Íngrid Lafita | ||
La variedad de cosas que los humanos hacemos para entretener el tiempo es inmensa. En cuanto tenemos las necesidades básicas cubiertas, dedicamos el excedente de horas a todo tipo de cosas, algunas nobles y meritorias y otras indignas o triviales. Algunas tienen que ver con la mejora de la condición humana y la reflexión sobre lo que somos y lo que hacemos. Otras se ocupan de facilitar las actividades cotidianas mediante cambios en nuestra manera de trabajar o de movernos. Algunas expresan lo que llevamos dentro, de formas más o menos artísticas. El motor de todo esto resulta ser alguno de los instintos primarios, incluso la satisfacción de saber más que el vecino o, por qué no decirlo, dominarlo si es posible. A alguna de estas actividades la llamamos «ciencia». Hace siglos que los filósofos discuten sobre la definición de lo que es y lo que no es ciencia y, si tuviera que apostar algo, diría que el debate continuará mientras sea posible hacer carreras académicas sobre este tema. A nivel práctico, a menudo nos encontramos ante una actividad que se presenta como científica y nos hace falta saber si lo es no. La ciencia es una buena ayuda para tomar decisiones; por lo tanto, un producto o una recomendación que tenga el aval de la ciencia tiene mucho a su favor para convencernos. Sea cual sea la propuesta, tanto si trata de salud, como de alimentación o de tecnología, la diferencia yace en si tiene un sello científico o no lo tiene. ¿Por qué alguien podría querer hacer pasar por ciencia una cosa que no lo es? Por muchas razones, todas ellas bien comprensibles y humanas. Para empezar, la ciencia tiene un prestigio. Algunas aplicaciones de la ciencia no y, en algunos entornos, el progreso tecnológico no es bien recibido; pero en general es bueno tener la ciencia a tu lado. Aunque sea con un criterio utilitario, la ciencia da comodidades y ayuda a alargar la vida. Además del prestigio, está la cuestión nada despreciable del dinero. La posibilidad de etiquetar un producto o un servicio como científicamente comprobado permite darle un precio más alto, independientemente de si esto está justificado o no. Y, en muchos casos, hay un elemento de autoestima. Cuando una persona dedica un tiempo a intentar averiguar alguna cosa sobre el mundo, es normal que quiera ser considerado parte del club científico. Se supone que la ciencia es eso: averiguar cosas sobre el mundo. Seguramente hay más, pero estos tres deben de cubrir la mayor parte de los casos. Todos los que nos dedicamos o nos hemos dedicado a la ciencia queremos ser reconocidos como científicos y estamos dispuestos a discutir con cualquiera que nos niegue esta condición. También estamos dispuestos a cerrar el paso a cualquiera que pretenda ser miembro del club pero no presente las credenciales necesarias. Algunos ignoran el tema, muchos refunfuñan por lo bajini y otros hacen una ruidosa oposición. Para pena mía, pertenezco al tercer grupo. Mi dedicación a tiempo parcial vigilando la frontera de la ciencia me ha llevado a definir una «prueba del algodón» que permite, con mucha facilidad, determinar si una actividad humana es ciencia o no. No tiene ni punto de comparación con los trabajos de Popper ni de Kuhn, pero tiene la ventaja de que se puede explicar en cinco minutos a cualquier persona. Se trata de detectar la presencia o no de cuatro palabras que empiezan por la letra D: datos, debate, descartar y difundir. Si falta alguna de ellas, no es ciencia. |
«El elemento inicial de cualquier actividad científica es que está basada en datos» |
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Irene Yuste La «prueba del algodón» científico viene determinada por la presencia o no de cuatro palabras que comienzan con la letra D: datos, debate, descartar y difundir. Si falta alguna, no es ciencia. |
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Primero los datos El elemento inicial de cualquier actividad científica es que está basada en datos. La palabra «dato» se presta a muchas interpretaciones pero tiene que ser posible llegar a un consenso sobre lo que es un dato y lo que no lo es. Un dato, en la definición más básica, es una unidad de información sobre el mundo. Es el resultado de un experimento o de una observación, en función de qué parte del mundo estemos estudiando. En muchos casos es por donde se escabullen las mentiras: hoy mismo he leído que durante la epidemia de gripe que arrasó Europa hace un siglo, el 80% de las personas que tomaron homeopatía se salvaron. Este presunto dato es falso y quien lo ha escrito lo sabe, pero un lector desprevenido (o convencido) la podría dar por buena. Si los datos no son de fiar, todo el edificio se hunde. La necesidad de datos es un elemento en común con muchas otras actividades humanas que no son científicas. Los deportes, por ejemplo, se basan en datos: cuántos goles ha marcado un equipo u otro, qué tiempo ha hecho un atleta. ¿Son ciencia los deportes? |
«Un aspirante a científico que no acepte el debate, que haga trampas o que pida un trato especial demuestra que su actividad no es ciencia» |
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Fogg Museum/ Harvard Art Museum |
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DESPUÉS EL DEBATE Un ritual de paso para entrar en el club de la ciencia es someterse al debate. Y no es un debate amistoso a pesar de que, al menos en público, se intentan mantener las formas. Es un debate encarnizado, a muerte. Le va la vida a las teorías de unos y de otros. Y detrás de las teorías va la publicación, la beca, la patente, la plaza del profesor, la autorización para vender un fármaco o cualquiera de esas cosas mundanas que afectan a los científicos en su vida cotidiana. Por lo tanto, es un debate serio. Un aspirante a científico que no acepte el debate, que haga trampas o que pida un trato especial demuestra que su actividad no es ciencia. Sí, en el pasado se dieron casos de científicos que fueron ignorados, silenciados y cosas peores. Eran otros tiempos. Hoy en día, cuando alguien se compara con Galileo es una clara señal de que ha llegado el momento de poner fin a la conversación. La experiencia de todos nos indica que el debate es una actividad humana muy habitual. No es exclusiva de la ciencia y está muy presente en cualquier situación donde haya dos personas o más. Continuando con el ejemplo de los deportes, el debate es una parte esencial, forma parte de la competición. Igualmente en política y en arte. Ahora nos puede parecer extraño pero hace un siglo hubo peleas entre los asistentes a un concierto con obras de Schönberg y otros miembros de la escuela de Viena, igual como pasa hoy en día en algunos eventos deportivos. Descartar, LA CLAVE Hasta ahora muchas actividades humanas cumplen los requisitos: se basan en datos y se prestan al debate. La tercera D es la que, según mi opinión, distinguen la ciencia del resto. La mayoría de filósofos de la ciencia han centrado sus esfuerzos en este punto. El debate sobre el «criterio de demarcación» intenta establecer el límite de lo que es y lo que no es. Los argumentos pueden llegar a ser complicados y, desde el punto de vista de los practicantes diarios de la ciencia, incluso irrelevantes. Durante todos mis años en el laboratorio, nunca oí a nadie que dijera «con este experimento falsearemos la hipótesi»» o «estos resultados no son interpretables según los paradigmas vigentes». En cambio, sí que oí a menudo decir «con estos resultados tenemos que descartar nuestra hipótesis». Descartar es la clave. La ciencia es una actividad que descarta. Si sólo tuviera diecinueve caracteres para hacer este artículo diría: la ciencia descarta. Aquí es donde la ciencia se separa de los deportes, por ejemplo: los resultados, los récords y todo lo relacionado se queda allá, por mucho que podamos debatir sobre si era penalti o no. En política, tres cuartos de lo mismo. El debate puede ser largo y acalorado, pero raramente se llega a un punto en el que los participantes descarten su punto de vista inicial. Quizás los datos sean incontestables (dicha inversión se hizo o no se hizo), pero el debate sobre los motivos que llevaron a hacer o no la inversión son tan abiertos que, incluso si estamos de acuerdo con el dato, nuestro prejuicio político nos llevará a justificarla. Obviamente la gente cambia de ideas políticas a lo largo de su vida, pero raramente es fruto de un debate puntual. Es más bien la acumulación de experiencias lo que nos lleva a cambiar el voto. Y en el mundo de las artes aun es más visible el fenómeno contrario: las artes acumulan. Quizás hoy en día no hay nadie que escriba sinfonías al estilo de Beethoven o novelas de caballerías como las medievales, pero estas obras aun están ahí para nosotros, siglos después de dejar de ser novedades. Descartamos obras cada día, pero esto es por un proceso de filtraje que, a cada generación, determina un canon de obras que pasa a la siguiente generación. Los cánones se revisan y por eso, de vez en cuando, «redescubrimos» algún autor antiguo, con lo cual aun enredamos más la madeja. La ciencia descarta a un ritmo constante: cada semana se publican artículos que descartan ideas, grandes o pequeñas. Las verdades provisionales de la ciencia desechan otras variedades provisionales tan rápidamente que hay que estar siempre encima de los temas para no perder el hilo. |
«Muchas actividades humanas se basan en datos y se prestan al debate. Descartar es la clave. La ciencia es una actividad que descarta» |
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CERN La ciencia es una actividad social y, como tal, obliga a sus practicantes a difundir el conocimiento que han obtenido. En la imagen, conferencia de prensa en el CERN. |
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DifusióN, lA obligacióN El último punto es discutible, si queréis, pero yo lo mantengo y estoy dispuesto a debatirlo. La ciencia es una actividad social y, como tal, obliga a sus practicantes a difundir el conocimiento que han obtenido. Podríamos, incluso, argumentar que la ciencia no es completa hasta que alguien pone por escrito aquello que ha descubierto sobre como funciona el mundo y lo da a conocer a sus congéneres. Toda la actividad privada, a menudo secreta, que tiene lugar en los laboratorios del mundo, solo es ciencia si en algún momento se convierte en pública. Incluso la investigación industrial o militar, que se hace en condiciones de máximo secreto, a menudo tiene que pasar por algún tipo de publicación en forma de patente. El ejemplo de Newton retrasando la publicación de sus estudios sobre óptica hasta después de la muerte de Hooke dice mucho de la baja calidad humana de Newton. Como ciencia, es cierto que estos escritos eran igual de geniales dentro del cajón que en las librerías pero, hasta que no se cierra el círculo que va de la obtención de datos hasta la difusión de los resultados, no se puede decir que se haya hecho ninguna contribución a la ciencia. Un ejemplo comparable seria la familia Chamberlen, que mantuvo en secreto la invención del fórceps durante más de un siglo. Desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia, seguramente este último punto no sería necesario. Pero la sociología de la ciencia no deja lugar a dudas: las relaciones de poder entre científicos también incluyen el prestigio de las publicaciones, el debate posterior, las citaciones, el tener en cuenta unas publicaciones y no otras a la hora de plantear la investigación misma. ¿DÓNDE NOS LLEVA TODO ESTO? No hay que perder ni un minuto intentando distinguir entre la ciencia y la política o la literatura. Algunas ciencias sociales y humanas estudian la política y la literatura con las herramientas que tienen al alcance y, en la medida de lo posible, llegan a resultados que cumplen las cuatro D. Pero como actividad humana, un diputado o poeta no intentarían nunca convencer a sus electores o a sus lectores diciendo que están haciendo una actividad científica. Entonces ¿Quién tiene interés en entrar dentro del club de la ciencia, beneficiarse del prestigio, ganar dinero y poder explicar a todo el mundo que su actividad es tan científica como la de cualquier premio Nobel? Por un lado, los científicos, claro está. De eso se trata: de hacer carrera y ganarse la vida en un entorno que reconozca el propio esfuerzo como contribución a la ciencia, aunque sea modesta. Po otro lado, los seudocientíficos. Aquí es donde surge el problema. La seudociencia viene a ser como el Lord Voldemort de la ciencia: un archi enemigo que compite con ella para quitarle el puesto. El criterio de las cuatro D sirve para identificar muy rápidamente si una actividad es científica o seudocientífica. Una vez determinamos que una idea o un producto son el resultado del método científico, podemos debatir y descartarlos si es necesario, reconociendo que forman parte de un mismo plano de conocimiento. Si, por otro lado, vemos que un producto es seudocientífico, las opciones son pocas: O ignorarlo o denunciarlo. Llevo años argumentando que la lucha contra la seudociencia es un deber de los científicos, a todos niveles y en todas partes. Da lo mismo si se trata de una conversación entre amigos o una conferencia en la universidad. Un científico, o una persona con conocimientos básicos de lo que es la ciencia, deben hablar. Sé por experiencia que algunas discusiones son inútiles, pero al menos vale la pena expresar el desacuerdo. Si los científicos permiten que la frontera sea permeable, dificultan que el resto de la sociedad distinga entre la ciencia, con sus limitaciones, y la imitación que dice que todo lo sabe y todo lo puede. Jesús Purroy. Biólogo y escritor (Barcelona). |
«La ciencia es una actividad social y, como tal, obliga a sus practicantes a difundir el conocimiento que han obtenido» |