La valiosa herencia ilustrada

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illustracio1Universitat de València
Claustro de la Nau de la Universitat de València.

Los historiadores más reconocidos –Perry Anderson, Antoni Mestre, Jean Sarrahil, Enric Moreu-Rey, Antonio Domínguez Ortiz o Ballesteros– coinciden en considerar la Ilustración como un período esencial en el desarrollo del mundo occidental, en todos los ámbitos, incluyendo el de la ciencia. La característica más destacable de aquel momento histórico –que abarcó buena parte del siglo xviii– y de sus protagonistas –los ilustrados– fue la universalidad del saber que profesaban y la referencia a la razón, como herramienta fundamental y guía intelectual privilegiada. 

En nuestro país tal fue el caso de Mayans, Piquer o Climent, entre otros. Estos ilustrados no solo aparecen como eruditos en la materia que les ha prestigiado y por la que se les ha reconocido –derecho, medicina y teología, respectivamente–, sino que mostraron una más que notable preparación en otros campos como el latín, la física o la filosofía. Sin embargo, algunos de ellos han gozado de una merecida fama –caso de Mayans y Piquer–, mientras que otros –caso de Climent– han permanecido en un lugar más discreto de la historiografía y va siendo hora de recuperarlos, como referentes valiosos de un estilo intelectual favorecedor del desarrollo de discípulos y jóvenes promesas.

La Ilustración a Valencia: raíces y transcurso del movimiento

La Ilustración valenciana fue especialmente fructífera. «El período ilustrado se caracterizó, en el País Valenciano, por un esplendor cultural extraordinario», según Albert Balcells (1980). Mestre (1999) concreta que «la ciudad de Valencia disfrutó, durante el Siglo de las Luces, de un período cultural de gran esplendor». Valencia, considerada por Moreu-Rey como la capital económica, artística e intelectual de los países de habla catalana del momento, había tenido su corriente propia y específica de preilustrados o novatores. Y es en 1687 cuando, en opinión del historiador López Piñero, tiene lugar la fecha clave en aquel giro ideológico, al publicarse en Madrid la obra del médico valenciano Joan de Cabriada, Carta filosófica médico-chymica, «expresión clara de un cambio de mentalidad consciente».1

Los novatores «propugnaban el conocimiento de los hechos, de las ideas y de las técnicas de la ciencia nueva, al mismo tiempo que sus fundamentos metódicos y epistemológicos; daban primacía a la observación y a la experimentación, propugnaban un sentido crítico riguroso en todas las disciplinas y rehusaban, por tanto, el argumento de autoridad», según recoge Balcells. 

Es en aquel contexto cultural cuando aparecen las «tertulias» y «academias», más librepensadoras que la propia Universidad, aunque esta última pasaba por ser la más progresista de la Península y se tenía como el punto de referencia de todos los intelectuales del momento. Algunos de estos –como Climent– no se habían vinculado a las «tertulias», porque el canónigo era más dado a la soledad del estudio y la lectura. Moreu-Rey (1966) atribuye la fuerza de la escuela valenciana ilustrada a la continuidad del Estudio General: «La Universitat de València seguía siendo la primera de la Península, por el número de sus alumnos y la organización de su enseñanza y había dado, a todo el país, multitud de personajes […] muy dignos de figurar en los lugares de honor, en el inventario de una civilización.» Algo que no ocurrió tanto en Barcelona, al ser suprimida su universidad, como represalia por la afección de la capital de Cataluña a la causa austracista, al mismo tiempo que se creaba la de Cervera. 

Josep Climent y el grupo valenciano de ilustrados

El ambiente intelectual valenciano, pues, se había manifestado avanzado y receptivo y Josep Climent (1706-1781) fue, a la vez, objeto y sujeto de aquel ambiente. Mestre (1968) afirma que «la efervescencia intelectual es, por tanto, viva e inquietante. […] se leen los libros franceses, italianos, holandeses o alemanes que llegan a Valencia a los pocos meses de su edición. […] difícilmente se encontrará en España un ambiente tan abierto». Esta cita ilustra, sobradamente, el talante progresista y crítico del grupo de ilustrados valencianos.

Pero de una cosa se duele Joan Fuster i Ortells (1985) y con razón: de la poca consideración que los ilustrados valencianos –en Cataluña pasaba poco más o menos lo mismo– tenían de la lengua propia, que les impedía incorporar «el vernáculo a su operación intelectual». Y aunque Climent se encontraría incluido entre ellos, la afirmación del insigne Fuster no es del todo cierta: primero porque nuestro obispo otorgó al catalán una finalidad comunicativa y pedagógica clara, no solo en la predicación, sino en la instrucción y catequesis. Y segundo porque eso de «ellos, sin embargo, no escriben en catalán […] ninguna obra de las que daban a la imprenta» (Fuster i Ortells, 1985) no es aplicable en el caso de Climent, que dictó actas de visita y escribió edictos y pastorales en catalán y los publicó. Bien es cierto que, en el contexto del uniformismo borbónico imperante, tuvo que añadir la correspondiente traducción al castellano, en los textos impresos, a raíz de la Pragmática de 1768.

Ahora bien, ¿cuál fue el papel de Climent y cómo fue evolucionando en el decurso de aquel momento histórico?2 Los primeros años, recién llegado de Castellón y aún adolescente, se dedicó al estudio, como única preocupación. Tenía, eso sí, un deseo insaciable de saber. Pronto, sin embargo, las disputas teológicas3 y las guerras entre probabilistas y rigoristas le abrieron los ojos. Así que enseguida se alineó del lado de dominicos y mercedarios y en contra de los jesuitas, que dominaban entonces las Aulas de Gramática y ejercían gran influencia en el claustro de la Universidad. El propio Climent se referirá a este hecho en una carta a Francisco Pérez Bayer, el 25 de marzo de 1766, cuando razona su negativa a aceptar la mitra de Barcelona: «quisieran que me fuese –los jesuitas– para lograr el dominio y ruina de nuestra Universidad, que, ciertamente, conseguirían si yo me ausentase», según recoge Francesc Tort Mitjans (1966).

Y es que habían sido muchos años los que Climent había pasado al servicio de la Universitat: casi cincuenta, entre estudiante, opositor, doctorando, claustral, profesor… Un profesor –«catedrático» según la referencia de Moreu-Rey (1966)– que no se limitaba a impartir las clases de filosofía, porque manifestaba una singular preocupación por ayudar –no solo económicamente– a los estudiantes y una clara intención pedagógica en una tarea –entonces nueva– que ahora calificaríamos de orientación escolar y vocacional. Esta referencia a la acción tutorial de Climent aparecerá cuando, muchos años más tarde, Fèlix Amat (1803) escribe: «los estudiantes pobres, de aplicación y talento, hallaban en el Sr. Climent un padre liberal y un prudente director». Pues bien, tres fueron los destinatarios excepcionales del tutelaje académico de Josep Climent, que les ayudó a destacar en su condición de intelectuales –incluso de ilustrados– del momento: Andreu Piquer, Fèlix Amat y Francesc Salvà.

Efectivamente, Moreu-Rey (1966) atribuye al entonces canónigo de la sede valentina haber «aconsejado los primeros pasos de Piquer». La relación intelectual de Piquer y Climent fue intensa y larga (García Ferrer y Miralles Conesa, 2007). Piquer se sentía atraído por el mundo de la filosofía, de la naturaleza y de la ciencia y se convirtió en médico y catedrático de  prestigio.4 Entonces, Piquer, estudiante en Valencia, se dejó aconsejar por aquel profesor que apenas se iniciaba en las tareas docentes, pero que se mostraba riguroso, crítico, documentado, metódico e incansable lector. Climent, al firmar la orden de aprobación de la Física moderna, racional y experimental del de Fórnols, aseguraba que era el primer tratado de física moderna que se publicaba en España y ya advertía que podría disgustar a los que no admitían las novedades, en los campos de las ciencias. Dicho y hecho, el pavorde Calatayud puso en marcha una crítica contundente a la obra de Piquer, bien que Mayans estaba a la sombra, dolido porque Piquer no aceptó los consejos del de Oliva de suprimir la calificación de «moderna» para su física e hizo extensivo a Climent aquel resentimientof. 

Aún resulta más decisivo el papel de Climent en la redacción y publicación de las Institutiones medicae… de su antiguo discípulo. Fue en un reencuentro en Madrid cuando el catedrático y canónigo urgió a Piquer a culminar la obra, que se convirtió en texto universitario en los estudios de medicina. Piquer, agradecido, le dedica un extenso y afectuoso prólogo –en latín–, en la primera edición del manual.

En esta misma línea de preocupación pedagógica y de protección a la ciencia encontramos la intervención de Climent –ya establecido en Barcelona– en el magisterio ejercido sobre Fèlix Amat5, al que acogió entre sus «familiares» o colaboradores más directos6. Efectivamente, el joven Amat destacó pronto por su inquietud intelectual, más allá de la filosofía o la teología, y fue el propio Climent quien descubrió su talento para las ciencias y lo confió al militar e ingeniero Pedro de Lucuce, amigo suyo, quien –según el sobrino del de Amat, Fèlix Torres Amat– «dijo al obispo Climent, refiriéndose a su paje, “que no había visto ninguno tan a propósito para las matemáticas, como el joven Amat”» (Corts, 1992).

Pronto Climent envió a Amat a seguir estudios en Valencia y se doctoró en Gandía, para volver después a Barcelona, donde participó intensamente en la vida cultural e intelectual de la ciudad. Cuando el obispo fue destituido por presión de Campomanes, antes de despedirse, recomendó a Félix Amat como primer bibliotecario al ministro de Gracia y Justicia, Manuel de Rueda, buen amigo y valedor de Climent en la Corte. Aún le quedaba una larga trayectoria al futuro prior de San Ildefonso, no exenta de tropiezos y conspiraciones, por su adicción a la herencia climentina, pretendidamente empapada de jansenismo7

Asimismo reviste, también, un notable interés la protección que dispensó Climent a Salvà i Campillo. Este joven estudiante del colegio del obispo no fue el único ejemplo de quienes, con el tiempo, no se dedicarían a la tarea eclesial. Y es que el «seminario» de Barcelona se había convertido en el único centro de enseñanza superior, suprimida la Universidad –para castigar al austracismo de la capital catalana–, como hemos dicho. Así muchos de sus alumnos serían futuros letrados, médicos, filólogos, físicos o investigadores, como fue el caso de Salvà y otros. Salvà i Campillo fue un ejemplo de ilustrado tardío y su prestigio sobrepasó los límites peninsulares. Entre otras cosas– es considerado «abuelo» de la meteorología catalana y mereció el reconocimiento de la Société de Médecine de París.

He aquí, brevemente diseñada, la discreta –bien que intensa– tarea de Josep Climent a favor del progreso de las letras y de las ciencias, que es de justicia recordar. Porque no solo es valiosa la aportación directa y personal –que también Climent nos dejó– de quienes se dedicaron e ello, sino la menos visible –pero impagable– de favorecer y amparar a los jóvenes talentos que, de otra manera, corrían el riesgo de echarse a perder. Valiosa herencia, pues, la del ilustrado Josep Climent i Avinent que merece continuar siendo investigada –y reconocida– todavía.

1. «Que es lastimosa y aun vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en recibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por Europa.» He aquí la lamentación de Joan de Cabriada en su Carta filosófica médico-chymica, publicada en Madrid, en 1687 (Balcells, 1980). (Volver al texto)

2. En la nueva monografía inédita, El bisbe Climent i la pedagogia de la Il·lustració, el autor analiza en profundidad la poliédrica personalidad del ilustrado y el decurso de sus intervenciones y proyectos, con aportación de nueva y numerosa documentación. (Volver al texto)

3. «En los siglos xvii y xviii las facultades de teología son marco de fuertes luchas claustrales entre las distintas opiniones y sectas» (Albiñana, 1988). (Volver al texto)

4. Andreu Piquer había nacido en Fórnols de Matarranya en 1711 y se estableció en Valencia a los dieciséis años, para seguir estudios de filosofía y medicina en el Estudio General, donde se doctoró en ambas disciplinas y donde el joven Climent –profesor de filosofía entonces– inició su magisterio hacia Piquer. Ya en 1735, publicó su Medicina vetus et nova, que alcanzó seis ediciones y, en 1745, la Física moderna, racional y experimental, que le prologó Climent. Tres años antes había ganado la cátedra de Anatomía en la Universitat de València. Pronto, sin embargo, se fue a Madrid como médico de cámara de Fernando VI y, más tarde, de Carlos III. En la corte se encontró con Climent, que, comisionado por los canónigos de la sede valentina, viajó a Madrid para atender un pleito de diezmos. Fue entonces cuando instó a Piquer a concluir y publicar el libro de texto universitario Institutiones medicae…, que el autor –agradecido– le dedicó en el prólogo de la primera edición. (Gran Enciclopèdia Catalana, 18: 58. Barcelona, 1988). (Volver al texto)

5. Fèlix Amat de Palou (Sabadell, 1750 – Barcelona, 1824) fue filósofo, teólogo, lexicógrafo y buen matemático y físico… Colaborador estrecho de Josep Climent, al que enalteció en la Oración fúnebre con ocasión del funeral del obispo, en Barcelona. Se doctoró en Gandía y enseñó lógica en el colegio episcopal, de donde llegó a ser rector y, más tarde, primer bibliotecario de la Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona. Vinculado a las Sociedades Económicas de Amigos del País, materializó –con Esteve, Bellvitges y Jutglar– el proyecto del obispo Climent del primer Diccionario lemosín-castellano-latín, como miembro de la Academia de Buenas Letras de Barcelona. Publicó unas Institutiones Logicae, una Historia Eclesiástica o Tratado de la Iglesia de Jesucristo y una Física particular, entre otras obras. Nombrado por Carlos IV abad de San Ildefonso y arzobispo in partibus de Palmira, fue confesor real, pero con el retorno de Fernando VII cayó en desgracia y se retiró a Barcelona, donde padeció la incomprensión de los sectores eclesiásticos del momento y sus obras fueron condenadas por el Índice, aunque rehabilitadas más tarde. Y aún dejó inéditos numerosos trabajos sobre economía, gramática, historia, política y un copioso epistolario. (Gran Enciclopèdia Catalana, 2: 167-168. Barcelona, 1988). (Volver al texto)

6. Sobre aquel movimiento, véase: Appolis, 1996. (Volver al texto)

7. Francesc Salvà i Campillo (Barcelona, 1751-1828) recibió, muy joven, la guía de su tío, Antoni Campillo, y del obispo Climent, en el colegio en el que cursó estudios. Completó su formación en la Universitat de València, donde fue discípulo de Andreu Piquer y en Tolosa de Languedoc. Médico e investigador, luchó contra la superstición y defendió la inoculación antivariolosa, como antecedente de las vacunas, para mejorar la salubridad pública. Fue el primer catedrático de medicina clínica en Barcelona, decano de la Academia Médica y miembro de la de Ciencias. Asimismo destacó en estudios y proyectos de navegación aerostática, de telegrafía sin hilos y de navegación submarina. También destacó como meteorólogo eminente y colaborador habitual de la prensa diaria del momento –Diario de Barcelona, Diario de Madrid…–. Nos dejó obras como Proceso de la inoculación…, Años clínicos o Pensamientos… sobre el arte de curar, además de numerosas traducciones sobre diversas temáticas (química, medicina, historia…). (Gran Enciclopèdia Catalana, vol. 20, 195. Barcelona, 1988). (Tornar al text)

Referencias
Adell i Cueva, M. A. y M. V. Adell Ferré, 2011. «La personalitat polièdrica de Josep Climent». In Adell i Cueva, M. A.; Agustí Flors, F. M. y M. J. Rosas Artola (eds.), 2011. Josep Climent i Avinent (Castelló de la Plana, 1706-1781). Bisbe de Barcelona. Universitat Jaume I/Diputació de Castelló. Castellón.
Albiñana, S., 1988. Universidad e Ilustración. Valencia en la época de Carlos III. Institució Valenciana d’Estudis i Investigació. Valencia.
Amat, F., 1803. «Tratado de la Iglesia de Jesucristo». In Corts i Blay, R., 1992. L’arquebisbe Fèlix Amat (1750-1824) i l’última Il·lustració espanyola. Facultat de Teologia/Herder. Barcelona. 
Appolis, E., 1966. Les jansenistes espagnols. Sabodi. Bordeus.
Balcells, A. (coord.), 1980. Història dels Països Catalans. De 1714 a 1975. Barcelona. EDHASA.
Climent i Avinent, J., 1788. Colección de las obras del Ilmo. Sr. Dr. Joseph Climent, del Consejo de S.M. y obispo de Barcelona. Madrid. Imprenta Real.
Corts i Blay, R., 1992. L’arquebisbe Fèlix Amat (1750-1824) i l’última Il·lustració espanyola. Facultad de Teología/Herder. Barcelona.
Fuster i Ortells, J., 1985. La decadència al País Valencià. Barcelona. Curial.
García Ferrer, M. y L. Miralles Conesa, 2007. «José Climent Avinent, humanista del siglo xviii y su colaboración en las publicaciones de Andrés Piquer Arrufat». Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 83(1-2): 229-248. 
Mestre, A., 1968. Ilustración y Reforma de la Iglesia. Pensamiento político-religioso de Dn. Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781). Ayuntamiento de Oliva. Oliva.
Mestre, A., 1999. «Escuelas y corrientes intelectuales, durante la Ilustración». In Furió, A. (dir.), 1999. Historia de Valencia. Universitat de València/Prensa Valenciana S.A. Valencia.
Morando, D., 1961. Pedagogía. Miracle. Barcelona.
Moreu-Rey, E., 1966. El pensament il·lustrat a Catalunya. Edicions 62. Barcelona.
Piquer, A., 1762. «Carta laudatoria a D. José Climent». Instituciones medicae ad usum Scholae valentinae. Madrid.
Tort Mitjans, F., 1978. El obispo de Barcelona, Josep Climent i Avinent. Balmes. Barcelona.
Vázquez Artés, C., 2011. Escolásticos e ilustrados. El pensamiento de José Climent y la Valencia del Setecientos. Institución Alfonso el Magnánimo. Valencia.

uiero agradecer a Marc Vicent Adell i Ferré su inestimable colaboración, sin la que no habría sido posible el presente trabajo de investigación.

Marc Adell i Cueva. Profesor sénior de Psicología. Universitat de València.
© Mètode 2014.

 

 

 

«La característica más destacable de la Ilustración fue la universalidad del saber y la referencia a la razón, como herramienta fundamental y guía intelectual privilegiada»

 

 

 

 

 

illustracio2Àrea de Conservació del Patrimoni Cultural de la Universitat de València
José Vergara (atribuido), c. 1770. Josep Climent. Óleo sobre lienzo, 97×197 cm.

 

 

 

 

 

 

 

«La Ilustración valenciana fue especialmente fructífera. Valencia había tenido su corriente propia y específica de preilustrados o ‘novatores’»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Estatua dedicada a Andreu Piquer en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.

 

 

 

 

 

 

 

«El ambiente intelectual valenciano se había manifestado avanzado y receptivo y Josep Climent fue, a la vez, objeto y sujeto de aquel ambiente»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Tres fueron los destinatarios excepcionales del tutelaje académico de Josep Climent, que los hizo sobresalir en su condición de intelectuales del momento: Andreu Piquer, Fèlix Amat y Francesc Salvà»

© Mètode 2014

Profesor sénior de Psicología. Universitat de València.