Rossana Zaera: «La intuición que guía al artista es la misma que guía al científico»

Filósofa y artista plástica

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zaera-portadaJose Antonio Arias Centelles

Rossana Zaera tiene los cabellos grises, la piel clara y una mirada profunda. Sin embargo, no son sus rasgos físicos los que la caracterizan, sino la personalidad de su obra. De pequeña quería ser médica, pero más tarde decidió licenciarse en filosofía y ha acabado siendo artista plástica, evolución que deja huella en su obra. De hecho, su última exposición está inspirada a partir del sistema nervioso central, pero no deja de ser un grito de esperanza. En el jardí de la neurobiología, que se puede visitar en el Palacio de Cerveró de la Universitat de València hasta este viernes 5 de junio, ofrece un tratado de anatomía repleto de sensibilidad y precisión. Pero, además muestra una estancia en la habitación 450 del Hospital General de Castellón, en la que la artista tuvo que pasar numerosas horas a causa de una enfermedad neurológica de su hijo. La plasmación de estas circunstancias personales consigue crear una dimensión íntima y una complicidad especial entre la autora y el espectador. Pero, sobre todo, consigue hacer presente que ciencia y arte continúan caminando de la mano.

Iba para médico pero, tras licenciarse en filosofía, acabó dedicándose a las artes visuales. A simple vista es un gran cambio, ¿no?
Yo creo que sólo es un camino. Hay caminos más largos que otros. Cuando en el colegio tuve que elegir entre ciencias o letras, elegí ciencias porque quería estudiar medicina pero tuve la suerte de que, en los planes de estudios de entonces, los de ciencias, aún pudiéramos estudiar filosofía. La filosofía me hizo vivir en las preguntas. El día que fui a Valencia a matricularme de medicina, volví a casa con el resguardo de la matrícula de filosofía. Aquellos primeros años fueron maravillosos y muy intensos, y me di cuenta de que mi verdadera vocación era el arte. En tercero de filosofía entré en la Facultad de Bellas Artes, pero sólo hice un curso. Tuve que dejarlo por problemas de salud. Al licenciarme y volver a Castellón, me matriculé en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Castellón. En 1989 cree mi propio estudio donde, desde entonces, me he dedicado con pasión a las artes visuales, compaginándolas con proyectos de diseño.

«Lo ideal sería que todos pudiésemos percibir el mundo como un todo. La vida es la misma, como objeto de estudio, tanto para el científico como para el poeta»

 

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¿Cómo se explica que actualmente en el sistema educativo haya una separación tan pronunciada entre ciencias y humanidades?

El paradigma imperante de nuestra sociedad occidental sigue teniendo una concepción del mundo mecanicista y compartimentada. Sigue queriendo explicar el mundo analizándolo por partes. Sin embargo, los problemas no se pueden estudiar separadamente. Una visión más holística del mundo nos permitiría ver que todo está conectado, que la parte no explica el todo si no es mediante su interacción con él. Por poner un ejemplo, es como mirar a través de un teleobjetivo o de un gran angular. El paisaje es el mismo pero con el teleobjetivo sólo ves una pequeña parte y con el gran angular lo abarcas todo. Lo ideal sería que todos pudiésemos percibir el mundo como un todo. La vida es la misma, como objeto de estudio, tanto para el científico como para el poeta.

Adentrémonos en su obra, ya que en ella se observa que la exploración del cuerpo humano es una constante. ¿A qué se debe?
Yo diría más bien que mi constante es la exploración de las sombras del ser humano: el sufrimiento, la enfermedad, la soledad, la muerte y, entre ellas, el cuerpo como territorio común, espejo de marcas y signos donde todos podemos reflejarnos. En muy pocas ocasiones he dibujado la figura humana como tal. Siempre he explorado su interior. Sin embargo, cuando mi hijo estuvo enfermo sentí, por primera vez, la necesidad de pintarlo. Su cara triste, su cuerpo en la cama, sus pies, sus piernas bajo las sábanas. Todo lo contrario de las habitaciones y las camas que he pintado tantas veces: vacías, anónimas, sin testigos.

Cuenta que de pequeña le asustaba el Tratado de anatomía humana de Leo Testut. Sin embargo, con el paso de los años, pasa a ser fundamental en su vida. ¿Cómo se explica este cambio?
Me asustaban en general todos los libros de ciencias naturales que hablaban del cuerpo humano. Cómo funcionaba, de qué estaba formado, sus increíbles glóbulos blancos y rojos que corrían por mi cuerpo sin que yo pudiese intervenir, o el corazón que seguía latiendo mientras yo dormía. Eran cosas que no entendía. Pero un día mi padre enferma y yo lo quiero curar. Y para eso es necesario saber más sobre el cuerpo, sobre el agua, las vitaminas y proteínas que necesita, y en el colegio preparo una dieta para curarlo. Pero al llegar a casa ya no está. No pude despedirme. Yo tenía doce años. Ser médico me parecía una obligación. Con los años comprendí que aunque lo fuera, no hubiera podido devolverlo a la vida. Y hay otras formas de curar. El arte también es terapéutico.

«Mi constante es la exploración de las sombras del ser humano: el sufrimiento, la enfermedad, la soledad, la muerte y, entre ellas, el cuerpo como territorio común»

«Con los años comprendí que aunque hubiera sido médica, no hubiera podido devolver mi padre a la vida. Y hay otras formas de curar. El arte también es terapéutico»

 

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En su última exposición, En el jardín de la neurobiología, representa el sistema nervioso. ¿Es consciente del gran ejercicio de divulgación científica que realiza a través de sus obras?

Bueno, si es así me alegro. Para mí no hay fronteras entre al arte y la ciencia. Es importante comunicar, conectar con el otro para que así se interese por lo que está viendo, leyendo, escuchando. El arte siempre aporta una nueva mirada, y si esa mirada aporta conocimiento, mucho mejor, pues, como escribió Nietzsche, no hay nada más dulce.

¿A qué tipo de público va dirigida?

A todo el público en general. Bueno, tal vez, a los niños y niñas que como yo tuvieron miedo de sus propios cuerpos, y también a las personas que no lo tuvieron y continúan teniendo curiosidad por lo que no está simplemente a la vista. Me gustaría llegar al corazón de los médicos y estudiantes, y contribuir a humanizar la medicina.

Referencias a Leo Testut, Ramón y Cajal, e incluso a Rachel Carson con las mariposas… ¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
El Tratado de anatomía humana de Leo Testut siempre ha estado en casa, y he pasado muchas horas ojeándolo. Un día decidí dar color a aquellos pequeños dibujos, y realizar mi propio tratado de anatomía sobre el sistema nervioso central. Testut cita también a Ramón y Cajal, al que siempre he admirado como científico. Elegí su texto sobre el jardín de la neurobiología porque creo que sitúa al espectador justamente en el centro del jardín de esta exposición. Sin embargo, yo no conocía a Rachel Carson. Fue Àlvar Martínez, director adjunto del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero, quien me habló de ella. Yo todavía no había encontrado el título definitivo para la serie compuesta de pequeños fanales de cristal, en cuyo interior, sobre raíces, se posan libélulas realizadas con agujas hipodérmicas antiguas y semillas de arce. «Primavera silenciosa –me dijo Àlvar–, yo lo titularía: Primavera silenciosa.» Y fue entonces cuando me contó la historia y me habló del libro de Rachel Carson. Él bautizó esta serie. Primavera silenciosa me pareció un título precioso.

«Para mí no hay fronteras entre al arte y la ciencia. El arte siempre aporta una nueva mirada, y si esa mirada aporta conocimiento, mucho mejor»

El sistema nervioso, y en general la ciencia, siguen ofreciéndonos imágenes bellísimas que nos hacen seguir preguntándonos. Eso es hermoso y nos hace avanzar»

 

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«El jardín de la neurobiología brinda al investigador espectáculos cautivadores y emociones artísticas incomparables», escribió Ramón y Cajal. ¿Casi cien años después continua siendo válida esta afirmación?

Yo creo que sí. Y más ahora con las nuevas tecnologías, con los nuevos métodos de microscopía electrónica. El sistema nervioso, y en general la ciencia, siguen ofreciéndonos imágenes bellísimas que nos hacen seguir preguntándonos. Eso es hermoso y nos hace avanzar. No puedo ni imaginar lo que hubiera hecho Cajal si hubiera podido utilizar uno de estos nuevos microscopios electrónicos…

¿Cuánto tiene el arte de investigación y la investigación de arte?
Es que yo creo que en el arte hay investigación. La investigación no sólo es patrimonio de la ciencia. Sin investigación no hay arte, tampoco lo hay sin reflexión, sin experimentación. El artista y el científico comparten los mismos momentos de fracaso y de éxito en su camino hacia el objetivo final: producir conocimiento. El taller se parece mucho al laboratorio. El procesos creativo es el mismo. La intuición que guía al artista es la misma que guía al científico.

Émile Zola entendía el arte como modo de expresar la naturaleza, la creación. ¿Cómo lo entiende usted?
El arte es mi forma de estar en el mundo. A través de él entiendo la vida, mi relación con los otros, con la naturaleza. No sé explicarlo de otro modo. Tal vez con palabras de Marina Tsvietáieva: «Para mí la vida solo tiene sentido cuando ha sido transformada, es decir, en arte».

Teresa Ciges. Periodista y estudiante del Máster en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica. Universitat de València.
© Mètode 2015.

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«El artista y el científico comparten los mismos momentos de fracaso y de éxito en su camino hacia el objetivo final: producir conocimiento. El taller se parece mucho al laboratorio»

© Mètode 2015

Periodista y estudiante del Máster en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica. Universitat de València.