La muerte del zoo

Reflexiones a partir del abatimiento del gorila Harambe

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gorila-portadaJeff McCurry

En 1986, un niño de cinco años, Levan Merritt, cayó en el recinto de los gorilas del zoo de Jersey, se rompió el cráneo y un brazo y quedó sangrando e inconsciente sobre el cemento. Jambo, un gorila de 25 años, se le acercó sembrando el pánico en la multitud. Jambo había nacido en el zoo de Basel. Su padre fue capturado en África Ecuatorial por un cazador de gorilas que lo vendió por 10.000 dólares con otros dos bebés gorilas al zoo de Columbus. Cuando Jambo tenía once años lo vendieron al zoo de Jersey, separándolo de sus seres queridos.

Al ver al niño, Jambo dio una vuelta a su alrededor, observándolo atentamente. Se sentó a su lado y acarició suavemente su espalda. Con el dorso de su gran mano, rozó el trocito de espalda que no tapaba la camiseta y tras llevarse la mano un momento a la nariz, se sentó a su lado, montando guardia. Cuando Levan recobró el conocimiento, empezó a gritar, asustando a los gorilas. Jambo se los llevó hacia los dormitorios, pero cuando la verja se estaba cerrando, un joven gorila escapó. Dos hombres lo mantuvieron a raya mientras otro era izado con Levan fuera del recinto.

En 1996, un niño de 3 años cayó en el recinto de los gorilas del zoo de Brookfield. Se rompió una mano, se magulló el cuerpo y se hizo un gran arañazo en la cara. El personal del zoo usó las mangueras a presión para alejar a los gorilas del niño. Pero Binti Jua, una gorila de 8 años, sobrina de la famosa Koko, se le acercó rápidamente, ante las miradas aterradas de los espectadores. Al llegar junto al niño, Binti lo levantó con cuidado y se lo llevó en brazos hasta una portezuela del piso inferior por la que podría entrar el personal sanitario a recogerlo. Se quedó allí esperando pacientemente con el niño en su regazo hasta que vinieron a buscarlo. Si hubiera sido Binti quien se hubiese caído, no podría haber sido recogida por sus padres, ya que su padre fue encerrado en San Francisco y su madre en el Bronx y luego en Columbus donde murió.

Hace unos días en Cincinnati, un niño de tres años, Isiah Gregg, cayó en otra de estas cárceles para gorilas inocentes en el canal de agua que separa a los gorilas del muro. Harambe, un gorila de 17 años cumplidos el día anterior, se le acercó y se quedó a su lado. Los gorilas son un pueblo pacífico, vegetariano, no territorial, sin violencia de género. Pueden pelearse por una hembra, y hacer movimientos bruscos, y correr de un lado a otro para asustar, pero raramente llegan a atacar en serio. Y si Harambe se hubiese acercado al niño para matarlo, podría haberlo hecho en unos segundos. Pero se quedó parado a su lado, entre el niño y la pared.

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Los humanos somos prácticamente sus únicos enemigos. Entramos en sus territorios y los matamos para comérnoslos, para disecarlos o para vender sus crías a los zoos. Ante los gritos de la muchedumbre abalanzándose sobre la valla, Harambe parecía confuso. Arrastró al niño bruscamente la mitad del trayecto acuático y se detuvo. Miró al niño y lo puso de pie cuidadosamente. La gritería continuaba. Harambe volvió a arrastrarlo velozmente y lo sacó del agua. Poco después se decidió matar a Harambe de un balazo.

Me pregunto qué hubiese ocurrido si Isiah se hubiese escabullido durante la visita a una cárcel de asesinos y pederastas, y uno de ellos lo hubiese arrastrado fuera del agua. Me pregunto también por qué se critica a la madre por haber perdido de vista a su hijo un momento, en lugar de por llevarlo al zoo a divertirse mirando jóvenes secuestrados, condenados sin motivo a cadena perpetua y convertidos en enfermos mentales. Me pregunto por qué se ha criticado al zoo por disparar, en lugar de intercambiar al niño por plátanos (un pacto que un gorila entiende perfectamente), y no se le critica por tener gorilas en unas condiciones en las que ya no podemos saber si actuarán como un gorila normal, dado el gran número de patologías mentales que padecen los gorilas institucionalizados.

Los humanos no necesitamos a los zoos para proteger a los gorilas. Podemos protegerlos en los hábitats donde han desarrollado sus culturas gorilas. Además, los zoos pueden conservar los cuerpos de los gorilas, pero son pésimos para conservar su cultura o salud mental.

Si unos extraterrestres secuestrasen unos cuantos bebes humanos o niños lobo y los tuviesen encerrados en una jaula, echándoles comida y cruzándolos entre sí, obtendrían más cuerpos humanos. Pero multiplicar unos cuantos cuerpos, sin cultura ni salud mental, no puede confundirse con conservar a los verdaderos gorilas, igual que hacinando unos bebes humanos en jaulas marcianas no es la forma de conservar a la humanidad.  

Ya han muerto humanos y animales en los zoos. Ahora lo que debería transformarse radicalmente o morir es el propio zoo.

Paula Casal. Investigadora ICREA, codirectora del UPF Center for Animal Ethics y presidenta del Proyecto Gran Simio España.
© Mètode 2016.

© Mètode 2016

Investigadora ICREA, codirectora del UPF Center for Animal Ethics (Barcelona) y presidenta del Proyecto Gran Simio-España.