varias zonas de Italia en las que se habían asentado los etruscos y tratamos de ver si existía una continuidad genealógica simplemente haciendo simulaciones con el ordenador. Comparábamos, por una parte, modelos en los que los etruscos eran los antepasados de los habitantes actuales en esas zonas; y por otra, modelos en que no eran los antepasados y los italianos de ahora tienen un origen biológico diferente. ¿Y qué pasó? ¡Una hecatombe familiar! ¡Casino! Descubrimos que mi familia no tiene nada que ver con los etruscos. Mi madre aún no me cree, «¿estás seguro, hijo?», me pregunta [ríe a carcajadas]. Pero también descubrimos que sí que hay poblaciones en la actualidad en el centro de Italia que comparten ADN con los etruscos, eso sí mezclado con otros que llegaron por migración. Curiosamente, a cincuenta kilómetros de distancia de donde hemos tomado las muestras ya hay poblaciones que no tienen nada que ver con los etruscos. Nuestros cromosomas son pedazos de códigos genéticos de diferente origen. Es difícil pensar que todos nuestros antepasados procedían del lugar en que cada uno de nosotros ahora vivimos. Y eso se ve en el ADN. De hecho, la historia de las grandes migraciones está escrita en nuestros genes. ¿Y la podemos leer así, tal cual? Hay casos muy claros en que sí, como cuando conocemos la historia. Por ejemplo, en el caso de la colonización de América del Sur es sencillo porque sabemos qué buscar. Hemos visto que el ADN de los habitantes de las metrópolis de Latinoamérica tiene una contribución masculina más alta desde Europa y una femenina más elevada por parte de los nativos que ya estaban allí; o desde África. En otros casos en los que no tenemos una idea histórica de lo que sucedió es mucho más difícil. En ese sentido, ahora nos han concedido unos fondos europeos justamente para investigar más sobre diversidad genética y esclarecer algunos capítulos aún oscuros de la historia de la humanidad. Se trata de un proyecto que retoma una vieja idea de Charles Darwin, quien dijo que «si poseyéramos un árbol perfecto de las lenguas humanas, entonces dispondríamos del mejor árbol posible de la historia de las poblaciones». Confrontar genes y lenguas… A finales de los años ochenta había dos grupos de investigación, uno en California liderado por el genetista italiano Luca Cavalli-Sforza y otro en Nueva York, con Robert Sokal. Ambos comenzaron a trabajar en este área el mismo año y a pelearse por ver quién fue el primero en hacerlo. Yo en aquel entonces estaba en el laboratorio de Sokal y junto a él tratamos de desarrollar métodos para poder establecer esa comparación entre genes e idiomas. El problema era que, si bien gustaba mucho a los biólogos, los lingüistas creían errónea la idea de comparar las lenguas a través de su léxico.
¿Por qué? Pensemos en la palabra española mucho y la inglesa much, son casi idénticas y significan lo mismo. Sin embargo, los lingüistas te dicen que tienen un origen muy distinto. Hay palabras que parecen muy similares en distintos idiomas pero es por pura casualidad. Hace poco hablaba con una chica china y le pregunté cómo decían mamá en chino y ella me respondió mámma, ¡como en italiano! El léxico da problemas, los lingüistas dicen que se pueden hacer comparaciones dentro de una misma familia de lenguas, pero no entre familias distintas. En los años noventa abandonamos esos estudios porque era un problema que no podíamos solucionar.
Pero ahora retoma esa idea. Recientemente un lingüista italiano que vive en Inglaterra, Pino Longobardi, ha desarrollado un método para establecer comparaciones no de las palabras sino de la estructura profunda de las lenguas, es decir de la gramática y la sintaxis. Según Longobardi, las palabras cambian muy rápido, solo hace falta pensar en pizza, por ejemplo, que es universal. En cambio, la posición del verbo en la frase, que en alemán es siempre al final y en inglés en el medio, eso no cambia. Y son estas características abstractas de los idiomas las que nos permiten establecer comparaciones de largo alcance. El fondo europeo del Consejo Europeo de Investigación que nos han concedido es para establecer una comparación de los genes y de los idiomas en todo el mundo usando este método. Las muestras genéticas van a ser recogidas por un grupo de antropólogos y una serie de lingüistas están ya haciendo las comparaciones de idiomas; ya llevan unos veinte. Es realmente muy complicado porque tienes que tener un conocimiento profundo de la lengua y en muchos casos implica aprenderla. Nosotros en Ferrara nos encargaremos de hacer los análisis bioestadísticos de las muestras. Como al menos pasarán cuatro años antes de que todo el material esté recogido, lo que estamos haciendo ahora es con los idiomas que ya están descritos, estamos empezando a recopilar datos genéticos en Internet, datos públicos, para poder hacer análisis preliminares y comprobar así si el método funciona y cómo podemos aplicarlo.
Tal vez logren resolver el misterio del eusquera, cuya procedencia sigue siendo desconocida. Venimos todos de África. La historia personal de un vasco puede ser bien diferente a la de otro vasco. Somos criaturas muy complicadas y nuestra identidad no es solo la música que nos gusta, las pelis que nos gustan, nuestras costumbres sexuales. ¡Yo tengo algo en común con Silvio Berlusconi! Italiano, hombre, quizás con la misma filiación política… ¡Qué va! Pero nos gusta el mismo equipo de fútbol y eso es parte de mi identidad. Nuestra identidad son mil cosas y cuando empezamos a decir que solamente esto es importante o aquello, nuestro origen biológico o el equipo de fútbol, entonces empezamos a crear conflictos donde no hay motivos. Cuando hablamos de identidad, siempre debemos tener en la cabeza que es algo muy complejo que no se puede sintetizar en una sola cosa. ¡Somos miles de cosas! Es una enorme pérdida cuando puedes definir tu identidad con una palabra o dos o tres.